capítulo IX

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Por fin Sonia -así le había escuchado llamar- logró desembarazarse de la incómoda compañía de su patrón, quien se marchó luego de dar media vuelta, junto con su panza y el pavo vivo que parecía llevar ahí dentro; seguidamente desapareció por una puerta pequeña ¿Cómo pudo pasar a través de ella? No sabría responder a esa pregunta, tampoco podría responder a donde diablos llevaba; pero que más da, lo importante era que se había marchado.

Por fin estábamos los dos solos, bueno,  si decidimos no contar con la presencia del marica que estaba a pocos metros de mi y, cuya existencia nos había sido completamente indiferente en este corto tiempo. Llegó otra persona y se sentó también a la barra. Que suerte, justo entre el marica y yo. Me fingí distraído en un intento precipitado por evitar cualquier palabrería de barra indeseada que pudiera llegar por boca de aquel sujeto. No era precisamente que no me gustara o que soliera estar prevenido con este tipo de conversaciones; no, por el contrario en muchas ocasiones me había resultado bastante ameno y hasta me había divertido a mis anchas escuchando esa enredada verborrea disparatada producida sólo por los estimulantes efectos del alcohol; y es que en más de una vez, no pude evitar sentir cierta atracción por esos embustes, unas veces originales, otras ciertamente no tanto, pero cuando se tenía la suerte de encontrarse uno con las del primer tipo, se podía escuchar toda clase de historias estúpidas e interesantes que siendo una u otra, sin duda entretienen. Ésta vez, definitivamente, no era uno de esos casos en el que deseaba charlar con un borracho, y no lo hubiera deseado, aún si en mis planes no estuviera patente la intención de cortejar a la joven mesera. Simplemente no lo deseaba.

Encendí un nuevo cigarrillo; di una profunda calada y bebí un gran trago de cerveza. Exhalé un humo azulado que vi ascender parsimonioso. Acabé mi cerveza. Fijé mi mirada en Sonia, ella también lo hizo recíprocamente; esbocé una asimétrica sonrisa y casi al tiempo le dije en un tono firme pero suave:

-Hola.

Un pudor de fuego le ascendió rápidamente y se apoderó de sus mejillas.

-Hola- me contestó con una voz casi inaudible y desviando su mirada: un poco hacia su derecha, otro tanto hacia el piso.

-¿Puedes regalarme otra cerveza?- Le pregunté.

-En seguida caballero- me contestó con evidente nerviosismo a la vez que se marchaba en procura de mi pedido.

No demoró en traerme la cerveza; me la entregó y mientras lo hacía, aproveché para dar una caricia gracil en el dorso de su mano.

-Gracias señorita, un placer..., soy Miguel- Le dije al recibírsela.

-Y yo Sonia..., para lo que le pueda servir- me replicó con una voz que parecía ganar con el tiempo serenidad.

-¡Sonia! Que bonito nombre, debe de ser griego o algo así.

-No lo sé, la verdad no lo sé, lo único que puedo decir es que me llamo así porque así se llamaba mi madre.

-Heredaste solo su nombre, o el encanto de tu mirada también proviene de...

En ese momento un sollozo tremulo interrumpió el conato de mi lisonja.

-Es que no acabo de entender...¿Por qué  razón? ¿Por qué ahora?¿Que hice yo mujer? ¡No lo creo justo por dios! Que insensatez- Estas y otras cosas similares balbuceaba la tercera voz.

Quien pronunciaba éstas palabras era el sujeto recién llegado y que se había sentado cerca de mí. Su voz se entrecortaba por el sonoro esfuerzo de sus fosas nasales por recuperar las mucosidades que se le escapaban producto del mismo llanto. Lloraba, gemía sin parar mientras se revolvía su pelo con sus dedos parcialmente ateridos.¡Maldita sea! Susurré en voz baja, es un hombre despechado; es un hombre impregnado del fétido hálito del desamor, uno de los peores y más patéticos males que agobian el alma de un hombre. El borracho despechado era el tipo de borracho que cargaba con el peor material de conversación, siempre se hacen preguntas y reproches que no llevan a ningún lugar; y ése lamento, que nunca puede encontrar la saciedad y que se aferraba fuertemente a su pecho, les sume en un círculo vicioso del que les es imposible escapar aún tras haber llegado a un estado de consciencia alterado importante. Sus palabras carecen de magia; están irremediablemente desprovistas del irrealismo de las historias fantásticas del buen borracho mentiroso; solo desean quejarsen y recibir palabras de consuelo sin importar que sean éstas insinceras y obsoletas.

Tautologías: La Melancolía De Lo Absurdo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora