Poemas de (no quiero) amor

El Tejado

Aquellas escaleras,
aquellas inestables escaleras
subían al tejado.

No me importaba,
lo importante era subir al tejado.
Subir al tejado era relajante,
y atrevido hacerlo a escondidas.
Me quitaba los zapatos,
todo tan calculado, tan medido...

Aún así lo sentía.
No era silencio, en absoluto.
Las tejas crujían, siseaban de frío,
presas de las noches de invierno
y esclavas de las noches de verano.

¿Sólo yo podía oírlas?
Quizás el tejado me escondía,
quizás al tejado le gustara
que me sentara a hablar con él.

Me gustaba
¿Me gustaba?
Formaba parte de mí.

A veces me llevaba una hogaza de pan
y esperaba en silencio.
Por fin escuchaba el primer silbido,
y seguía esperando en silencio.
Se comen una a una las migas de pan.
Se van volando, dictándome melodías.
Y esperaba en silencio.

Pero se rompe.
Se rompen las tejas al contacto de mis lanzamientos.
Tres puntos si caía una esquina.
Seis puntos si impactaba en el centro.

Tenía todo el tiempo del mundo,
y todo lo que quedaba
era versar.
El tejado era
mi refugio, mi oficina
mi lugar de inspiración

Pone: El Tejado
Es granate.
Cuando noto el roce del lápiz,
ya he escrito siete versos y medio.
Siete versos y medio redactados por el tejado.
Yo sólo escribo
palabras inertes sobre el papel.
El tejado les da pinceladas de color.
Tinta líquida cuando llueve,
tinta sólida cuando nieva.
Y se produce un colapso
cuando tengo que escribirte.

Debería rimar con otoño,
pero escribo cielo.
La literatura no es exigente,
al fin y al cabo,
es mi literatura.

¿Cómo evitarlo?
No puedo hacerlo con toda la lengua a mi disposición.
¿Cómo no marcar tu cumpleaños en mi agenda?

Me quedaba tumbada,
notando cada curva pronunciandose
en mis pies,
en mis rodillas,
mis hombros, mi cuello,
que ya es como tu propiedad,
de tantas veces marcado
por tus suspiros.

No me quería quedar dormida,
mi mejor opción era mirar al cielo.

Puedo ver el cielo de verdad,
nadie sabe lo que es el cielo de verdad.
Qué van a saber si está prohibido.
Prohibido subir al tejado.