VI. La solitaria y el solitario

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Jana no sabía cuántas horas habían pasado cuando la puerta volvió a abrirse, pero habían sido suficientes para que el olor a comida que entró en la habitación hiciera a su estómago gruñir.

Con la comida entró Vera, que sin decir una palabra dejó la bandeja que llevaba en la cama —aún en medio de la habitación— y volvió al lado de la puerta a apoyarse contra la pared, tal y como lo había hecho la última vez que había estado allí. Jana lo observó todo desde la cama, confusa.

—¿No vas a decir nada? —No era que esperara un saludo efusivo con abrazo y beso incluidos, pero la actitud fría de la chica la había desconcertado.

—¿Para qué? ¿Para que vayas corriendo a contárselo a tus amigos los polis? No, gracias.

Jana intuyó que sería mejor no contestar, así que pasó a mirar la bandeja que le había traído Vera. Sus contenidos no eran abundantes, ni especialmente apetecibles: había un bol con algún tipo de puré, un platito con pan, otro plato con un trozo de carne y una mezcla de fibras negras y azules —Jana no se atrevía a pensar en lo que podrían ser— y una botella de agua. Alargó la mano hacia el pan.

—Eso es para el desayuno —No esperaba escucharla hablar, pero cuando clavó la vista en ella vio que estaba mirando a la pared delante de ella, como si no hubiera dicho nada.

—Oh —Decidió empezar entonces por las fibras de apariencia extraña, para quitárselas de encima desde el principio.

—La ensalada es lo mejor, yo la dejaría para el final.

Aunque Vera seguía evitando su mirada, Jana decidió hacerle caso. Empezó por el puré, que no sabía mal pero tampoco bien, antes de pasar a la carne, tierna pero insípida. Mientras comía, en la habitación solo se oían los sonidos que hacían los cubiertos al chocar con el plato, y Jana se preguntaba si el cuchillo con el que cortaba la carne serviría también para cortar la tensión, que se estaba volviendo inaguantable.

Terminó de comer la carne y pasó a la mezcla a la que Vera había llamado "ensalada". Esperaba no tener que arrepentirse de haberle hecho caso. Usó el tenedor para separar unas pocas de las fibras oscuras y se las llevó a la boca, donde inmediatamente experimentó una explosión de sabores que la pilló por sorpresa tras la insipidez general del resto de la cena (o lo que ella había supuesto que era la cena, porque en realidad seguía sin saber qué hora era). Un tímido sonido de placer escapó de su garganta.

Miró de reojo a Vera mientras seguía comiendo y, aunque aún mantenía la mirada fija en la pared, a Jana le pareció ver una pequeña sonrisa en sus labios. Después de eso, la ensalada le supo aún mejor.

No tardó en terminar la ensalada, y Vera no tardó en acercarse a ella en cuanto lo hizo. A pesar de que parecía menos tensa que cuando había llegado, mantuvo su silencio y evitó la mirada de Jana mientras dejaba el platito con pan en la cama, cogía la bandeja y se iba hacia la puerta.

—Gracias —Vera se paró con la mano en la puerta—. Por la cena —Al ver que no iba a recibir una respuesta, Jana continuó—. Buenas noches.

Si hubiera sido capaz de mirar a otro sitio que no fuera la parte trasera de la cabeza de Vera, Jana habría visto la forma en la que sus dedos apretaron la manilla de la puerta dos veces y respiró hondo antes de girar la cabeza levemente.

—Buenas noches.

Y con eso se fue, dejando a Jana sola de nuevo.

Miró a su alrededor y, viendo el vacío de la habitación y las nulas posibilidades de entretenimiento, decidió apagar la luz y tumbarse a esperar al sueño. En la chimenea, el fuego crujía y proyectaba luces y sombras en todas las superficies de la habitación, creando así un ambiente cálido. Sin embargo, su mente no se callaba. No podía dejar de pensar en todo lo que había pasado ese día y el anterior, en todo lo que había cambiado su percepción del mundo en el que vivía.

Bajo la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora