El escuadron

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Llegué puntual. Estaba vez no me dieron el cartel de visita ni registraron mi entrada. Sergio me estaba esperando y me llevó al casino, pero esta vez al de oficiales.

 - Hola Fiu, veni que te voy a presentar al Teniente Coronel, es el jefe del cuartel.

- OK, a propósito, le pregunte, ¿Cómo se llama el cuartel?

- Este es re conocido, es el Grupo de Artillería 1 General Iriarte, de lo mejorcito de Buenos Aires.

 El casino de oficiales estaba delante las canchas de tenis, al costado de la entrada,  era un edificio de dos plantas cuyo lujo era muy superior al de suboficiales. Se ve que en el ejército, eso de las clases se cumple a rajatabla, acá se notaba que no veas. Había una cierta pica entre oficiales y suboficiales. Por regla general los oficiales eran de carrera, tenían estudios y eran muy cultos, en cambio los suboficiales era por antigüedad, de ahí sus ascensos cada cuatro años, generalmente sin estudios, solo los imprescindibles para el buen llevar de su rango. El casino tenía salón de juegos con billares, dardos, televisión, mesa para jugar a las cartas y video juegos de los últimos que salieron. A un costado estaba el salón comedor, con sus mesas y sillas haciendo juego, una barra al fondo y la cocina más atrás. Subimos una escalera que nos llevo a la primera planta en las que supuestamente estaban las oficinas administrativas que llevaban todo el papeleo y la contabilidad del cuartel y al fondo estaba el despacho del Teniente Coronel.

El Teniente Coronel Truccini era jefe del cuartel desde hacia 8 años. Había estudiado en

el Liceo Militar de San Martín, un colegio de elite al que solo iban los hijos de los oficiales y algún que otro enchufado. De familia militar, su padre, su abuelo y su bisabuelo habían hecho carrera en el ejército y habían llegado muy alto. Su retoño no iba a ser menos y desde muy pequeño ingresó en el Liceo en donde termino sus estudios recibiéndose de Teniente. Fue trasladado al cuartel de Campo de Mayo, formador por antonomasia de los grandes jefes del ejército. Ahí forjo su fama de duro. Ninguno de sus subalternos quería estar bajo su mando. Era un hombre oscuro, despiadado y sin ningún reparo en hacer lo que sea por el bien de la causa. Era capaz de despertar a la tropa a las dos de la madrugada por el solo hecho de hacerlos correr. Los soldados se caían de sueño y cansancio y más de uno tuvo que ser trasladado a la enfermería por agotamiento extremo. Se dice que hubo también alguna que otra muerte por imprudencia que fue convenientemente disfrazada para despertar sospechas.

Esta forma de ser fue bien vista por sus superiores y su ascenso fue más rápido que cualquier otro oficial. Después de pasar por un par más de cuarteles, al ascender a Teniente Coronel fue trasladado a Ciudadela como jefe del regimiento.

 -Mi teniente coronel, buenas tardes, puedo pasar?  preguntó Sergio

- Adelante  Durvoise, pase

- Mi teniente coronel quiero presentarle a Ricardo Bottero

- Encantado señor…eh, teniente coronel

- Jaja, no se preocupe, es usted un civil, por lo tanto no tiene que llamarme así, llámeme como quiera, aunque me gusta teniente coronel. Dijo tendiendome la mano.

- Ricardo va a empezar a colaborar con nosotros en los grupos civiles de limpieza, es un amigo de la infancia de toda una vida y de mi entera confianza, dijo Sergio.

- Ah, muy bien, ¿esta al tanto de todo? -dijo mirándome.

Antes de que pudiera responder, Sergio se me adelantó.

- Si, mi teniente coronel, esta al tanto de todo y esta deseoso de colaborar para la causa, de hecho esta misma noche sale con nosotros para hacer una recorrida.

Gatos y ratonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora