Llullaillaco

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Intento discernir entre la fantasía y la propia muerte casi por deporte.
Un suicidio jamás lo dejaría librado al azar emocional.
Si hay algo que tengo absolutamente decidido es tomar a la muerte por sorpresa y desmenuzarla con una última estocada de autonomía.
Barbitúricos, cigarrillos, una Luna inerte y pálida entre constelaciones, vino tinto, y horas. Muchas horas largas, espesas, para disfrutar y
poder agradecer el que se me haya permitido recorrer tantas millas.
Luego, la cúspide, el Súmmum:
El sueño. El sueño blanco. El de la Niña del Rayo.
¡Esa sí que es una muerte digna de ser vivida!
Tantas veces busqué replicar en sueños su acto final cerrando los ojos y sintiéndome desfallecer en medio de un paisaje tan onírico como real.
Ornamentos de Plata cubren mi frente como así la tuya, Niña del Rayo, y acto seguido la muerte desciende su kilométrico dedo blanco para acariciarme la cara. ¡Ojalá pudiese sentirlo, mi Niña anónima!. Pero el cansancio y el frío se hicieron con mi cuerpo y con mi cerebro. Tal vez sueñe que no moriré, tal vez no sea al fin y al cabo lo que esperaba, tal vez se acerque y me tome entre aquellos dedos blancos sin más penas ni glorias que la mortaja de un Cósmos austero e insípido. Tal vez no recuerde lo que deseaba, entonces así mi muerte perdería toda autonomía y por consiguiente, todo simbolismo. ¿Sería entonces en vano? Ay, Niña. Duerme.
Duerme tú aquel sueño frío, que mis mundanas dudas brotadas de un corazón aún congestionado de sangre, no son dignas de nombrarte.

Cosmic DropDonde viven las historias. Descúbrelo ahora