3 "Peligros de Acero"

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Vicenta:
Escuchamos unos estruendos. ¿Balazos? Puede ser. De repente, vemos entrar a hombres enmascarados aventando bombos lacrimógenas. Escucho disparos y mucho caos por todos lados. Daniel me toma de la mano y me lleva detrás de un muro. Al otro lado, está Chava. Escucho a mi gringo preguntar:
—Cuñado, ¿dónde están Diego y mi mamá?
—No sé, gringo, estaban con la Chayo y los demás chamacos del rancho. ¡No los encuentro!
—Fuck!
—¿Mi carnala está ahí contigo?
—Sí, aquí está.
—Pásamela pa acá pa que vayas a buscar a tu jefa y a tu chamaco.
—¡NO!
—Vicenta, te tienes que ir con tu hermano, vas a estar a salvo.
—¿Y tú?
—Voy a hacer lo posible.
—¡Voy contigo!
—No, tienes que proteger a nuestro bebé.
—Él te necesita, y yo. ¿Qué vamos a hacer si te nos vas?
—No me voy a ir a ninguna parte. ¿Confías en mí?
—Mijo ¡claro que confío en ti pero esto es demasiado peligroso!
—Estamos perdiendo tiempo—mira a mi hermano—Chava, ¡cuídala con tu vida! ¿Si?
—Sí, y al sobrinito también.
—Perdón por no habértelo dicho antes, cuñado, es que ha sido un día complicado.
—Descuida, ahora lo que importa es cuidarlos y encontrar a los demás.
—Yo me encargo.
Se me acerca y acuna mi rostro con sus manos. Yo ya Tengo lágrimas en mis ojos. Estoy aterrada. Tengo miedo de perderlo todo: a mi familia, al amor de mi vida, a mi bebé. Siento que besa mis labios dejándome saber que no me quiere dejar, pero tiene que hacerlo. Luego mesa mi frente y con lágrimas en los ojos me dice:
—Te amo, y dile a mi bebé—acaricia mi vientre—que es mi más grande deseo, mi mayor sueño hecho realidad.
—Se lo vas a decir tú, porque yo sé que vas a regresar. Te amo.
—Te amo.
Me vuelve a besar y se va. Estoy consiente de que debo quedarme en el refugio pero cada centímetro de mi cuerpo me dice que debo estar a su lado peleando por rescatar a los nuestros. De repente, se escucha un silencio total: ya no hay disparos, ni explosiones, solo un golpe espantoso a gas lacrimógeno. Me quito mi chaqueta y la pongo en mi rostro mientras Chava me lleva hasta las camionetas, en donde me quedo bajo el cuidado de Bebote. De repente, escucho al Gallo gritar una frase que me estremece:
—¡Se los llevaron!
Veo llegar al Gallo pero llega solo. ¿Y mi carnal? ¿Y mi Daniel? ¿Se murieron? ¿Me quedé viuda? ¿Mi hijo se quedó huérfano? Entonces recuerdo lo que dijo Daniel hace un rato: "¿Quién quita que sean gemelos? ¡O trillizos!" Empiezo a sentir un escalofrío terrible que recorre mi cuerpo. No puedo dejar de llorar porque un mal presentimiento empieza a carcomer mi pecho cuando veo salir de atrás de una pared a Chava. Corre hasta mí y me pregunta:
—Carnalita, ¿estás bien?
—D...Da...Daniel, ¿cómo está él?
—Tranquila, carnalita.
—¡No me pidas que me calme! ¿Dónde está Daniel?—se me quiebra la voz—está muerto ¿verdad? P...por eso no vino contigo ¿eh? ¡Dime!
—Qué ocurrencias tienes, baby.
Escucho la voz de Daniel por la otra ventanilla de la troka, esa que queda detrás de mí. ¡Qué estúpida! ¿Cómo no se me ocurrió mirar al otro lado antes de sacar conclusiones trágicas? Volteo y ahí está mi Daniel, con sus ojos llorosos y su cara llena de tizne, al igual que la de todos. Me bajo de la troka y lo abrazo sintiendo un gran alivio. No me quedé sola y no traeré a este mundo a un niño huérfano. De repente, me doy cuenta de algo, me separo de Daniel y pregunto:
—¿Dónde están los demás? ¿Por que solo estamos nosotros?
Veo que tanto el Gallo, como mi carnal, como mi gringo, bajan la cabeza. ¿Qué pasó? Me niego a pensar lo peor; les digo:
—¡Les hice una pregunta! ¿Dónde están los demás?
Ninguno es capaz de mirarme a los ojos. Siento que algo terrible pasó y les digo:
—Por última vez, ¿dónde están la Chayo, Diego, doña Victoria, Elizabeth y Felipito?
—Se los llevaron.
—Escucho decir al Gallo con la voz quebrada. De repente, siento como un frío me hiela la sangre y es que Chayo es mi mejor amiga, Elizabeth y Felipito, son mis sobrinos. Mi doña Victoria, es como si fuera mi segunda mamá, esa que me envió mi jefecita desde el cielo pa que no me sintiera tan huérfana y en cuanto a Diego, ¿qué puedo decir? Es como si fuese mi propio hijo porque aunque no lo parí, lo adoro como si fuera mío. Sentí una conexión con él desde que llegó al rancho y es que siendo hijo de mi Daniel, ¿cómo no amarlo? De repente, el sonido del timbre de mi celular me saca de mis pensamientos. Daniel me lo quita del bolsillo de mi pantalón. Vemos que es un número desconocido. Mi gringo aprieta en el botón de contestar y lo pone en altavoz. Mientras mi marido sostiene el teléfono, yo contesto:
—¿Bueno?
—Bueno, huerca de Acero.

Daniel:
Escucho la voz del Indio Amaro hablarle a Vicenta y eso hace que hierva mi sangre. Le hago señales a Vicenta de que siga el juego de lo que sea que este tipo le hable; lo escucho decir:
—¿Qué pasó? ¿Te comieron la lengua los ratones? No me digas que ya Te maté del susto. JAJAJAJA.
—¿Qué fregados quieres?
—Te quiero a ti, coyota.
—Buena suerte con eso porque ni yo ni mi familia vamos a dejar que eso pase.
—Tu familia va a tener que elegir, los chamacos mugrosos estos que me traje o tú.
Todos nos quedamos en shock al enterarnos que fue el Indio Amaro el que secuestró a mi mamá, a Rosario y a los niños. Vicenta le dice:
—¿Qué te hace pensar que mi familia va a elegir, cabrón? Y ¿por qué me llamas a mí y no a ellos?
—Porque ellos no te van a cambiar, van a tratar de hacer algún operativo que les va a salir mal. En cambio, tú, sabes perfectamente lo que le conviene a tu familia, así que tú decides: se enfrentan a mí y acaban todos muertos menos tú, mi reina, o te entregas por las buenas y todos felices.

Lo Que Pudo Ser... ¡Será! [Señora Acero: La Coyote]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora