1978

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El encuentro con Sergio se produjo en momentos en el que el país se encontraba sumido en un gobierno militar. Llevaban dos años de dictadura y si bien no había comentarios, era bien sabido por muchos de los desaparecidos misteriosamente. Había un ambiente de silencio en todas partes, que solo se rompía en los momentos en que se jugaba algún partido. Se estaba disputando el Mundial de Fútbol. Aunque la mayoría sabía que ese mundial estaba organizado como tapadera a las barbaries de la represión, el pueblo se sumía en los festejos cada vez que su selección ganaba, como para olvidar lo que estaban viviendo.

Sergio me invito o más bien me obligo a tomar algo y brindar  y yo, solicito, acepté.

Creía haber dejado atrás esa etapa de mi vida, pero el hecho de haberme encontrado con el, hizo reverdecer los viejos entresijos de mi alma. Lentamente me fui dando cuenta que era otra vez atrapado por el pasado.

La conversación verso sobre temas triviales, compañeros de colegio, que como nos iba la vida en el trabajo, la familia. Ahí me entere que se había casado y luego separado. No entró en mas detalles ni tampoco yo le pregunte, pues mientras menos supiera de su vida mejor seria. Se acabaría la reunión y luego si te he visto no me acuerdo. De repente miré mi reloj y ví que habían pasado 55 minutos desde que entramos a aquel bar y ya estaba buscando la excusa para poder irme y sacarme esa espantosa decisión que me carcomía. Nuevamente volvieron a mi sensaciones que creía superadas, pero aunque quisiera librarme de ellas, no podía. Me sentía incomodo, como esperando que dijera algo que me atara otra a vez a él.

Estaba a punto de de decirle- Mirá que tarde se hizo, me tengo que ir, luego si eso te llamo por teléfono y nos encontramos con mas tiempo- cuando me quede con la palabra en la boca, aunque ya sabia de antemano que esa frase no la iba a decir con tanta facilidad y soltura como creía.

Fue entonces cuando dijo – Ahora que nos volvimos a encontrar, tengo algo que proponerte-. Y lo hizo sin sonrisas, sin emociones. Lo lanzo directamente como ordenando – Me vas a ayudar a hacer algo.

No dije nada. Nunca decía nada. Me odiaba. Otra vez volvía a ser el cobarde que fui siempre. ¿Por qué Señor? me repetía, ¿por qué?

Lógicamente ni el Señor ni nadie me respondió. El Señor nunca estaba cuando lo necesitaba, no estuvo nunca desde que permitió que me golpearan, burlaran y arriesgara mi pellejo para nada. Por eso no se a quien le preguntaba. Supongo que interiormente siempre tuve que desarrollarme como buenamente pudiera.

No le respondí nada a Sergio. Me limite a mirarlo fijamente, a las manos.

Habrán pasado tres minutos que a mi me parecieron eternos hasta que sin pensarlo le conteste – ¿De que propuesta se trata?

Siempre me preguntare que habrá sido de mi seguridad en esos momentos. Yo era un tipo corriente, trabajaba, no tenia novia, ni esposa ni nada, con 24 años era independiente, vivía en un departamento que alquilaba en pleno centro y hacia una vida tranquila y ordenada. Nunca me metía con nadie y por eso no pasaba sobresaltos que pudieran trastocar mis rutinas.

Pero al fin y la cabo, el destino nos pone a cada cual en nuestro sitio. El que nos toca y era inevitable que pasara, por muy organizada que tuviera la vida, esto tenía que pasar tarde o temprano, estaba escrito. Lo malo de todo esto, no malo, lo peor es que de todas las personas que podían desacomodarme justamente tenía que ser esta.

Resignado escuche la historia de Sergio y lo que tenía que proponerme, y termine aceptando mi providencia. – No se si te conté que…

Gatos y ratonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora