VII. Visita guiada

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Al igual que la mañana anterior, Jana se despertó de golpe. El corazón le latía contra las costillas y el cuerpo entero le sudaba a causa del sueño que había tenido. Sin embargo, había una diferencia esencial entre los dos días, y se trataba de la naturaleza del sueño del que acababa de despertar.

La noche anterior había soñado sobre el fin del mundo, o al menos esa era la sensación con la que se había despertado. Esa noche, en cambio... se ruborizó solo de pensar en lo que había soñado esa noche, y agradeció por primera vez la soledad de su confinamiento. Menos mal que no había nadie allí para contemplar el color en sus mejillas y el pánico en sus ojos, porque no habría sido capaz de soportar la vergüenza de no ser así. Tenía que calmarse de alguna forma.

Pensó por un momento en aliviarse en unos minutos, pero no tardó en descartar la idea. Para empezar, podría entrar alguien en cualquier momento y, a decir verdad, no entraba en los planes de Jana que la pillaran en un momento así. Además, sabía que si lo hiciese no podría evitar pensar en ella, y algo le decía que acabaría sintiéndose culpable por visualizarla de aquella manera. Suficientemente culpable se sentía ya por el sueño.

Al final optó por la vieja confiable: un baño de agua fría para recuperar la razón. Cogió la toalla y se dirigió rápidamente al baño, donde abrió el grifo de la bañera, se quitó la ropa con la que había dormido —nada más que la camiseta y la ropa interior, ahora algo molesta, que le habían dejado el día anterior— y se metió en el agua helada sin pensárselo dos veces. El efecto fue inmediato. Todas las imágenes que invadían su mente desde que se había despertado desaparecieron, dejando paso a un único pensamiento: joder, qué frío.

No se demoró y, unos minutos más tarde, ya estaba vaciando la bañera y secándose con la toalla. Se dio cuenta de que con las prisas se le había olvidado llevar la ropa al baño, así que volvió a la habitación para vestirse. Primero se vistió de cintura para abajo, porque todavía tenía el pelo húmedo. Estaba sacudiéndose el pelo con la toalla cuando escuchó la puerta abrirse.

Una exclamación. Giró la cabeza. Vera, congelada bajo el marco de la puerta con la boca ligeramente abierta.

Unos instantes más tarde, reaccionaron las dos. Jana se tapó el torso desnudo con la toalla, mientras que Vera se tapó los ojos y salió de la habitación, no sin antes chocarse con el marco de la puerta, murmurando palabras de disculpa y arrepentimiento como si le fuera la vida en ello. El clic de la puerta fue ensordecedor.

Jana sentía que a su cerebro le había dado un cortocircuito. Se quedó unos segundos mirando la puerta fijamente, con los ojos abiertos y las manos sujetando aún la toalla contra su pecho. Poco a poco, un calor intenso se extendió por su cuerpo, llegando hasta sus mejillas, sus orejas y su abdomen, y Jana llegó a la triste conclusión de que el baño frío había sido en vano. La sensación con la que se había despertado estaba volviendo con fuerza.

No era momento de pensar en eso, y menos aún teniendo en cuenta que Vera estaba justo al otro lado de la puerta, así que intentó despejar su mente de imágenes impropias y se puso el sujetador limpio. Por encima, se vistió con una camiseta ajustada y un jersey blanco, cálido y de tacto suave. A continuación, se calzó e hizo amago de hablar, pero la voz no le llegó a salir. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo.

—¡Pasa!

La puerta se volvió a abrir, esa vez mucho más despacio, hasta que Vera asomó la cabeza, con los ojos entreabiertos —probablemente para poder cerrarlos rápidamente en caso de que Jana aún no estuviera presentable—. Los abrió del todo cuando la vio vestida y entró en la habitación, dejando la puerta abierta detrás de ella.

—Buenos días —saludó, con la voz un poco ronca. Parecía que Jana no era la única que tenía la garganta seca. Jana sabía que se estaba dirigiendo a ella porque no había nadie más en la habitación, pero mientras hablaba su mirada volaba por la habitación, evitando a toda costa mirarla a los ojos—. Traigo buenas noticias. Espera, ¿todavía no has desayunado? —preguntó mirando al pan que seguía al lado de la cama— Si ya casi es mediodía. Bueno, da igual, lo puedes comer por el camino.

Bajo la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora