Excrucior 62

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Principio la jornada con una
bocanada estranguladora
de oxígeno espeso,
hasta quitarme la ropa de dormir
y las mentiras que repito para
conciliar el sueño.
Es un ritual que
comienza al terminar.
Ouroboros maldito, serpiente lógica.
El rebozo benévolo
de aquel revuelto cotidiano
a estas alturas se disipó
por completo;
los ojos crudos ven y mastican
una realidad violenta.
Inmensas gayolas eléctricas
de concreto
con sus simios bien ubicados
tras los barrotes de contención
evitan que,
por agitar sus platos de aluminio exigiendo un dulce más,
acaben cayendo al vacío
como torpes sacos de piel rellena.
¿Supo vivir aquel
que jamás se cuestionó
la irracionalidad de estar vivo
y de querer seguir estándolo?.
Trago sorbos de té negro
endulzado con plomo
mientras leo ensayos en ropa interior
sobre la alfombra del living.
Últimamente encuentro
en cada párrafo
un sinfín de motivos
para discrepar con su autor,
así que tomo una resma
y argumento
con una pasión
absolutamente desquiciada.
Cigarros, discos,
algunos pormenores de
vehemente esteta,
y tesis sin remitentes ni destinatarios.
El aluvión de emociones
que en un pricipio arrasó
con la delicadeza del entendimiento
dejándolo fangoso y deslavazado,
hoy ha mutado en un
apaciguado arroyuelo
mecido por el sopor
de una habitualidad contaminada.
El incendio acecha.
Las lenguas de fuego
cercaron sus monolitos
y sus gayolas,
mas no todavía
nuestros refugios de marfil.

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