Si las cosas tenían vuelta atrás o no, era cosa que no podía afirmar en ese momento, pero preferí adoptar la opción de que no, en definitiva. Ya estaba, Gabriela se había marchado y no regresaría jamás; creo que tampoco deseaba yo aquel hipotético regreso, no obstante mi irremisible desasosiego.
Ella se había mudado, por supuesto junto con las niñas a casa de sus padres, no muy lejos, algo si, separado del corazón de la ciudad, pero bastante accesible para mi Volks. Mas esto no iba a dejar de ser, como era de esperar y, como me lo demostraría el futuro cercano, una desición meramente provisional, pues bien, las cosas como estaban, aún podían empeorar para mi y, por supuesto lo iban a hacer aunque yo en medio de mi embotamiento no lo previera. No se imaginan de que extraña manera se empeñaba mi vida en convalidar las malditas leyes de Murphy.
Así, después de varios años, me encontraba irremediablemente solo. Ya no era el mismo -y, quizás no lo volvería a ser-, algo, o más bien todo en mí había cambiado, o, tal vez era el mundo quien había cambiado conmigo -era la primera vez que me lo preguntaba-, no lo sabía entonces; no lo sé ahora.
Levanté mi cabeza, así como estaba, tumbado en el sillón de la sala en una lánguida posición; eché una mirada vaga y lenta por toda la estancia; era como si se me hubiese quitado un velo de enfrente de mis ojos; todo era igual, pero se me presentaba de una forma bastante diferente. Todo había cambiado en mí y en lo que me circundaba. Yo era otro: la manera en que tomaba esa botella de cerveza a medio vaciar que descansaba taciturna sobre mi mesita, como mirándome con cierto aire lastimero; la manera en que la bebía y, hasta la forma en que callaba. Todo era distinto.
Después de nuestra separación mantuvimos con Gabriela un esporádico contacto telefónico y, nos veíamos en efecto, los fines de semana en los que iba yo a visitar las niñas -fines de semana en los que no terminaba por error embriagándome en la taberna del viejo Ezequiel-, momentos en los que de vez en cuando podía descubrir inintencionalmente en sus ojos, una inexplicable mirada hirsuta que al soslayo revelaba un ostensible odio que hacía fulgurar sus contraídas pupilas en un desdeñoso sentimiento, resaltando así, la voluptuosidad de la belleza de aquel azul grisáceo dominante en ese par de espejos que destacaban en su lívido rostro, como lo hace la luz de un faro entre la niebla, solo que con una expresión execrante.
Nunca fue para ella, y en definitiva creo que nunca le será indiferente mi existencia, solo se empeñaba en ignorarme, aunque en ocasiones desplegaba sus labios tan solo para referirse a mi, en términos ignominiosos y, con evidente rabia, por supuesto rabia que es inútil decir que era perfectamente infundamentada.
El tiempo pasaba sin ningún apremio. El tiempo, el tiempo, puedo decir, que es poco más que un montón de acontecimientos heterogéneos aglomerados, sucediéndose uno tras otro; es poco más que un vulgar apilamiento de días sobre días; de semanas sobre semanas; de meses sobre meses..., de una fecha tras otra. La segunda llega casi sin dejar expirar la primera, momentos indiscriminados empujándose en desorden; como apurando aquel ciclo indiferente donde predomina la monotonía.
Algunas veces, bastante escasas por cierto, un incipiente remordimiento tocaba, o más bien, rozaba su oprobia conciencia; pero este arrepentimiento era artificial y anodino, tan momentáneo que se necesitaba ser lo suficientemente minucioso; lo suficientemente perspicaz para apenas percibirlo, aunque de una manera muy somera. Aquello, eran solo fútiles espejismos; espejismos en los cuales, pude, o creí ver con algo de convicción, un atisbo nostálgico en sus ojos, perlados y acuosos, como señal imperfecta de un profundo sentimiento de culpa. A veces, un susurro; una actitud pendenciera; una palabra; o tan solo un gesto aislado corroboraban, no sin extrañeza, las vagas percepciones que llegaban a mi, quizás traídas por un idílico y pueril anhelo. Pero todas estas supercherías eran innecesarias. Esa actitud se esfumaría como lo hace la bruma matinal con el primer rayo de luz del alba; apenas, antes de concebirla, ya no estaba. Después, irremisiblemente, regresarían todas sus actitudes despectivas y groseras.
ESTÁS LEYENDO
Tautologías: La Melancolía De Lo Absurdo
RomanceLa soledad...,la soledad debe entenderse como la libertad en su máxima expresión. En cuanto nos encontramos cada vez más inmersos en en dicha circunstancia, menos ataduras poseemos respecto al mundo que nos circunda; somos menos dependientes, emoci...