《 0.011 》 ❝Hasta que mejores.❞

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«Obito»

—¡Dije que no!

Percibo un quejido familiar a la distancia; no le reconozco, puesto a que se manifiesta con distorsión. Abro los ojos con pereza, aunque no puedo distinguir nada, mi visión se compone de un montón de manchas de color sin una forma prestablecida. ¿Qué sucedió? Mi cabeza se siente vacía; no consigo conectar con mis recuerdos, ni siquiera con mis pensamientos.

A la distancia, se escuchan un par de murmullos que, con el pasar de los minutos, comienzan escalar hasta conformar una discusión.

—¡Por el amor de Dios, Deidara! ¡Tienes que descansar! —La voz enojada de Konan llega hasta mis oídos con más claridad.

Un silencio se genera tras ese reclamo y, por mi parte, comienzo a removerme en la cama con cuidado y acierro los ojos con fuerza por unos segundos antes de volver a abrirlos nuevamente; mi visión tarda un poco en recomponerse, pero, poco a poco se clarifica. Pese a que me siento desorientado, reconozco que esta no es mi habitación.

Un momento...

Llevo por instinto una de mis manos hacia mi rostro; la máscara sigue allí, destruida en varias partes, pero sigue allí. Suspiro aliviado y, entonces, la conversación del exterior retoma su curso. Observo la puerta, con atención.

—Te dije que no. Descansaré en el momento en el que despierte. Cuando esté seguro de que estará bien... —¿Deidara? Su voz suena tan apagada...

La puerta se abre y él hace acto de presencia, entonces, lo detallo: tiene el ceño fruncido, los brazos cruzados y el cabello ligeramente despeinado; sus ojos —carentes de brillo— están enrojecidos, también inflamados, y tiene ojeras enormes. Hago una mueca. Se mira fatal, es evidente que ha estado llorando. ¿Qué sucedió?

—Buenos días —saludo haciendo un intento de poner mi voz más aguda, pero el cansancio que aún invade mi cuerpo no me lo permite; tiene un timbre ronco, aunque mantiene su esencia infantil.

—Buenas noches —repone, Konan, con un deje de alivio y diversión en su voz.

¿Noche?, ¿cuánto tiempo llevo dormido?

Para empezar, ¿cómo es que llegué aquí?

Hago un intento de sentarme, duele. Cada minino movimiento que hago supone cierto grado de sufrimiento. Las manos de Deidara hacen que vuelva a recostarme, de manera cuidadosa. Le dedico una mirada, ¿cuándo llegó a mi lado?

—No te esfuerces tanto, tus heridas aún no sanan. —Su tono de voz es serio, aunque no me pasa desapercibido el hecho de que intenta ocultar una sonrisa con un gesto tan sencillo como morder su labio inferior.

Le dedico una pequeña sonrisa; su presencia es reconfortante. Aunque no me agrada que esté preocupado, es ciertamente gratificante que muestre un lado mucho más suave.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Cuatro días, hum...

Asiento con la cabeza, sin agregar nada más. Le pediré a Zetsu un informe de los hechos, en otro momento.

—Iré a preparar la cena —anuncia, Konan—. Y tú —Le dedica a Deidara una mirada de advertencia—, ve a dormir un poco.

Responde con un pequeño sonido gutural —que demuestra sus escazas intenciones de obedecer— y ella se retira, tras dedicarle una mirada desaprobatoria.

Miro mis manos por unos segundos antes de cambiar mi enfoque hacia Deidara. Encuentro en su mirada una sed de sangre, genuina; parece como si con este gesto hiciera una clara sentencia de muerte: va a torturarme de la peor manera posible. Alzo una ceja, aunque éste no pueda verlo.

—¿Senpai?

—Tienes dos segundos para darme una buena razón para no golpearte por haberme hecho creer que habías muerto. —Su voz tiene tintes gélidos y, repentinamente, su semblante que vuelve sombrío.

Paso saliva, él hace tronar sus dedos y su cuello. Si bien no me resulta intimidante, he de confesar que consigue ponerme nervioso, aunque no me resulta difícil entender que dos más dos son cuatro y, que su reclamo tiene que ver con esa jugarreta que se fue de nuestras manos.

—Tobi sólo quería que su senpai estuviera tranquilo sin sus molestias, porque Tobi es un buen chico y sólo quiere ver feliz a su senpai —justifico, con velocidad. No lo culpo por reaccionar de esa manera, pues, a mí tampoco me gustó saber que había "muerto". Hago el amago de sentarme de nuevo y una vez más soy detenido, esta vez por un golpe en la cabeza, seguido de un abrazo.

—Senpai...—jadeo ante la sorpresa. Mi corazón se acelera. Correspondo a su abrazo y su cuerpo tiembla ligeramente.

—Idiota —espeta con voz ahogada—. ¿En qué mundo vives? ¡Hay otras maneras de lograr las cosas sin hacer creer a la gente que estás muerto! —Solloza, acaricio su espalda con suavidad. Esto es justamente lo que me temía— ¡Mira lo que pasó después de esa jugarreta! Creí que está vez sí... Sí iba a perderte de verdad.

—Deidara —le llamo, empleando mi voz normal. No me apetece seguir con actuaciones. No es el momento—... Aquí estoy, estoy bien. No me vas a perder, no voy a irme.

Deidara se separa y me mira sorprendido. Incapaz de procesar, lo que supongo, representa el cambio de voz. Quizás me expongo demasiado, pero, la situación lo amerita.

—¿Qué le pasó a tu voz? —Inquiere, enarcando una ceja— ¡Tú no eres Tobi! ¡Devuélveme a Tobi! —Una sonrisa de burla se dibuja en su rostro y me da un golpe en la cabeza.

Okay, okay, venganza. No puedo evitar reír ante su actitud infantil. Lo cierto es que, me alivia este cambio de actitud, pues, no soy bueno para brindar apoyo en este tipo de circunstancias.

—Me lo comí —bromeo y él suelta una risita. Hace el amago de golpearme y, por mi parte, tomo su muñeca para jalarlo hacia mí y envolverlo en un abrazo—. ¿Estuviste sin dormir todo este tiempo? —Acaricio su cabello y, sorprendentemente, él se deja hacer. No puedo evitar sonreír. Amo los momentos así.

—Pues —vacila—...Sí, sólo... Quería cuidarte, uh... Ya sabes, estar seguro de que estarías bien —explica, aunque se enreda en el proceso. Suspira y maldigo el momento en el que deshace el abrazo—¿Necesitas algo? —pregunta— ¿Agua?, ¿dulces?, ¿mimos? No sé, ¿Algo?

—¿Una nueva máscara sería mucho pedir? —devuelvo la pregunta, un poco apenado. Él niega con la cabeza y con arcilla saliendo de las bocas de sus manos, comienza a esculpir una exactamente igual a la que suelo usar. Me dedico a contemplar lo que hace. Es realmente talentoso.

Bueno, eso es algo que he tenido en claro desde siempre; pero, me preocupa confesarlo. A veces, el ego se le sube demasiado a la cabeza. Así que, decido comentar cualquier otra cosa:

—Senpai... ¿Estarás cuidándome y consintiéndome todo el tiempo? —Cuestiono con la voz chillona habitual.

—Sólo hasta que mejores, hum...

Asiento comprensivo.

—¿Puedes darme mimos cuando termines?

Se encoje de hombros. —Sí, no veo por qué no.

𝙼𝚘𝚕𝚎𝚜𝚝𝚘 ──  𝚃𝚘𝚋𝚒𝚍𝚎𝚒 .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora