5 "¡Hormonas, hormonas!"

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Vicenta:
Despierto deseando que todo lo que pasó ayer fuese una pesadilla pero sé que no lo fue. Aún tengo mis ojos cerrados ya que aún no ha sonado la alarma del reloj. Estoy volteada de lado en la cama. Algo va mal; no siento los brazos de Daniel rodeando mi cintura y mi cabeza reposa sobre una almohada, no en su pecho como usualmente debería. Estiro mi mano buscando a Daniel pero no lo siento. Abro mis ojos y no lo veo; digo:
-Daniel, bebé, ¿dónde estás?
Entonces siento la puerta abrirse y veo entrar a Josefina junto con Aida. De un brinco, me levanto de la cama y pregunto:
-¿Dónde está el gringo?
Miro el reloj y veo que ya son más de las 7:30, que era la hora del intercambio. ¡No puede ser! ¡Se me hizo tarde! Josefina se me acerca y toma mis manos, me dice:
-Mi niña, ellos van a estar bien.
-No-se quiebra mi voz-no van a estar bien.
Josefina baja mis manos y las deja juntas, me dice con tono dulce:
-Mi niña, mírame a los ojos-hago lo que me dice-todo va a estar bien. Daniel va a regresar con todos y van a esperar juntos a su criatura.
-¡Es que no lo entiendes! ¡El Indio los va a matar!
Intento dar manotazos al aire pero noto que estoy esposada. ¿Qué? ¿En qué momento? Pregunto:
-¿Qué fregados es esto? ¡No me pueden esposar!
-Vicenta, estás embarazada, cálmate.
-Sí, estoy embarazada, ¿y saben que es lo más cabrón?-rompo en llanto-¡Que el padre de mi hijo está allá afuera arriesgando el pellejo y no sé si volverá a la casa pa conocerlo!
-Ellos tenían un plan muy bien formulado. Seguramente todo les sale bien.
-NO, Aida, ¡yo tenía que haber ido!
Empiezo a caminar de un lado a otro. Intento llegar hasta la puerta pero Josefina me lo impide; me dice:
-¡No puedes ir a ningún lado, Vicenta!
-¿Quién me lo va a impedir?
-Daniel me pidió que te cuidara.
-¿Ah sí? ¡Pues me vale madres! ¿Hace cuánto se fueron?
-Tres horas, ya deben de estar por llegar.
-¡Ay, virgencita! Que no le haya pasado nada a mi gringo ni a mi carnal.
Me quedo rezando con Josefina y Aida, rogando a cada segundo porque mi hermano y mi marido regresen sanos y salvos, junto con los demás. De repente, veo por la ventana que llegan las camionetas. Le digo a Josefina:
-Ya llegaron, ¡quítame esto!
-Ya voy.
Ella me quita las esposas y voy corriendo hasta la sala de la casa, en donde veo a todos de vuelta, excepto a Daniel. De repente, se me acerca doña Victoria y me abraza fuerte. Luego, veo a Dieguito y lo abrazo. No encuentro a Daniel; le pregunto a mi carnal:
-Chava, dime la verdad, ¿dónde está Daniel?
-Tranquila, carnala.
-¿¡Dónde está!?
-Vino en la última camioneta, junto con los guaruras.
-¿Por qué?
-Estaba vigilando que no nos estuvieran siguiendo. Ahora debe de estar bajándose de la troka.
-Gracias.

Daniel:
Estoy bajándome de la troka. Cierro la puerta e intento voltear pero antes de hacerlo del todo, ya estoy abrazado a alguien. Si no reconociera el olor de Vicenta, diría que no supe lo que me golpeó. Le devuelvo el abrazo. Siento que ella me besa y se me queda viendo con los ojitos llenos de lágrimas; le digo:
-Ya, no llores, todos estamos bien, no nos pasó nada.
Siento que me da una pequeña bofetada. Luego, me agarra por el cuello de mi camisa y me grita:
-¡NO ME VUELVAS A ASUSTAR ASÍ! Me tenías con el Jesús en la boca pues. ¡Casi me matas del susto! Se tardan un poco más y se me sale el chamaco por los nervios. ¡Qué bárbaro pues!
Luego se me vuelve a abrazar y empieza a llorar en mis hombros. Yo la abrazo confundido. ¿Serán las hormonas? No lo sé, solo sé que si voy a pasar nueve meses así, mejor no la hago enojar, porque si lo hago, me volverá loco con esos cambios de humor y actitud. Luego me suelta y empieza a revisarme; me pregunta:
-¿De veras estás bien?
-Baby, por favor-pongo mis manos juntas como si fuera a rezar-controla tus hormonas.
-¿Por qué o qué?
-Me abrazaste, me besaste, me pegaste y me volviste a abrazar.
-¿Lo hice?
-Sí, lo hiciste.
-¡Claro que no!
-¿No te acuerdas?
-Quizás sí.
-¿Estás jugando conmigo?
-No-se ríe-para nada.
-¿Qué es tan gracioso?
-Tu cara.
-¿Qué tiene mi cara?
-Pareces un signo interrogante andante.
-Baby, es que me tienes confundido.
-¿Y si me preparas un té, de esos que siempre me preparas y me calman?
-Buena idea, baby.

Vicenta:
Me lleva a la cocina y me prepara un té. Lo miro mientras mueve la cuchara dentro de la taza para que se disuelva el polvo en el agua caliente. En estos momentos reflexiono: mi gringo me consiente en todo, me trata como a una reina, me llena física y emocionalmente, me hace la mujer mas feliz de este mundo y yo ¿le estoy retribuyendo como se merece? Me pierdo en esa pregunta y me doy cuenta de algo: debo ser una mejor esposa. Un mar de ideas surgen en mi cabeza cuando siento un beso de mi Daniel, sacándome de estas. Escucho que me dice con dulce voz:
-Aquí está su té, mi señora guapa.
-Gracias, mi vida.
Nos sentamos en la mesa. Yo bebo mi té mientras charlamos sobre cómo nos imaginamos en el futuro con nuestro bebé. ¡Daniel dice cosas tan tiernas que me derriten! Quisiera hacerle saber cuánto lo amo pero no sé cómo. De repente, veo que se pone serio y me dice:
-Baby, tenemos que hablar.
-¡Ay no! Cuando usas ese tono es porque pasa algo malo.
-Depende de cómo lo veas.
-Solo dime.
-Chava tiene todo listo para el cruce de pasado mañana en las lanchas pero tú no vas a ir.

Lo Que Pudo Ser... ¡Será! [Señora Acero: La Coyote]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora