Taqfwaj

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la Búsqueda de la Quietud

Meditando en un estanque.
Puedo sentir el agua, mas no verla.
La piel quieta yace sobre un suelo margoso, y bailan las algas entre mis intrusas caderas.
Saben ellas que este no es mi medio, mas no incomodo ni destruyo.
Una injustificada seguridad me aborda desde que mis ojos se cerraron y no puedo hacer otra cosa más que ceder ante la magnitud y potencia de un entorno que me abarca por completo;
por fuera y por dentro.
Cañas y piraguas valsan al frío de la alborada, y son carreteras para insectos ocultos pero perfectamente audibles; todo su trabajo es impecable.
Ni un movimiento de más, ni una acción de menos.
El agua está helada, y más lo está cuando el despojo es material y platónico.
Si hubiese una fiera agazapada preparada para desgarrarme con sus zarpas, me encontraría desprotejido y despojado, es decir, soberbiamente preparado para morir.
Las moscas más pequeñas se posan en mi espalda, haciendo un estudio profundo de mis bellos, mis poros, y tatuajes. Al ser su medio, me someto a su inquisición sin componer el más mínimo movimiento. Parecen querer retocar las asimetrías de mi humana anatomía. Susurran lo triste y exánime de nuestra ingeniería corpórea;
y no dudo que tengan razón.
Algunos insectos sin tanta compasión muerden las partes de mi cuerpo que sobresalen de la superficie del estanque, pero no se alimentan.
Apenas una mordida o dos y parten cabizbajos volando lento, como catadores decepcionados.
De todas maneras el zumbido de sus alas me trae una paz espontánea e incontrolable, les agradezco mucho, lamento no ser de su agrado.
No hay peces. Tal vez por ser pequeño el espejo de agua, o porque este sitio es jurisdicción de los anfibios
que croan con cantos húmedos,
buscando atraer a su amante y proclamando los territorios como propios.
Ellos no se dignan a mirarme tan siquiera. Saben lo que pasará y lo han evidenciado en incontables ocasiones.
En una alberca cuya profundidad no alcanza los cuarenta centímetros, comienzo a hundirme.
Lo sé, lo percibo,
y sigo sin abrir los ojos.
Llegó el momento.
Los hombros son cubiertos con un manto de agua turbia,
las algas contienen unos pies y cintura que ahora me son ajenos.
Mis brazos, laxos,
no se resisten en absoluto,
pues debía así de suceder en esta ceremonia agreste y así sucederá.

Cosmic DropDonde viven las historias. Descúbrelo ahora