V. Zink

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Despertó lentamente.

Primero notó el calor, que la envolvía y la acariciaba suavemente. A continuación, percibió un olor que la transportaba a su infancia, a tardes frías con su madre en las que encendían el fuego y pasaban horas a su alrededor, comiendo, riendo, hablando de todo y nada. Sí, eso era, olía a leña quemada. Por último, reparó en la superficie sobre la que estaba tumbada: era más dura que su cama, pero más blanda que el suelo.

Se revolvió, se estiró y, con gran esfuerzo, abrió los ojos.

Los recuerdos le vinieron todos juntos. La visita a su madre, las horas en el puerto espacial, Aglaonike, la traición de Nico, el encuentro con la ladrona, la persecución policial, la Oscuridad y, después de eso, nada. Oscuridad.

Intentó no dejar que el pánico la controlara. Tenía que averiguar dónde estaba.

Las luces estaban apagadas, pero la luz proveniente de una pequeña chimenea en un costado de la habitación le permitía diferenciar algunas formas básicas. Pudo ver que se encontraba en una habitación con paredes claras y curvas en las que rebotaba la luz. A parte de la cama en la que estaba Jana —estrecha, incómoda, apartada contra la pared más alejada del fuego— y la chimenea, estaba completamente vacía: ni muebles, ni ningún tipo de decoración, ni siquiera una ventana. Daba la sensación de estar en una cueva.

En cada lado de la habitación había una puerta, dos en total. No las había visto antes porque eran del mismo color que las paredes, pero ahora se levantó de la cama y decidió investigar a dónde llevaban. En cuanto apoyó los pies en el suelo, tomó un momento para agradecer que hubieran encendido la chimenea, porque el contraste de temperatura no era pequeño, y que le hubieran quitado los zapatos para meterla en la cama, aunque pensar en eso último la incomodaba un poco. Que sí, que la habían secuestrado, pero al menos se habían asegurado de que estuviera cómoda.

Probó a abrir la puerta que tenía a su izquierda y descubrió que al otro lado había otra habitación con forma de semiesfera, un poco más pequeña que la anterior. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la oscuridad profunda de la sala, pudo ver que dentro había una bañera, un retrete y un lavabo: era el baño. No parecía de gran interés en ese momento, así que se dirigió a la otra puerta. Era de esperar, pero aún así se llevó una decepción cuando no se abrió. Lo volvió a intentar. Ni un milímetro.

Igual era momento de empezar a ponerse nerviosa.

Tras otro par de intentos, asumió que no iba a conseguir abrir la puerta, así que tendría que buscar otra forma de salir si no quería morir allí. Miró a su alrededor y, con ayuda de la luz del fuego, descubrió un pequeño botón que sobresalía de la pared al lado de la puerta cerrada. Dudó un segundo, preguntándose si se trataría de algún tipo de alarma que avisaría a sus secuestradores de que estaba intentando escapar, pero decidió arriesgarse y pulsarlo. Se encendió la luz.

Sus ojos tardaron un par de segundos en ajustarse a la claridad. Ahora, Jana podía ver que las paredes tenían un color blanco casi traslúcido bajo el cual se apreciaban tonos azulados, al igual que el suelo y el techo, haciendo que, incluso con la luz encendida, no fuera fácil saber dónde acababa uno y empezaba el otro. Miró hacia arriba y vio el origen de la luz, un tipo de bombilla de forma circular y plana que había en el centro de la habitación, tan potente que Jana no pudo mirarla más que un instante. Sin embargo, volvió a mirar cuando se dio cuenta de que había visto un reflejo extraño.

Bingo. La luz cercaba lo que parecía ser una ventana, pero Jana no podía percibir nada al otro lado, como si alguien la hubiera tapado desde fuera. Pero eso no importaba, una ventana era una apertura y una apertura era una vía de escape. Necesitaba llegar a esa ventana y necesitaba hacerlo rápidamente.

Bajo la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora