Paraiso

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-Hola, ¿podría hablar con la doctora Pazos?

-Un momento, ¿de parte de quien?- contestaron del otro lado del teléfono.

-Dígale que de Ricardo.

Mientras esperaba que se pusiera Sonia, Fiu escuchaba los sonidos propios de un hospital, altavoces llamando a doctores, carreras, etc. Gente normal en un mundo normal. Tendrían sus preocupaciones como toda persona normal, harían sus compras normalmente, tomarían mate, te o café, llevarían a sus hijos al colegio, chusmearían con los vecinos; en definitiva una vida normal. El punto era porque el no podía tener una. Porque dentro de la normalidad cotidiana a él le tuvo que tocar la  peor parte. ¿Es que había alguien allá arriba que repartía las suertes a dedo y lo había señalado a el? Y si alguien lo había señalado, ¿en que se basaba su criterio? ¿Existe el destino y realmente esta marcado para cada uno de nosotros?

Recordaba haber estado casi dos horas dentro de la ducha hasta que se le pasaron los espasmos provocados por el llanto y el dolor que sentía dentro,  y que se le había quedado la piel tan arrugada que pensó que se le caería a tiras. Algo pudo dormir pero fue un sueño tan liviano que se sobresaltaba con cualquier ruido por mínimo que sea; y cada vez que pasaba eso veía que estaba empapado de sudor. Se levanto tarde y se tuvo que duchar de nuevo. Cambió las sábanas que estaba prácticamente mojadas y a duras penas pudo desayunar algo. Luego, decidió llamar a Sonia.

-Hola Ricardo, como me alegro que me hayas llamado- dijo Sonia.

Esa voz fue como un bálsamo para Fiu, como caminar por una selva tupida, impenetrable, peligrosa y de repente abrirse un claro y ver un paisaje como sacado de un cuadro, algo que no encajaba para nada con lo que uno había dejado detrás y lo difuminaba.

-Hola Sonia, no sabes como me alegra a mi escucharte- contestó y notó que se le llenaban los ojos de lágrimas. 

-¿Estás bien?-preguntó Sonia.

Que lista que es, madre mía, -pensó Fiu- como si me conociera de toda la vida.

-Si, perfectamente, ¿Por qué lo decís?

-No se, nada, me pareció. No me hagas caso. ¿Cómo andás?

-Bien, pero con ganas de verte. ¿Qué turno tenés? Bueno, perdón, si querés, claro.

-Jaja, si que quiero. Salgo en una hora, fue una noche tranquila. ¿Nos vemos en algún lado?

-Estaba pensando en que... si...  uff, espero que no suene muy descarado, si querrías venir a mi casa. Todavía no almorcé y espero que vos tampoco. Podría preparar algo y comemos acá.

-No seas tonto, me encantaría. Además, no tengo muchas ganas de andar dando vueltas por ahí y me parece una idea estupenda.

-Bueno, ya sabes donde vivo, así que, voy a ver con que te puedo sorprender para comer.

-No te molestes mucho, con cualquier cosa nos arreglamos. Yo llevo el vino y vos ponés el resto.

-Muy bien, no tengas prisa (date prisa) voy preparando todo para cuando llegues.

-Nos vemos en un rato entonces, chau, un beso.

-Chau.

Apenas colgó el auricular, sonó el teléfono. Atendió pensando que era Sonia que se había olvidado algo que decirle, pero no, era Ariel.

-¿Qué haces che?- dijo Ariel

-Hola Ari, ¿Cómo estas? Nada, iba a preparar algo de comer porque invite a Sonia.

-Ah, entonces no quiero molestar.

-Si no molestas che, ¿Qué decís? Además tengo que contarte los últimos acontecimientos. No te imaginas lo que tuve que pasar y ¿a que no vistes a Sergio estos días?

Gatos y ratonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora