El cuartel

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-  …que soy militar- dijo.

- No lo sabia, ¿cuando te hiciste milico? - le respondí y dije milico en voz muy baja, casi un susurro, como arrepentido de decir lo que dije porque que no estábamos en época de decir mucho y a decir verdad, cuando lo mire fijamente me di cuenta del corte de pelo y la típica marca que le dejaba la gorra en la cabeza.

El habrá visto mi cara de miedo, esa que vió millones de veces y se echo a reír.

- No te asustes che, que no soy del servicio secreto.

- No, si no me asusto. Mentí.

Estaba cagado de miedo. La época era jodida y era vox pópuli (o casi) lo que pasaba desde hacia dos años. Los desparecidos, las torturas, todo. Nunca me había tocado de cerca, no había hecho ni siquiera la colimba alegando un problema de asma, que si bien estaba controlado, existía realmente. Así que su confesión, (¿confesión?) me pillo por sorpresa.

- Si, ingrese de voluntario en el año 73, después de terminar el colegio me di cuenta que era la forma de ganar un dinero fijo sin demasiado esfuerzo, bah, levantarse temprano, y esas cosas pero poco mas. Así que, por intermedio de mi padre, que le arreglaba el auto en los talleres donde trabaja a un Capitán, este me hizo una carta de recomendación para entrar en el Grupo de Artillería 1 en Ciudadela. Ahí estoy desde ese tiempo, ahora soy Sargento 1º. Tenés que venir a verme algún día y te muestro el cuartel.

-Claro, me encantaría conocerlo, dije. Realmente no quería conocer nada, no quería conocer el ejército, ni los militares y me hubiera gustado, definitivamente,  no conocerlo a él.

-Entonces te espero mañana a las nueve ahí.
Se me puso la piel de gallina.

- Sabes donde queda?

-Si, conozco un poco la zona, conteste.

-Bien, mañana nos vemos. No sabes como me alegro el haberte encontrado. A ver si retomamos nuestra amistad.

-No me falles, dijo, y lo hizo con una mirada que nunca había visto en el.

Terror. Eso tenía. Terror a conocer el cuartel, terror a entrar en ese mundo desconocido pero sobre todo tenia terror a esa ultima frase.

No me falles.

Tres palabras que dichas en boca de otra persona hubieran sonado a esperanza, en  boca de Sergio sonaban a

(retomamos nuestra amistad)

problemas serios, muy pero que muy serios.

 Me fui a casa, desorientado, asustado y preocupado. Tan absorto estaba con mis pensamientos que no me percate de que mi vecina del 2º me estaba saludando. En otras circunstancias  me hubiera detenido a charlar con ella y estirar el tiempo puesto que me gustaba mucho pero pase por al lado de ella sin mirarla apenas. Al llegar puse la pava y me prepare unos mates mientras pensaba en los acontecimientos del día de hoy. Que mala suerte, pensé, tener que encontrármelo justo ahora. Encima tener que verlo mañana también.  Trataba de buscar alguna excusa para no ir mañana pero no se me ocurría ninguna, ninguna razonablemente valida. Ni siquiera tenía el teléfono del cuartel o de la casa para llamarlo e inventarme algo para  no ir. Pero sabia, que aunque lo hubiera tenido me hubiera faltado el valor para llamarlo.

(no me falles)

No podía, mi cuerpo no hacia caso de lo que mi mente le ordenaba. Estaba paralizado.

Cansado de cavilar, apagué las luces y me acosté rogando que al despertarme todo hubiera sido un sueño.

Clic.

No podía dormir, el reloj marcaba las 4:40 en grandes números blancos.
Cerré los ojos.

Clic. 4:41

Gatos y ratonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora