AMOR PSICÓPATA [SEGUNDA PARTE EN PAUSA]

TU NÚMERO

Conocí a Damian gracias a la amistad entre mis padres y los suyos, ambos teníamos cerca de trece años.

"Mis padres gritaron desde el piso de abajo que me apresurara, así que me puse mi chaqueta y bajé corriendo las escaleras.

—Ya era hora —Salí de la casa detrás de mi madre y subí al carro.

Por lo que mis padres me habían comentado, iríamos a almorzar a casa de un empresario reconocido y mi padre quería hablar sobre no se que cosas con el. La verdad es que esas cosas de negocios no me llamaban ni un poco la atención ni me interesaban.

Cuando llegamos, no pude evitar quedarme asombrada. Desde que pasabas la reja se podía ver un amplio jardín con estatuas de dioses griegos, un camino de cemento te guiaba hasta la entrada de la casa, a los lados había fuentes y un par de hombres con traje vigilando la entrada.

Cuando veía la casa, no podía evitar compararlo con un templo griego. Las columnas se alzaban por todo el frente de la casa y la entrada tenía una puerta de roble de más de tres metros de alto.

—Recuerda no hablar demás —Susurro mi madre en mi oído mientras nos acercabamos a la entrada.

—Lo se.

—Por lo que se tiene un hijo, así que compórtate con él también —Asenti caminando detrás de ella.

Los hombres de traje nos abrieron las puertas, al entrar un hombre con un traje aún más elegante nos esperaba. Se acercó a mis padres con una sonrisa y les extendió la mano.

—Me alegra que hayan aceptado mi invitación, por ahora no tengo muchos amigos en la ciudad —dijo con un acento algo extraño que no sabría diferenciar.

—No es nada ¿hasta ahora como le ha sentado el clima de Heidelberg? —A partir de ahí empezaron a hablar de cosas que no me importaban, así que empecé a caminar por toda la casa hasta que termine en una sala, en la que un librero abarcaba toda una pared. Empecé a ver los libros que había, la mayoría eran clásicos pero había otros que parecían más juveniles. Así que supuse que eran de su hijo.

—Toma el que quieras —Dijo el señor Massey y yo asentí, tomé uno al azar y me giré hacia él.

—Ir al patio —El señor Massey asintió al mismo tiempo que mis padres llegaban a la sala.

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Rato después, nos encontrábamos todos listos para comer pero lo que me parecía raro, era que el supuesto hijo del señor Massey aún no estaba con nosotros.

—Señor Massey ¿podría prestarme este libro? —Pregunte con algo de vergüenza—. Igual si no se puede, esta bien.

—Primero, dime Adam —Asentí con una sonrisa—. Y segundo, el libro es de mi hijo, pero supongo que sí. Seguro que no tendrá ningún problema.