El niño de diez cumplía quince y de pensar en salir bien en la escuela, empezó a preocuparse por el colegio y a pensar cada vez más en cosas sin sentido y preocupantes.
La amistad de aquellos dos florecía cada vez más, empezamos a vernos en cada navidad y pasamos de un saludo largo y una sonrisa apartada, a un abrazo fuerte y una sonrisa tan brillante como las tardes de diciembre. A paso lento comenzamos a conocernos un poco más, aprendí muchas cosas de tu mano y tú de la mía (o eso me gustaría creer).
Supe que ibas solo en navidad allí porque era la única fecha en que tu madre permitía que vieras a tu padre tan seguido, en el transcurso del año lo veía una vez por semana y cerca de casa de su madre, así que por ello no iba allí en otras fechas.
Supe que tu color favorito era el amarillo porque era con el cual el sol iluminaba al mundo y tu animal favorito eran las mariposas porque embellecían las flores de cualquier jardín.
Supe que tenías un hermanito pequeño que se llamaba Jonatan y que cuando tuvieras un hijo le pondrías David (por la historia Bíblica, sabía muchas cosas en ese aspecto y creía que haciendo aquello se harían mejores amigos).
Sabía que tu flor favorita era el girasol y te encantaba leer mucho, mucho, mucho más que cualquier persona que yo conociera en aquel entonces. Había leído unos cuantos clásicos. Una noche de navidad que llovía sacaste de tu bolso de viaje un libro de Drácula y empezaste a leerme aquel tomo, sabiendo que yo era un niño asustadizo. Recuerdo que después de esa noche me empecé a tapar hasta el cuello, no quería que si arribaba a mi cuarto aquel monstruo feroz y viera mi cuello desnudo le dieran ganas de chuparme la sangre, así que prevení ese aspecto.
En cinco noches terminaste aquel libro, leías rápido y con voz clara, y aunque yo tenía cierto temor en mi corazón que se aceleraba en aquellos momentos, me encantaba escuchar la dulce tonada con la cual me expresabas tu cariño. De igual forma me leíste otros clásicos, algunos de romance y otros de igual terror, terminé enamorado al igual que tú de las aventuras atemorizantes que sólo ellos sabían tener, hasta que en la odisea de lecturas me dejaste como tarea leer Orgullo y Prejuicio.
Imagina a un niño, la cara que puede poner al leer algo así, fue toda una proeza. Además, la lectura no era mi fuerte en aquel momento y tardé poco más de un mes en leer aquel extravagante tomo. Luego de ello, en la navidad me cuestionaste sobre todos los ámbitos posibles. ¿qué me pareció el libro, cuál fue mi personaje favorito, qué pensaba de alguien así, si quería leer más romance y me había gustado el género?
Entre tantas que mi mente solo recuerda las genéricas. Mi mente tardó en responder aquello, con dificultad recordaba el nombre del libro y tanto bombardeo solo hizo que considerara un clásico como malo, y bueno, no creo que deba describir los tres mil argumentos que me diste para hacerme cambiar de parecer. Así pasaron esos años de rebote en los que nos conocíamos más y aprendía de ti.
Tú aprendiste de mí... ¿Qué? Pocas cosas me interesaban, ¿recuerdas que entrenaba los sábados en un equipo de fútbol y era tan malo que ni en los entrenamientos podía jugar? Bueno, yo sí, y también lo que hiciste. A ti para nada te gustaba ese deporte, ninguno en realidad, pero cada sábado después del entrenamiento, le pedías permiso a tu papá para ir conmigo a la cancha pública y jugábamos toda esa tarde. No creo que haya mejorado mis dotes en eso, pero sin duda mejoró el cariño que te tenía, aunque bien, ya en ese momento era mucho.
Y este año, el quince en mi calendario igual que en el tuyo, las cosas cambiarían por primera vez para nosotros. En esa navidad llegaste como de costumbre y pasamos las tardes de igual forma, jugando en algunas, hablando en otras, pero juntos al final, mas al pasar el tiempo, la festividad se fue, tú no.
Me contaste que había cambiado tu custodia, que ahora estarías con tu padre por temas económicos y educativos, empezaría a ir al colegio donde él trabajaba y estarías ahora viviendo justo en frente de mi casa. No supe la noticia de buena forma, me la dijiste entre lágrimas, dándome un abrazo tan fuerte que me dio miedo no poder corresponderle como se debía.
Lo único que pude hacer en ese entonces fue darte el abrazo que necesitabas y escuchar como con un poco de llanto me contabas aquello. Recuerdo que yo me sentía feliz, ¡al fin te vería todos los días! Pero sabía tan agridulce que incluso me planteé si sería una buena idea. Lograste adaptarte increíblemente, empezaste hacer amigos en tu colegio, te iba increíblemente con tus notas, no sabía de dónde tenías tanto tiempo para estudiar y leer a la vez, yo podía hacer solo una y con alguna dificultad lograba mantener mi cabeza sin explotar.
¿Y yo por mi parte? Bueno, seguía haciendo lo mismo que en la escuela, me sentaba en la pared del aula a esperar que sonara el timbre de la próxima clase.
Con alguna suerte de mi parte, hice algunos amigos, ahora al menos tenía con quien hablar en el receso. No salía mucho, sabes que nunca me gustó, tampoco era que me importara. Iba de vez en cuando con el equipo a ver el partido (porque no conseguía jugar) o mi padre me compraba un par de películas que miraba en mi tiempo libre (nunca te gustaron las que a mí) y pues, así crecía tu pequeño e introvertido amigo. ¿Éramos un poco diferentes, no?
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La Rutina del Girasol
RomanceUn día cualquiera de navidad, mientras la rutina lo sumía en la televisión, tocaron a su puerta, y desde ese momento el niño al que le interesaba solamente pasar el día a día, encontró una nueva obsesión. Pasaban los años, y casi tan religiosamente...