Redescubrí el celeste insondable del cielo sembrado aquí y allá de blancas e informes figuras algodonadas y recortado en sus fronteras por las verdes parábolas de las irregulares colinas en donde se columbraban sutiles movimientos. Nunca fueron tan verdes a mis ojos como en aquel momento. Alzábanse serenas y silenciosas, como viejos y estoicos guardianes esperando el momento preciso para dejar escapar con inesperadas habilidades de prestidigitador las policromas maravillas que ocultan a sus espaldas, ya con la pesada llamada del crepúsculo, ya con el despertar de la aurora; pero a la sazón, el cielo era plácido y casi monocromático; arrullador y vivificante al mismo tiempo, dotado de la mansedumbre de un lago virgen protegido por un denso follaje y del silencio cadencioso propio de los lugares a donde no alcanza el estridente largo de la existencia humana. Ni las aves con sus espontáneos surcos se atrevían a perturbar su sosiego. Me abismé en aquella inmensidad, seducido por la sobriedad de su belleza incorruptible, con la sensibilidad del artista y la displicencia del enajenado.
No, si así lo pensaron, pues no; el mundo no había cambiado en lo absoluto o, por lo menos no sustancialmente y cuando decidiera hacerlo, sería tan solo para darle paso a una de esas etapas, que anteceden a otras y suceden a otras tantas y que bien se podrían contar y clasificar en una secuencia casi inmutable para retornar al mismo punto, el cual podríamos considerar como partida en un ininterrumpido ciclo vicioso para el que no sería necesario una sibilina si se tiene la intención de preveer su curso. Cambian los escenarios y los actores, más no el curso ulterior del drama. No, no había ocurrido guerra alguna que removiera las simientes de la sociedad, ni tampoco la iglesias habían vuelto a metamorfosear trascendentalmente las bases de la moral; ni la ciencia, ni la antropología redefinieron el curso del hombre ni de su humanidad; tampoco ningún esnob político o moral se diseminaba sobre las masas sacudiendo los principios de la sociedad, como tampoco surgía alguno de esos tantos embriones que germinan aquí y allá de cuando en cuando, exigiendo de una manera u otra algún tipo de equidad. Más allá de que el mundo siguiese siendo el mundo, la gente seguía siendo la gente, hibernando toda ella en sus vidas con un gesto en su rostro, que más que un gesto, parecía ser como un cólico que les subía desde las tripas, desde unas entrañas enmohecidas y contritas, como apretujadas todas fuertemente por esa incertidumbre que les agobia aunque ignoran, o mejor dicho, que con desidiosa indiferencia rechazan abandonándosen a la comodidad de un aburrimiento en apariencia apático, única manera que han encontrado para protestar pasivamente en contra de los padecimientos innatos a la existencia, sufrimientos que se les presentan ineludibles, atándolos con una asidua firmeza que les talla en lo profundo de su existencia. Sintiendo la imposibilidad de escaparsen, no encuentran otra respuesta que cultivar su mezquindad, fiel reflejo de su imprescindible falta de cojones, de su cobardía, pues es en el miedo donde han hallado la mejor herramienta de supervivencia ante la hirsuta civilización que les amenaza con tragárselos de un bocado cada vez que les saluda al alba sin encontrar tregua sin embargo, más tarde en el sombrío y gélido abrazo de las implacables tinieblas de la noche. Entonces se resignan a dejar palidecer y opacar sus almas resecas dentro de sus polvorientos cuerpos, mazmorras umbrías de carne y hueso donde los espíritus están condenados a perecer de inanición. El sol seguía saliendo por el Oriente, regando con prodigalidad su dorada cabellera sobre la tierra ansiosa de su calidez luego de dormir bajo el frío de la penumbra. Aunque las estrellas parecieran más opacas en las noches por la creciente contaminación de la luz eléctrica sobre la plomiza atmósfera; los perros aún lanzaban al cielo sus melancólicos aullidos en las espesura de la noche que cedía de vez en vez ante el argentado brillo de la luna, mientras Norteamérica quería por fuerza y embuste, seguir engullendo los países tercermundistas anexándolos a sangre y fuego a la periferia de su capitalismo salvaje, estimulando con pueriles sofismas sus pueblos confundidos y corruptos. La tierra seguía a los pies del hombre, ya siendo para estos, un templo de adoración donde a través del arte se dignifica su belleza; ya un taller donde se satisfacen las necesidades propias del consumismo capitalista. La lucha de clases seguía su curso impreciso sin dar cabida a las entelequias de los más soñadores. En conclusión, el mundo seguía igual, lo que definitivamente había cambiado era "mi mundo ". Para uno siempre basta con eso, lo demás resulta ser, por egoísta que parezca, algo superfluo.
