Bajo la aurora

III. Mamá

Suspendida. Diez días.

No se lo podía creer.

Era incapaz de olvidar la cara del señor Shenton cuando, horas después del robo y tras usar tres modos de transporte distintos, había conseguido llegar a la sede central de la AMT y contar lo sucedido. El director había intentado disimular lo defraudado que estaba con ella, pero Jana había visto su expresión antes de que pudiese camuflarla. Era una expresión que nunca antes había visto en su cara, que normalmente brillaba con orgullo.

Lo primero que hizo al llegar a casa fue llorar.

Los dos primeros días los pasó en casa, en pijama, alternando entre mirar al techo y mirar por la ventana, comiendo pasta de sobre y cenando sopa de sobre, pensando en todo lo que la había llevado a este momento, todos los errores que había cometido y, sobre todo, pensando en ella.

Ella, la chica que la había distraído con su cara bonita y le había robado las llaves de la nave en las narices. Ella, que la había saboteado en el día más importante de su carrera laboral y se lo había restregado en la cara. Ella, que había dejado a Jana sin nave, sin trabajo y sin dignidad en un instante.

Jana siempre se había considerado una persona pacifista, pero tras darle muchas vueltas al asunto, había llegado a la conclusión de que estaría dispuesta a dejar sus ideales de lado si se la volviera a cruzar.

El tercer día, se quedó sin comida.

Tenía dos opciones: quedarse en casa sin salir de su burbuja de autocompasión y pedir comida a domicilio o ducharse, vestirse y salir a hacer unas compras. La primera opción era tentadora, pero sabía que no era la que le convenía, así que recogió todas sus fuerzas y se dirigió al baño para empezar a prepararse.

Mientras se vestía se dio cuenta de que llevaba varios días sin ver a su madre, así que decidió pasar a verla antes de hacer las compras. Salió de casa y empezó su camino, notando la ausencia de su nave con cada paso que daba. Tres cuartos de hora y un viaje de tren submarino después, estaba llegando a la habitación de su madre.

Jana fue a llamar a la puerta y estuvo a punto de chocarse con Katherine, que estaba saliendo de la habitación en ese momento.

—¡Hasta mañana, Jun! Ay, hola, Jana —dijo de forma acelerada, como si tuviera otros mil sitios en los que estar y parar a respirar fuese un gasto de tiempo innecesario. Jana nunca la había oído hablar de otra manera—. ¿Qué tal estás? Llevábamos varios días sin verte.

—Lo siento, Katherine. He estado liada con cosas del trabajo, ya sabes —Jana esperaba que no le hiciera más preguntas. Por favor que no le hiciera más preguntas. Lo último que quería era tener que explicarle que la habían suspendido porque su nave había sido robada por una chica guapa con ojos claros de mirada profunda y labios gruesos y piernas lar-

—¡Claro, el ascenso! Y además estaréis hasta arriba de trabajo con todo eso de la expansión. Bueno, en algún momento nos tienes que poner al día, ¿eh? —dijo a la vez que le ponía una mano en el brazo a Jana. Al hacerlo, expuso el reloj que llevaba en la muñeca y vio la hora— ¡Uy, si ya son las dos! Lo siento, Jana, tengo que irme, pero no te olvides de que tenemos una conversación pendiente —Empezó a marcharse, pero siguió hablándole a Jana por encima del hombro, hablando más y más alto cuanto más se alejaba—. Ah, y tu madre está dentro. ¡Acaba de comer! ¡¡Parece que hoy está teniendo un buen día!! ¡¡¡Adiós!!!

Katherine giró la esquina y dejó a Jana sola en el pasillo, nerviosa por lo que le esperaba al otro lado de la puerta.

Se encontró a su madre sentada al lado de la ventana, mirando al exterior, a la bahía sobre la que se encontraba el centro. El sol entraba por la ventana y la iluminaba, creando un halo a su alrededor. Como cada vez que venía, Jana sintió que el corazón le dejó de latir en los segundos que tardó su madre en mirarla. Volvió a latir en cuanto vio el reconocimiento que brillaba en sus ojos y la sonrisa que iluminaba su cara.