La salida

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Cuando llegamos al lugar de encuentro, estaban todos preparados. Sergio, que esa noche estaba de buen humor, nos dijo – Eh, ¿donde se habían metido? ¿Se estaban pajeando juntos?

- Cuando veníamos para acá, me dio ganas de mear, le dije riéndome.

- Ojo, que mas de tres sacudidas..., dijo Sergio y todos se rieron, inclusive yo.

-Bueno, vámonos, negro, le dijo Sergio a Velásquez, ¿tenés la lista? Mira que los negros no tienen buena memoria.

- Anda a la concha de tu hermana, dijo Velásquez, acá la tengo.

- Bien, en marcha. Vos Fiu venís conmigo, el resto ya sabe como va.

De reojo mire a Ariel y le trate de mandar mentalmente un mensaje de tranquilidad.

No lo logré.

 Y salimos.

 Los autos eran unos Ford Falcon, de color verde oscuro aunque también había algún azul oscuro. Un detalle que me llamo la atención era la chapa. Terminaban todos en 113. Los asientos delanteros eran enteros, supongo que era para aprovechar todo el espacio posible. Aunque el Falcon era ya de por si un coche grande y espacioso. La palanca de cambios estaba en el volante.

La distribución del grupo fue la siguiente. Sergio y yo en un auto, Pérez y Fernández en otro, Salinas y Rufo en otro y Ariel y Velásquez en el último, el azul.

Enfilamos por el playón y giramos hacia la derecha del cuartel. Dos kilómetros mas adelante cogimos la Avenida Luro dirección al centro, dos años mas tarde estaría la Autopista 25 de Mayo que ahorraría mucho tiempo. Después de unos cuarenta y cinco minutos, llegamos al centro, nos metimos por la zona de San Telmo y al llegar a la calle Piedras giramos por Chile hasta llegar a Chacabuco en donde paramos los autos. Eran calles estrechas pero no importaba pues al haber estado de sitio no había ni un alma por las calles. En el numero 23 entramos en el edificio y subimos al primer piso.

Tiraron la puerta abajo.

A pesar de que recordaba lo que me había dicho Ariel un rato antes, nunca me pude imaginar tanta violencia. El tipo al que "buscábamos" se llamaba Héctor Dipaollo y lo encontramos acostado junto a su esposa. A la pobre mujer, que estaba con un ataque de histerismo, la bajaron de los pelos a rastras, todavía puedo ver el mechón que le quedo a Velásquez en la mano.

 - Quedate quieto hijo de puta, o te boleteo acá mismo, le gritó Sergio.

 Del otro lado del departamento se escuchaban los gritos de los niños. Me asome a la habitación de estos y me di cuenta que eran un varón y una nena. La niña tendría 13 años y el niño unos 8. Rufo y Salinas los estaba sacando a patadas de la cama. Pude ver en Rufo la lujuria que se le dibujaba en la cara al mirar a la pobre niña, que estaba medio desnuda. Cuando estaba a punto de tocarla me acerque rápidamente y le grite – Que haces boludo, anda que te llama Sergio. A regañadientes se fue a la otra habitación. Me acerque a la niña que seguía temblando y llorando.

 -Shhh, tranquila, no grites que va a ser peor, le dije en voz baja, andá con tu hermano.

 Debió ver sinceridad en mi cara pues se callo y se fue junto a él.

En la habitación de matrimonio seguían los gritos, los golpes y las puteadas. Volví hacia allá y ahí estaban Dipaollo y su mujer esposados. Deje que los niños se acercaran pero Salinas los aparto de una patada.

 - A callar pendejos de mierda!!!, les grito. No quiero ni un grito porque sino esta será la ultima vez que ven a sus viejos.

 Sergio asistía impasible a todo. Rufo, quizás descargando el no poder saciarse con la niña, golpeaba a Dipaollo sin piedad, mientras que Pérez se encargaba de la mujer. El tipo tenía los ojos casi cerrados de lo hinchado que estaban. Sangre y lágrimas le recorrían la cara formando un charco en el piso. Del ímpetu Pérez casi se resbala. Sergio se rió y a Pérez le dio un ataque de furia. Abofeteaba a la mujer sin cesar. La cara de los hijos era de pánico total. No creo que se les borre nunca de memoria.

Gatos y ratonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora