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Efectivamente, Collin cumplió con su palabra de mantenernos en contacto y, sin hacerse esperar demasiado, acabó por hablarme por whatsapp a los pocos días. La propuesta era una: pasar la tarde juntos, tomarnos un café y charlar un rato. Francamente, no tuve que pensármelo dos veces antes de acceder a su invitación. A fin de cuentas, estaba libre y un café no haría daño alguno.


De este modo fijamos el encuentro para las cuatro de la tarde en un Starbucks que quedaba a unas cuantas cuadras del departamento.


Ya a eso de las tres fue que empecé a arreglarme, y ya cuando faltaban quince minutos para las cuatro, me apresuré a coger mi bolso y salir. De hecho, en eso estaba, yendo en dirección hacia la puerta, cuando de repente alguien se me cruzó en el camino.


–Uh, princesita... ¿Y ese glorioso escote a qué se debe? –preguntó, observándome los pechos de una manera totalmente descarada. Seguidamente alzó la mirada hacia mis ojos y dijo:– ¿A dónde vas? Dudo que a Perrie le interese ver tanto de esas.


Rodé los ojos ante sus comentarios.


–Déjame decirte que mi polera no tiene ningún escote pronunciado, lo que aquí sucede es que tú eres un maldito pervertido –me defendí de sus acusaciones que no eran más que exageraciones–. Y ahora, si me permites continuar con mi camino, voy a salir con Collin.


–¿Uh? ¿Qué dijiste? –su radical cambio de tono, junto con su ceño frunciéndose, evidenciaron su molestia– ¿Estás hablando en serio? Solo han pasado un par de días desde la cita, Lucinda –señaló.


–Uhm... ¿Y qué con eso? –quise saber, incapaz de comprender cuál era el punto de su último comentario.


–¿Qué acaso quieres parecer desesperada por el tipo? –me sonrió con burla y cinísmo, sorprendiéndome.


Mis ojos se abrieron de sobremanera, espantados por la acidez que poseían sus palabras. No podía creer que me estuviese diciendo algo tan extremadamente absurdo como eso. Tenía que ser una broma. Una muy mala broma, por supuesto.


–No debiste aceptar salir con él así de primeras –añadió, y para complementar su estupidez, siguió diciendo:–. Estás haciendo exactamente la misma mierda de siempre, Lucie. Siempre vas rápido, jodidamente rápido, princesa.


Parpadeé todavía más confundida.


–¿Rápido? –repetí, incrédula, saliendo de mi estupefacción–. Louis, solamente nos vamos a ir a tomar un café, no es como si fuésemos a encamarnos a un maldito motel.


–Ajá, ajá, como tú digas... Así se comienza, ¿No?


–Santo cielo, ¿Qué diablos pasa contigo? –espeté– ¿Cuál es tú maldito problema?


–Mi problema es que sencillamente no quiero que vayas con él –replicó, encogiéndose de hombros, como si sus palabras fuesen lo más natural y obvio de este mundo, como si su petición fuese sana.


–¡¿Porqué demonios siempre eres tan egoísta, Louis?! –exclamé, exasperada, perdiendo toda la paciencia que me quedaba para tratar con él. Estaba actuando como un niño, armando una escena porque no cumplía sus estúpidos caprichos.


–¡No soy egoísta! –alzó la voz– ¡Te he dicho una y otra vez que el imbécil no vale la pena! ¿No te das cuenta del favor que te hago? ¡Estoy tratando de ahorrarte una semana encerrada en tu cuarto llorando por un pobre diablo!


Nuevamente volví a rodar los ojos. Era imposible tratar con él, completamente imposible.


–No tiene caso. Hablar contigo es como hablar con una puta pared –murmuré, agotada de la misma historia de siempre.

F1reproof » Louis TomlinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora