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Cuarto mes...

¡Ojalá su panza no creciera más!

Bueno, tal vez si creciera un poco más se vería tierno...

¡Pero luego tendrá piel colgando de su abdomen!

¿Valdrá la pena cuando tenga a su hijo en brazos?

Ese tipo de pensamientos corrían por la mente de Vegetta, el cual, más nervioso no podía estar, ese era el día en que por fin le diría a todos sobre su embarazo, principal y primeramente a Rubius.

Para contextualizar un poco, el chico oso le había invitado a un lugar, según sus palabras, "especial y secreto", el azabache había aceptado encantado. ¿Y cómo no hacerlo? Había pasado todo el tercer y la mitad del cuarto mes sin la compañía de su chico, ya sea por él, que tomaba siestas seguido y dejaba a Rubius hablando solo o por el mismo rubio, que declinaba sus invitaciones a pasar el rato por "estar ocupado".

Sólo esperaba que todo fuese bien, pues quedaron de encontrarse a las ocho de la tarde, hora en la que empezaba a oscurecer, y él, por recomendación del médico y sentido común, no puede hacer tanta fuerza o siquiera desenfundar su espada.

Vegetta suspiró, observando con curiosidad las ecografías de su pequeño o pequeña para después guardarlas en su mochila. Luzu le había dado bastante apoyo moral para este día y no quería desperdiciarlo, debía ser valiente.

«Nunca pensé que me diría eso a mí mismo...» Cayó en cuenta Vegetta, le daba algo de pena aceptar que cuando se trataba de su embarazo, era todo un cobarde.

Vestido con más negro de lo normal para ocultar un poco la panza, se dirigió al pueblo cuando dieron las siete y media y llegando a las ocho en punto.

Ahí estaba Rubius, su chico, su ilegalísimo, su osito.

Fue recibido con un beso en los labios, uno tierno, que sacaba a la luz todos esos sentimientos que por mensaje de texto no podían ser demostrados con claridad o certeza. El rubio tomó la mano del azabache mientras se dirigían a aquella casa que Rubius construía y de la que Vegetta no tenía idea.

El silencio que el par había formado era cómodo, apenas unas risitas cuando "por accidente" chocaban miradas u hombros. Parecían tórtolos, que nerviosos y tímidos, iban a su primera cita.

Vegetta agradecía que Rubius tuviera esa especie de obsesión por sus ojos, pues siendo sincero, moriría de vergüenza en cuanto el rubio note su subida de peso.

Llegaron frente a la choza de madera blanca y bonita, el azabache quedó sorprendido, puede que fascinado con toda la decoración exterior. Rubius lo condujo dentro, dejándolo con la boca abierta.

– Vege, que pueden entrar las moscas. –
Dijo el oso a modo de broma, recibiendo un codazo como respuesta.

La noche pasó amena, muy agradable para ambos, habían charlado todo lo que no pudieron, observando con cariño el uno al otro, se extrañaron y nadie, ni ellos mismos, podían negarlo. ¿Y para qué? Es decir, se querían, lo sabían y lidiaban con ello cada vez que el "te quiero" pasaba a ser un "te amo", de alguna forma, sentían agobio por pronunciar esas palabras, como si fuesen a molestar al contrario. ¡Eso cambiaría ahora!

– Oye, Veg... –
Llamó el chico oso. Robándose toda la atención del azabache.
– Hay algo que quiero decirte... –

La repentina timidez del rubio enterneció de sobremanera a Vegetta, que no podía sentir nada más que calidez sobre su corazón. Rubius tanteaba su bolsillo discreto.

– Yo también tengo que decirte algo, chiqui. –
Dijo sonriente. A Rubius le cambió la cara.

– ¿De verdad? ¿Y qué es? –
Oh, había olvidado lo curioso que era su osito.

– Doblas... Habla tú primero. –
Fue entonces que Vegetta se preguntó: "¿Para qué hablé?"

– No-oh. –

– Sí-ih. –

...

Las risas después de eso no faltaron, las tonterías que entre ellos se formaban no habían cambiado para nada y eso les gustaba.

– Insisto, dime tú. –
Habló Rubius luego de un poco de silencio.

– Vale... –
Se rindió Vegetta, divertido por la situación pero poniéndose algo serio.
– Tengo un árbol de aguacates. –

Dijo, recordando como hacía un par de días, practicaba y buscaba la forma más metafórica para revelarse, hallando una que lo hizo reír y llorar al mismo tiempo por lo linda que era aquella comparación.

«¿Eh?» Fue lo que pensó Rubius. «Supongo que será importante para él...»

¿En serio? ¿Dónde? –
Preguntó el oso, no recordaba haber visto esa especie de árbol en la casa del mayor.

– En mi barriga. –
Respondió Vegetta, llevando las manos de Rubius y las suyas propias al bulto en su vientre.

Rubius soltó una risilla.

– Vege... Que no pasa nada si estás un poco gordo, te quiero de todas formas. –
Sonrió comprensivo.

Oh, no. ¿Lo acaba de llamar gordo? ¿A él? ¡¿Gordo?!

Una mueca se formó en el rostro de Vegetta, respiró profundo para calmar lo dolido y enojado que aquello lo dejó, aunque algo de razón tenía, y siguió con lo difícil del cuento, explicar que hay algo llamado "vida" en su vientre y que Rubius es co-creador de esa vida.

– Verás... ¿Recuerdas mis malestares? –
Vió a su pareja asentir.
– Y como sabes fui al médico, pero te dije que era algo estomacal. ¿No? –

– Vege, ve al punto. –

– ¡Estoy embarazado, cabezón! –

Una risa explosiva se escuchó por la casa, Vegetta sólo miraba a su novio reírse como una cabra en el sillón.

– Tus bromas son tan malas que llegan a ser muy buenas. –
Soltó aún retorciéndose en el sillón, sujetando su abdomen debido a la gran presión que había ejercido con su típica risa, la cual se esfumó minutos después, en parte porque la gracia había pasado y en parte por el rostro que su novio le dedicaba.

– No es una broma. –
Cortó seco, Rubius no había reparado en las acciones del mayor, que sacaba de su mochila fotos y las ponía delante de sus narices, las reconoció, eran ecografías.

– Jajaja, veo que tienes una buena producción. –
Tomó una de esas fotos y la observó.
– Pero es ridículo, mejor deja la broma morir, Samu. –

Las cosas para el mencionado se volvían algo oscuras, sintiéndose mal por cómo el rubio comenzaba a tomarse las cosas. Mas estaba bien, sabía que sería un arduo trabajo explicar todo.

– No. Es. Una. Broma. –
Repitió lentamente, marcando cada una de sus palabras mientras acunaba el rostro ajeno en sus manos.

Entonces el ceño de Rubius se frunció.

•••

– Hey, Vegettita. –
Saludó Luzu ingresando en la cocina.
– ¿Cómo te fue con Rabis? –

Preguntó con una sonrisa.

– Terminé con él. –
Anunció a modo de respuesta.

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Nine Months - RubeGetta. [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora