De piedra negra,
como los pasillos intrincados
de la mente humana.
Si así lo desease podría escapar
pero este es uno de esos casos
en los que no anhelo huír furtivo,
sino adentrarme aún más, extraviarme.
El hilo es de plata, y lo devoré.
Tomé un extremo con los dedos índice y pulgar
y lo dirigí lentamente hacia el fondo de mi garganta.
Una punta me guía hacia la puerta del laberinto,
mientras la otra es ahora
un terrón de azúcar
disolviéndose en aceite hirviendo.
Que agridulce es perder el deseo de la
perpetua fuga.
Distingo una puerta y la abro.
Detrás me aguarda el circo grotesco
del deseo primitivo universal.
Observo hacia todos lados,
hay otras diez puertas que aún
permanecen cerradas.
Un trueno iridiscente ilumina
el techo del laberinto por un segundo
mientras cierro la primera puerta.
Segunda puerta.
Percibo en ella el aroma jazminado
de los jacarandás florecidos durante el otoño porteño. La salteo.
Tercera puerta.
Oscuridad y un ruido agudo, ensordecedor.
Ya no oyen mis oídos,
ya no ven mis ojos,
ya no interpreta mi cerebro,
ya no hurgan mis manos.
Mi lengua es ahora
una misma con el hilo de plata.
Cuarta puerta.
Una habitación completamente vacía a excepción del piso
cubierto en su totalidad por arena.
Al entrar mis pies mudan su piel y ahora son pezuñas del color
del bronce.
Rápidamente
una espesa capa de grueso bello cubre mi cuerpo.
¿Cuánto puede importarme eso ahora
si mis sentidos
sólo son concientes de su existencia
por tener un nombre?
Quinta puerta.
Un oratorio.
Ya no puedo recordar
cuál solía ser mi fé.
Sexta puerta.
El paraíso de los axiomas,
quise quedarme por más tiempo
pero la metamorfosis
no puede permanecer inmutable. Séptima puerta.
Simbolismos.
El cuarto
tiene repletas sus paredes
de símbolos
trazados con tinta púrpura.
En su techo abovedado
hay suspendidas
por medio de siete
finos soportes de oro
siete cabezas humanas
talladas exquisitamente
en mármol blanco de Carrara.
Octava puerta.
Anatómica verdad.
Puedo notar la morfología de mi cabeza alterándose
y los órganos amoldándose a este cuerpo nuevo.
Siento mi propia respiración
caliente, húmeda y rumiante.
Crecen mis huesos,
ahora completamente resignificados.
Novena puerta.
El pasado, el presente y el futuro.
La esquivo también.
Veo que enciende la incertidumbre
tanto al nuevo cuerpo como al viejo.
Décima puerta.
Sacrificios.
Sólo hay una cesta de mimbre
en medio de la habitación.
Tomo todos mis detalles
y con amor
los deposito en ella.
Me despojo de virtudes
y de hermosos recuerdos.
Deposito también
falencias y vergüenzas.
Abandono dulcemente
a mis padres,
mi país, mis costumbres y preferencias.
No soy más aquel humano,
pues ya no tengo principio
ni final alguno.
Llego a la decimoprimera puerta
pero no quiero seguir más allá.
Soy la somatología de todo lo primario.
Me salgo del circuito,
no quiero más carreras.
No tengo nada,
ya nada necesito.
No deseo más respuestas.
No esperaré al Sol.
Soy un ancestral híbrido,
confinado a habitar
por los tiempos de los tiempos
esta rémora de piedra negra.
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Cosmic Drop
Non-FictionDiecinueve poemas escritos a lo largo de diecinueve sesiones de ácido.