Tal vez he de dejar atrás aquellos tiempos en que por conveniencia solía romantizar mis soledades con un huraño comportamiento tapizado con tintes poéticos; en los que a fuerza de soliloquios pretendía tomar prestada una valentía mortecina que necesitaba ser avivada frecuentemente, de manera que me cansaba tanto como me exhortaba a continuar. Monólogos agonizantes en sus albores representaban aquella comedia. No sé si fui auténtico o si por el contrario mentía representando un papel que en realidad poco me quedaba. Considerando bastante razonable dar por verídica esta última opción, al pensar en ella, no sé tampoco si en realidad creía en estas mentiras; si seguía admirablemente mi guión, o solo fingía creerlas balbuceando en silencio unas palabras de las que jamás logré apropiarme con franqueza o, más bien, pienso ahora, tal vez solo pretendo manifiestar su existencia en el presente dubitativamente por no aceptar mi naturaleza cobarde y la mascarada puesta ante mi mismo; quizás sepa la verdad pero tenga miedo de aceptarla. Tal vez solo la vergüenza me invite a aceptar mi mentira y, un principio de conservación me invite a dejarla hibernando, conservándola para un futuro incierto que muy probablemente me guarde circunstancia alguna para volver a echar mano de ella. Tal vez eran solo fuerzas prestadas o, mejor dicho argucias adoptadas como malas imitaciones de consciencias que supuse convenientes frente a las situaciones en que me puso la vida en frente. En todo caso me permito el beneficio de la duda, por si, como decía en líneas anteriores me veo en circunstancias similares a las que por el momento parezco dejar atrás; de manera que si algún acontecimiento inopinado me arrebata esta nueva fuerza exógena que ha llegado a mi para cambiar de manera significativa y ostensible mi existencia, pueda ser yo nuevamente el Guillermo Meister indicado. De cualquier modo, puedo definir mi pretérito comportamiento de una manera bastante conveniente -si no lo suficientemente convincente- para mi, como un recurso de reserva real y efectivo guardado en mi espíritu, que me dio favorables resultados en mis desgracias aparentes, y del que ahora puedo prescindir y quizás guardarlo para un futuro en el que pueda volver a serme útil.
Esto no significa precisamente que me estuviera encaminando de manera inequívoca hacia una reconciliación con el mundo, y en cuanto menciono al mundo, debo decir que hago referencia, por supuesto, de manera específica a su gente; no, nada de eso; el mundo y yo, hasta el final de mi existencia, debíamos de tomar camino paralelos, inconexos e irreconciliables; nada, de seguro podría sacarme de esta determinación a no ser que el mundo cambiase y, ya sabemos bien que esto no va a suceder jamás, por lo menos no de una forma que me resultase a mi lo suficientemente satisfactoria. Por tanto me mantendré huraño ya que misántropo no he podidodo ser dada la empatía con la que he sido provisto muy a mi despecho; mas admitiré en mi mundo este mundo igualmente pequeño que se ofrece ahora a mi disposición. Su mundo. Su vida.
Teresa había llegado a mi vida para desnudarme y hacer visibles mis flaquezas; mas a cambio, por ello habría de entregarme la fuerza impetuosa de su amor que bastó con suficiencia para despejar los tumultuosos pensamientos que fatigaban mi existencia. Me entregaba junto con su compañía, una nueva vida.
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Tautologías: La Melancolía De Lo Absurdo
RomanceLa soledad...,la soledad debe entenderse como la libertad en su máxima expresión. En cuanto nos encontramos cada vez más inmersos en en dicha circunstancia, menos ataduras poseemos respecto al mundo que nos circunda; somos menos dependientes, emoci...