Capítulo 8: "Un bate de béisbol, mi vida"

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Aaron decidió devolverme a mi hogar mediante su auto. Una vez allí, me bajé, lo saludé y observé recelosa mi casa. Todas las luces se hallaban apagadas, parecía una boca de lobo. Pude notar que el auto de mi padre seguía en la cochera, de modo que ellos no se habían marchado de casa, ¿Estarían durmiendo tan temprano? Me resultaba ilógico.
Entré aguardando silencio y prendí la luz cuanto antes, pero no había electricidad. Estaba todo desordenado. Era un caos. Cosas rotas y tiradas. Faltaban las fotos enmarcadas en las paredes, algunos libros de la biblioteca de la sala regados en el piso y mucho más no pude distinguir. Me acerqué a las ventanas y las abrí para que la tenue luz de la luna me ayudara a ver mejor. Pisé sin querer, varios marcos y los rompí. Sin embargo, uno de aquellos me llamó la atención. Adentro de éste se hallaba una foto mía, pero esa misma estaba modificada; ahora mi cara estaba completamente raspada, como si quisieran borrarme la identidad... ¿Qué había sucedido aquí?
Entré a la cocina. La heladera estaba abierta y completamente vacía. Mugre decoraba el piso y, tras los armarios, cajas vacías de cartón se hallaban descansando. Esto ya no era normal.
Pasé enfrente del espejo de la sala de estar. Allí estaba eso, aquella cosa o espíritu que buscaba poseerme y que, según mis conclusiones, había hecho todo esto. Lo observé con una mirada llena de convicción, ya no le temía. Tomé un jarrón que yacía arrojado en el suelo y lo revolee con ira hacia ese espejo logrando romperlo en cientos de pedacitos. Las voces de los niños y la canción infantil que había oído en el baño de la escuela volvieron a mi cabeza como un relámpago. Pude identificar entre todo ese sonido la risa de Matt.
-¿Matthew? ¿Dónde estas?- mascullé al oírlo una y otra vez.
El ruido parecía proveer de la habitación de mi hermano, de modo que, sin pensarlo dos veces, me dirigí corriendo hacia allí. Abrí la puerta bruscamente y me encontré cara a cara con ese ser tan horripilante e inhumano. Me petrifiqué ante aquello. Me hubiera gustado pedir ayuda, pero estaba cansada de hacerlo. Con una mirada llena de ira y de rencor, tomé el bate de béisbol que antes era de Matt y, sosteniéndolo firmemente, traté de golpear a aquella cosa. Apenas me acerqué, ese ente desapareció de allí con un silbido suave y agudo. No era momento de jugar para mí.
-¿Dónde está Matthew? ¿Qué hiciste con mis padres?- pregunté una y otra vez mientras zarandeaba mi bate por el aire tratando de creer que aquel ser tenía un cuerpo de carne y hueso al cual podría golpear.
-Maldita perra... ¿Ahora te escondes?- volví a insistir gritando a la nada.
Pronto pude notar cómo los libros de la estantería se caían uno tras otro, pude apreciar el silbido que rompía mis tímpanos sumado a golpes en las paredes.
Grité llena de agonía y me largué a llorar por la simple ira de no encontrar una respuesta entendible. Logré divisar, en la puerta del baño, una especie de cruz invertida con palabras en latín y formas raras rodeándola, pero, lo más curioso, era que estaba hecho con sangre ya que el olor era insoportable. Apestaba a cadáver podrido.

"Peccatum salvi non fit remissio. Inite anima, cedere infernum"

Esa frase se podía oír con un tono grave y ronco, parecía palabras en latín. Se repetían una y otra vez, parecía una especie de ritual satánico.
Pude escuchar con poca claridad, el sonido de las teclas del piano de la sala. Creí que podría ser mi madre y corrí hacia allí. Pero, como una estúpida, no pensé lógicamente... ¿Qué clase de madre tocaría el piano en medio de una casa hecha un caos? Por supuesto que ninguna. El piano se tocaba solo, era algo extraordinariamente tenebroso, ¿Cómo era posible? No lo era, sólo era mi imaginación. Eso fue lo que quise creer ya que un libro muy conocido llamado "El caballero de la armadura oxidada" decía textualmente: el dragón del miedo y la duda son ilusiones. Entonces pensé que ese espíritu era mi dragón y que no debía creer en él. Todo era una ilusión, la casa hecha un caos, el ente horripilante que trataba poseerme, todo era una maldita pesadilla irreal. Estaba perdiendo la poca cordura que me quedaba. Pero, quizás, el cuento no se refería a esto exactamente.
-¡Ayuda! No quiero estar aquí un segundo más. Por favor... Alguien líbreme de esto- grité mientras trataba de abrir la puerta de salida, sin embargo, era inservible, la cerradura no se movía.
Miré hacia atrás, el espectro se encontraba al final del pasillo y se acercaba de a poco hacia mí... Tenía que largarme lo más pronto posible. Tomé el bate de béisbol y, un poco apenada por lo que iba a hacer, rompí una de las ventanas que daban a la calle. Salté por ella y corrí sin pensar hacia donde me encaminaba, solo quería alejarme de allí.
Corrí y corrí hasta que me faltó el aire. Me detuve en un bar y decidí pedir un trago de lo más fuerte que haya allí. Me dieron un baso pequeño con un líquido trasparente. Lo tomé de un sorbo, como si fuera una medicina. Era horrible, amargo, rancio, me dejó una sensación peor a la del Fernet.
-Eres el primer cliente que se bebe eso de un sorbo, tienes agallas chiquilla- comentó el barman.
Me reí irónicamente.
-Esto no es nada comparado con lo que acabó de vivir. Quiero una recarga- repliqué angustiada.
Todos me miraron por mi hazaña que parecía ser normal para mí, cuando la verdad era que el alcohol me parecía horrendo... Entonces, ¿Por qué decidí tomarlo? Quizás quería ahogar mis penas en él.
Me senté en una mesa mientras bebía de a poco esa bebida que cada vez me parecía menos asquerosa. Pronto me sentí mareada y con náuseas.
Pude divisar, entre mi vista nublada, al conocido príncipe entrar al bar.
Me reí mientras el hipo me invadía.
-Mira quién esta aquí, ¡El principito!- comenté perdiendo la escasa cordura que me quedaba. Era evidente: si no la perdía en mi casa, la iba a perder por el alcohol.

La luna sangrientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora