La distancia que me separaba de la floristería, en donde de antemano, sabía, encontraría a Teresa, era inversamente proporcional al nerviosismo que invadía y gobernaba tanto mi cuerpo, como mi espíritu sobreexitado y, a la vez, de alguna manera asustado, inerme como se sentía ante tan trivial circunstancia. Podría decirse que a los ojos de quien por coincidencia lograra topar mi presencia con la suya, en aquel distraído recorrido que llevara yo en los instantes narrados, y, que ya son del entero conocimiento del lector, quizás vería en mi, con justificada causa, a un puberto de pueriles maneras y, de manos sudorosas; o, por qué no, a un demente que entre dientes mascullaba de vez en vez, palabras inconexas e ininteligibles, acompañadas con ademanes furtivos y nerviosos, en un agitado y casi teatral soliloquio.
Los movimientos de mis manos dibujaban semicirculos en el aire, a la altura de mi cabeza, casi rozando mi oreja derecha. Mis labios apenas si lograban desplegarsen muy ligeramente, en movimientos lentos, casi imperceptibles, mientras mi mirada permanecía perdida, indiferente, casi ajena a mi entorno, y es que mi mente ocupaba todas sus facultades en repasar y corregir, una y otra vez un pequeño guión; un somero libreto que, a la postre, se iría al diablo. Aquellas elucubraciones que daban repetidas vueltas dentro de mi cabeza, se veían interrumpidas de forma intermitente, cuando de manera inintencional, traía y reproducía en mi mente, esas arengas, esas frases motivadoras que horas antes, y durante un importante lapso, me diera Efraín con su ya habitual entusiasmo y elocuencia, como siempre, exhortándome a todo aquello que a su ligero juicio me resultaba conveniente, pero que a causa, según él, de mi carencia de valor, lo tomaba vacilante y con dudas, eso sí, en completa coherencia con la naturaleza indecisa de mi carácter averso a todo lo que me significara riesgo.
Creo con certeza que el sentimiento al que me enfrentaba, en cuanto a sus magnitudes por supuesto, era, completamente atípico y, sin precedente alguno, pues bien, no tengo memoria, y, lo digo con sinceridad, de haberme visto reducido de tal manera a semejante estado de atontamiento, en medio de alguno de los romances que antecedieran al inevitable encuentro que estaba a pocos minutos de darse y, que produjera en mi, tal ansiedad enfermiza manifestada anteriormente al lector. Había sin duda algo que diferenciaba perentoriamente ante mis ojos a Teresa, en relación a cualquier otra mujer con la que me hubiese involucrado sentimentalme -Eso obviamente no incluye a Gabriela- ¿Cómo describir aquel inenarrable sentimiento que involuntariamente se despertaba en mis adentros?¿Como comprender y actuar ante su intimidante presencia?.., no tenía la menor idea. Después, en medio deun análisis retrospectivo, me di cuenta de qué tan superfluos eran mis interrogantes. Hubiese bastado sencillamente con dejarme llevar por mis instintos y, actuar con espontaneidad; pero no, yo siempre tenía que pretender ser tan metódico.
De pronto, algo me hizo salir bruscamente de el estado de ensoñamiento en el que me encontraba. Una onomatopeya aguda, carrasposa, un ruido casi metálico, se introdujo en mis oídos. Sacudí ligeramente mi cabeza y, eché una vaga y confusa mirada a mi alrededor; entonces observando por sobre mi hombro derecho, pude vislumbrar con sorpresa, justo al lado de mi pie, a un pequeño perro de un color blanco, casi grisáceo, con una mancha grande e informe de color negro, sobre su costado izquierdo. Su pelaje rígido y sucio, sumado a su macilenta contextura, dejaban ver ese descuido propio que solo sabe brindar la calle.
Aquel frágil canino de irritante carácter, me ladraba con insistencia, realizando de cuando en cuando, un fingido intento por tomar mi pierna entre sus fauces, acto muy común en las especies de su escaso tamaño. Yo le correspondía de similar manera, con débiles y errantes patadas que se quedaban tan solo abanicando el viento, como quien con las manos espanta inútilmente las moscas que merodean su almuerzo. Le hubiese dado una buena patada en su húmedo hocico, a no ser por ese temor que se le tiene al escarnio; a la condena pública a la que de seguro me iba a someter, cuando esas personas que me circundaban y, que son del tipo de gente que se sienten bien con sigo mismas autenominándosen animalistas, aunque carezcan de cualquier atisbo de empatía para con los animales, tildaran de innoble mi defensivo proceder, señálandome con sus dedos índices y haciéndome blanco de sus improperios, con sus amenazantes miradas puestas sobre mi persona. O, muy seguramente no lo hice, solo por evitar que aquellos puntiagudos dientes que se me abalanzaban agresivamente bajo sus encías desnudas, tomaran el denuedo necesario para dejarse de titubeos y, clavarse en mis descarnadas pantorrillas.
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Tautologías: La Melancolía De Lo Absurdo
RomanceLa soledad...,la soledad debe entenderse como la libertad en su máxima expresión. En cuanto nos encontramos cada vez más inmersos en en dicha circunstancia, menos ataduras poseemos respecto al mundo que nos circunda; somos menos dependientes, emoci...