I. Si llega la Luz, llegamos nosotros

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—Buenos días a todos desde Berkeley, Euve, donde son las 6 de la mañana. Sabemos que no es fácil madrugar, así que hoy os traemos una dosis de música clásica para empezar bien el día. ¡Disfrutad!

Oh baby, baby, how was I supposed t-

El sonido del agua ahogó las voces provenientes de la radio. Jana cerró los ojos, aprovechando el momento para pensar en el día que le esperaba. Sonrió, olvidando por un instante el chorro de agua que le golpeaba la cara. Mala idea. Una vez expulsó toda el agua que se le había atragantado, se lavó el pelo y el cuerpo rápidamente y salió de la ducha, dejando atrás su momento de reflexión.

Volvió a su habitación, se puso su uniforme nuevo y se recogió el pelo tal y como lo ordenaba el reglamento de la Agencia. Lo tenía un poco más largo de lo que le gustaba, casi por los hombros, pero el lazo —azul, del mismo color que la camisa— ayudaba a que no le molestara en la cara. Se maquilló, nada demasiado llamativo, pero lo suficiente para sentirse un poco más guapa que de normal: un poco de colorete, raya de ojos y, para complementar su tono de piel, sombra de color marrón.

Después de desayunar —dos tostadas con fruta y un café con leche, como todos los días—, salió de casa con cuidado de no olvidarse nada. Hoy era demasiado importante, todo tenía que salir bien.

El paseo hasta su nave se le hizo más agradable de lo habitual. Estaba amaneciendo y el cielo tenía un tono rosáceo, que contrastaba ligeramente con el azul tan característico de Fermi y el blanco de Izve, la luna helada de Euve. El agua del mar junto al que andaba estaba tranquila, de forma que reflejaba y resaltaba todos los colores del firmamento. —pensó Jana—, hoy va a ser un buen día.

Alcanzó la nave y en cinco minutos llegó a la sede central de la Agencia, en el sur de Berkeley. Se trataba de un edificio curvo, recubierto de cristal, que se suspendía parcialmente sobre el más grande de los tres ríos que cruzaban la ciudad. Jana se dirigió hacia el punto más alto del edificio, saludando a compañeros y enseñando su acreditación en los puntos de control que se encontró por el camino. Cuando llegó al último piso, se encontró con Marjory, la secretaria del señor Shenton.

—Buenos días, Marjory. ¿Está el señor Shenton en su despacho?

—¡Jana, cariño! Qué alegría verte, debes de estar contenta hoy. ¿Sabías que las chicas del primer piso estaban hablando sobre ti en la cafetería? Que si eres la más joven en llegar a este nivel, que si se dice que dentro de nada dejarás atrás el uniforme... No sabes las caras que han puesto cuando les he dicho que somos íntimas amigas.

Jana no pudo esconder la pequeña risa nerviosa que le salió al escuchar esas palabras, e intentó guiar a Marjory hacia el hilo conductivo de su conversación.

—Sí, ya me imagino. Eh... Marjory... ¿el señor Shenton?

—¡Ay! Sí, sí. Perdón, que me voy por las ramas. Sí que está dentro, pero está en una reunión imprevista, así que igual tienes que esperar un poquito para entrar.

—No pasa nada. Gracias, Marjory.

—No las des, cielo —respondió la secretaria. Señaló a un montón de papeles que tenía a un lado del escritorio—. Mira, nos han llegado los folletos nuevos, por si quieres entretenerte mientras esperas.

Jana sonrió a Marjory en forma de agradecimiento y se sentó en uno de los asientos de la sala de espera con un folleto. Como en todos los folletos informativos de la Agencia, destacaban los colores vivos del logo circular que representaba el sistema solar de Trapwan: en el centro, representado con color amarillo, se encontraba la estrella Trapwan y, a su alrededor, siete círculos de distintos colores representaban las órbitas de los siete planetas. El logo iba acompañado por un pequeño texto.

Bajo la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora