7| El nuevo trato

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—Sigo sin poder creerlo—dijo Lin, poniendo una mano sobre sus labios, a causa de la impresión por lo que nos acababa de contar Mila.

     —No pienso que sea en serio, es decir, el maestro Gonzales será muchas cosas, pero nunca aceptaría un soborno—comenté yo, dudativa.

     —¡Te lo digo yo!—exclamó mi otra amiga, echando su larga cabellera castaña detrás de sus hombros— Vi con mis propios ojos como Carlo puso un billete entre las hojas de su examen, y ahora que han dado las calificaciones ha sido de las notas más altas, ¿me vas a decir que no es sospechoso?

     —Viéndolo de esa manera, lo es—expresó Lin—. Es decir, siempre reprueba y justo ahora saca un nueve, es mucha coincidencia.

     Hice un gesto para simular que consideraba lo que decían mientras me fijaba en el resto de mis compañeros que corrían alrededor de la cancha. Era miércoles, tercer periodo y se suponía que estábamos en clase de cultura física, pero ninguna de nosotras tres hacía algo realmente. Habíamos empezado a correr como el resto de la clase, sin embargo, cuando el profesor se distrajo —como era costumbre— charlando con la joven enfermera que cubría su pasantía en nuestra escuela, decidimos simplemente caminar, hasta que en determinado punto simplemente nos quedamos paradas a platicar.

     —¿No me crees?—me preguntó la castaña.

     La verdad es que le creía, pero no quería hacerlo. Deseaba vivir en un mundo en el que un adolescente no sobornara a un maestro solo por sacar una buena nota, o en el que un docente no se rebajara al grado de aceptarlo, pero a decir verdad, mi lado realista me decía que, de hecho, era algo más común de lo que pensaba. No era la primera vez que ocurría y sin duda tampoco sería la última.

     —No lo sé...—le respondí— No creo que...

     —¡Baéz, Espinoza, Hernández!—me interrumpió el profesor, llamándonos y atrayendo la atención del resto de nuestros compañeros consigo— Por su culpa el resto del grupo dará tres vueltas más y si no hacen lo mismo en este instante serán cinco.—Todos se quejaron y nos dedicaron miradas de reproche mientras hacían lo indicado; nosotras nos unimos y no pude evitar enfadarme con el hombre, porque con los casi tres años que llevaba teniendo clases con él jamás lo he visto hacer un abdominal o correr una vuelta en la cancha.

     El cliché de que los maestros de educación física eran gordos que comían comida chatarra y no movían un músculo mientras nos obligaban a hacer lo contrario se acoplaba a él a la perfección. Porque ¿para qué describirlo? Cualquiera puede hacerse una imagen mental de él en base a lo que acabo de decir.

     Rodé los ojos y empecé a pensar en una canción cuya letra pudiera reproducir en mi mente para distraerme del hecho de que ya no podía dar un paso más. Mis piernas flaqueaban, sentía que me faltaba el aire y estaba segura de que si seguía a ese paso sólo lograría desmayarme, lo cual... no era una mala idea, después de todo, acabar en la enfermería, descansando mientras el resto de mi grupo hacía actividad física, era tentador.

     Por unos segundos me planteé la idea de tirarme al suelo y fingir que me había roto una pierna, pero lo descarté cuando todos dejaron de correr y se acercaron al profesor que estaba por dar indicaciones. No me quedé atrás y me arrinconé entre el tumulto de gente que lo rodeaba.

     —Como ya han calentado.—Claro, como a eso se le puede llamar calentamiento— les daré la llave de la bodega. Saquen el material que quieran para jugar básquet, fútbol o lo que sea.—Sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y se las entregó al compañero que tenía más cercano, después se alejó de nosotros y se perdió de nuestras vistas, lo que sólo significaba una cosa:

Del porqué cupido te odia (TRILOGÍA Cupido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora