Acariciarle era un acto suicida,
su piel eran cristales recién nacidos,
vírgenes,
cuando ella no quería que la tocasen.
Y sus ojos,
oh cuán profundos eran sus ojos
cuando te dejaba lamerle
uno a uno
todos lo verdes cristales encaramados
a semejante pozo sin fondo.
Sus senos,
sus estratosféricos senos,
coseno de mi boca,
ensenada oceánica bañada en fluidos,
senocidio a mis ganas
de algo
extraordinariamente
... grosero,
De algo peligroso
ligado a esos besos de ida y vuelta
que dejamos en las comisuras de todos y cada uno,
todos y cada dos,
y cada tres...
de nuestros labios.Recorrer su espalda blanca,
tan blanca
que seguir el rumbo de su sangre en las venas
se convierte en mi pasatiempos favorito.
Su espalda...
Desbaratarle a mordiscos su espalda,
rozando con mis caninos
todos esos esqueléticos bultos
de arriba abajo
y de abajo arriba
mientras escuchamos cualquier balada de rock
que nos ayude a tomar mejor las curvas,
o incluso,
a romperlas
y dejar solo palpitantes marcas
que hagan todavía mas azul
la historia de tu cuerpo.Tal vez me volvían loca.
Tal vez mi parte preferida
de su intocable lienzo pálido
eran sus huesos.
Pero no unos huesos cualquiera.
Sus huesos,
estoy casi segura,
que se los había robado
al último dragón del fantástico mundo
al que volamos una y otra vez
cuando queremos encontrarnos.
Y tal vez, solo tal vez,
esa sea la respuesta
al porqué su rojizo pelo
te chamusca todos los músculos de los dedos
cada vez que no los acaricias
con la suficiente pasión.Su difuminado perfil
es el enigma de mi retina.
Contemplarla de lejos
es tan complicado
que lo único que deseo es tenerla
tan solo a dos centímetros y medio
y coserla piel con piel
hasta lograrla nítida.
Solo faltaba conseguirlo,
pero alterarla es imposible
y me conformo
con la frustración
de perder la partida
día sí
y noche también.Y joder,
recoger sus pedazos
cada vez que su frágil cuerpo cae
es tan doloroso
como sujetar una taza de café ardiendo.
Y recomponerla supone tal amargura
que se ha convertido en ambición
ser las manos
que salvan aquella fina porcelana.Ella no es como los demás mundanos.
Querer no es poder
si se trata de estar entre sus brazos.
Aprendí a no querer
y a esperar a que ella quisiera
para poder,
poder salvarla,
poder mirarla
y poder pintarla
sobre el oscuro cielo
de una estrellada noche.
Querer, entonces, se tornaba
suicida,
y desear, lograba el éxtasis del poder.Y ella.
Oh, ella solo era la joven más bella del mundo.
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Poemas de (no quiero) amor
PoesíaCuando se me rompe el corazón escribo aquí. A veces también imagino tenerlo sano.