capítulo II

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¿Que pudiera yo decir del resto del camino que me condujera a mi casa? Poco más que nada; ya por lo breve que fuese el mismo; ya por que como relataba antes mi mirada se clavaba en el suelo con asiduidad y, se levantaba muy esporádicamente cuando se terminaba la acera y el cuidado me demandaba levantar mis ojos hacia adelante para hacer frente a las transcurridas bocacalles de la ciudad. Aunque si mi mirada se levantase, podría tan solo divisar un circunspecto paisaje monocromático atestado de cuerpos inermes que mecánicamente se movían de un lado a otro pintando un opaco cuadro carente de vivacidad, así hoy, como un día tras otro, de lo cual me sería bastante dificultoso relatar algo que al lector le resultase interesante.

Llegué a mi casa con mi taciturno semblante de costumbre, tomando obligatoriamente el picaporte en acción de abrir la puerta. Entonces mi inexorable pensamiento retrospectivo me trajo ese viejo amigo que se negaba a abandonarme, la nostalgia.

Siempre conté entre mis más grandes defectos: mi extrema sinceridad; mi incapacidad para odiar y mi maldita memoria fotográfica.

Mi sinceridad, cuando supe llevarla a cabalidad, supo jugarme malas pasadas, esto me llevó a creer con convicción que algo de hipocresía era siempre necesaria en el desarrollo de las relaciones interpersonales. Por otra parte, algo que a menudo he envidiado es la capacidad de sentir odio, capacidad de la que jamás se me hizo dote alguno. He tenido por supuesto ese sentimiento frenético y espontáneo que te llena de rabia y hace efervecer tu sangre a borbotones y que en ocasiones te conlleva a golpear directamente en la nariz a alguien, pero me refiero a ese tipo de odio que deriva en un sentimiento más duradero, más perenne, ese que convierte el primitivo instinto de la ira en un sentir constante e irrevocable. Siempre he pensado que el odio te llena de fortaleza, contrario al aprecio y al amor que sólo te hacen más vulnerable.

Por último señalaré mi maldita buena memoria. Y es que eso que a diario
la gente considera como una virtud, yo lo veo como un vasto peso sobre los hombros que te oprime a cada segundo, con cada exhalación; como esa indeseable compañía acerba que te sigue con obstinación y de la que con sinceridad digo que desearía presindir. Soy de ese contado tipo de personas que recuerda -no por gusto, sino por una obligación instintiva- todo tipo de fechas importantes -añádanle a eso, esa tonta costumbre de creer que todo es importante en mi vida- y, esa absurda asociación que hacemos con cada uno de nuestros recuerdos frente a los lugares en los que los vivimos cada vez que frente a nuestros ojos se revela uno de ellos o, se susurra a nuestros oídos algo referente a estos.

Abrí la puerta de mi casa con suficiente paciencia, esa paciencia derivada de la duda y es que dudaba como si tuviese más opción que entrar a través de ella.

Están quienes le temen a las alturas; quienes le temen a las arañas; hay quienes sienten fobia por los sismos..., yo de mi parte, le temo a los recuerdos.

De igual manera, pesarozo, casi sonámbulo entré en casa. Mi débil vista se posó sobre la sala de estar. Todo estaba igual que cuando partiera Gabriela con las niñas hace ya poco más de un año, no había añadido ni quitado nada en lo absoluto, ni ahí, ni en ninguna otra estancia, todo estaba igual, exceptuando un poco de polvo que ahora se apiñaba aquí y allá debido a mi evidente negligencia doméstica, ya sobre el televisor, ya sobre la mesita central, la alfombra o el resto de la mueblería que parecían haberse estancado en el tiempo desde aquel lúgubre suceso. Había sido tan inmutable esta escena como lo puede ser una fotografía o una pintura renacentista.

Todo permaneció de tal manera no como un tributo nostálgico a lo que otrora fuera para mi una vida llena de sueños y alegrías, sino más bien como producto de esa incapacidad física -esas ganas de no hacer nada- directamente derivada de una depresión crónica que me había hecho cada vez más inútil en el plano doméstico.

Tautologías: La Melancolía De Lo Absurdo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora