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El sentimiento de injusticia en el mundo humano es algo latente, todos lo sienten, lo expresan e incluso luchan contra esta realidad. Pero oh sí que luego de la muerte lo hecho en vida será juzgado justamente. Premio o castigo. La divinidad lo decidirá.

Bakugo Katsuki. Su caso fue difícil. Era una persona noble, educada, muy caritativa y con conciencia social. Pero también era uno de los narcotraficantes de drogas y armas más grandes de su país. El dinero le sobraba, tenía días de excesos con drogas, alcohol y putas. Pero otros días amanecía nostálgico, agradecido con el mundo e incluso arrepentido del estilo de vida que cargaba.

Le dolía la desigualdad social y sentía una enorme pena por las víctimas de abuso sexual o maltrato doméstico. Situaciones que arruinaban la salud mental de las víctimas para siempre, sin posibilidad de una ayuda psicológica debido a sus altos costos.

Por eso, cada cierto tiempo, donaba grandes sumas de dinero a orfanatos, hospitales públicos de niños, centros comunitarios gratuitos de apoyo a menores y mujeres que han sufrido abuso sexual, entre muchas otras organizaciones de la salud pública que al Estado le importaban una mierda.

En sus manos Katsuki tenía el poder de matar pero también el de ayudar sin pretender nada a cambio.
Sin embargo el mal opaca al bien, y sus pecados ganaron por sobre sus virtudes, condenándolo a una eternidad en el infierno.

"Cuando éstas roto tu mente no deja de pedir explicaciones, se encuentra en un espiral monótono de repeticiones compulsivas. El umbral de cordura se desborda y tú te encuentras en ese borde, resbalando por la inundación de los traumas que en selectas partes de tu cuerpo despiertan. "

Bakugo rodó los ojos y cerró el estúpido libro que le habían prestado. No entendió una sola palabra y pensaba que era demasiado exagerado el sentirse así solo por una chica que había conocido hace unas semanas. Si al protagonista tanto le molestaba vivir, debería matarse de una vez y ya.

Aunque esa idea no sería tan buena si era una mierda de persona, como él, en ese caso solo se estaría condenando a un aburrimiento infernal. Desde que murió todo era tan aburrido, simple y monótono. Ya no tenía su lujoso auto, ni su amada consola, y aunque le costaba admitirlo incluso extrañaba a los imbéciles de sus amigos... La peor parte era que ese sufrimiento sería eterno, para siempre.

—¡Para siempre! ¡Será para siempre, Bakugo! —repetía un pequeño demonio pelirrojo con dientes afilados entre risas mientras revoloteaba alrededor de nuestro rubio.

—¡Ya cállate maldito mosquito! ¡Vete antes de que te haga pedazos! —gritaba Katsuki intentando inútilmente atrapar a kirishima, su castigo infernal selecto gracias al perfil psicológico realizado por el ministerio de Castigos Infernales Sociedad Anónima (C.I.S.A.). Desgraciadamente, hacían muy bien su trabajo.

La personalidad de Bakugo podría describirse como un hombre que aparte de guapo, era reservado. Disfrutaba su soledad y difícilmente expresaba lo que sentía.

Pero todo eso quedó en el pasado.

Él ya nunca estaba solo, ni siquiera en su propia mente. El 'mosquito rojo pelos de mierda', como solía llamarlo, tenía un simple deber impuesto como castigador del C.I.S.A. Husmear las 24 horas dentro de la cabeza del rubio y seguirlo sin importar a donde éste fuese. Kirishima no era un mal sujeto, pero era el demonio más inquieto e irritante de todos, tanto, que el rey del infierno estaba feliz de no tener que verlo nunca más en su eterna vida.

—katsubro, por ley jamás podrás atraparme y lo sabes ¡Deja de intentarlo! —se quejaba el pelirrojo, mientras fingía que lloraba
—¡Lastimar a tus amigos no es nada masculino!

Pero su escándalo fue ignorado monumentalmente, porque ahí estaba él. Ahí estaba izuku, el lindo hijo del diablo. Sentado en el jardín del palacio infernal, observando el cielo y la naturaleza, aburrido.

El infierno era extremadamente rojo y brillante. La flora emanaba brillantes destellos luminosos de sus frutos, dando un toque fantástico al lugar. El cielo era algo lúgubre, manchones negros y rojos se unían formando círculos extraños pero bien delimitados, como remolinos girando en continuo movimiento.

Luego todo era relativamente "normal", había edificios, mercados, bancos, escuelas, y cualquier otra cosa que se pudiese encontrar en el mundo humano. Poseía una moneda, un sistema económico y una autocracia.

En el centro del gran territorio se encontraban los muros que rodeaban el palacio. Dentro de estos, estaban las casas de la servidumbre, rodeando la gran construcción que representaba el hogar del diablo junto con su descendencia.

Cada uno de sus hijos era responsable de un pecado capital, siendo Izuku el bello pecado de la lujuria. Su delgado y deseable cuerpo era exquisitamente blanco y pecoso. De su esponjoso cabello verde salían unos lindos cuernitos negros y de su bien bien formado trasero una larga cola, cuya punta contaba con una llama azul, el color de la realeza infernal. Pero lo que más llamaba la atención eran las expresiones de su hermoso rostro.

Sus gestos eran lascivos, pero al mismo tiempo emanaban inocencia y ternura gracias a aquellos brillantes ojos verdes.

Su belleza lograba que cualquiera cayese rendido ante él. Por lo cual el pecoso siempre obtenía lo que quería, excepto de su estricto padre. Él era inmune a su hechizante atractivo y optó por confinar a Izuku dentro palacio, aislado del mundo. No podía tolerar la idea de miles de sujetos queriéndose empomar a su hijo menor.

Un claro ejemplo era Katsuki que se encontraba en este momento subiendo una colina, donde se ubicaba un gran árbol rojo con frutos naranjas muy brillantes y lindos en forma de estrella.

Desde ese punto, podía observar perfectamente todos los movimientos que se realizaban dentro de los muros reales, incluidos los del joven príncipe que tanto llamaba su atención. Éste a veces simplemente salía a tomar aire sentado en una banca o acostado en el suave césped.

Pero en esta ocasión, la favorita del rubio, el lindo peliverde estaba en el jardín ejercitándose con su pequeño conjunto deportivo; unos apretados shorts negros que modelaban de forma espectacular sus carnosos duraznos y una remera corta del mismo color. Su cuerpo era flexible, logrando posiciones increíbles. Separó completamente sus piernas hasta llegar al suelo, reclinó su torso uniendo su frente con una de sus rodillas, para luego estirar sus brazos hasta tocar su pie descalzo. Luego de un tiempo comenzó a deslizar de a poco sus manos, acariciando suavemente el anaranjado césped, subiendo lentamente por su cadera, pasando las yemas de sus dedos por la delicada piel de su fina cintura. Katsuki lo estaba disfrutando, y mucho, tanto que comenzaba a sentir un cosquilleo en su estómago y quizás también más abajo.

—¡Ya deja de mirar, pervertido! —gritó con fuerza Kirishima en la oreja del rubio.

Su grito fue tan fuerte que Izuku volteó sobresaltado en dirección al rubio, provocando que por primera vez, ambos hicieran contacto visual. Para sorpresa del rubio, el pecoso le sonrió maliciosamente, mostrando sus blancos dientes y sus dos pequeños colmillos de demonio. Bajo la atenta mirada de Katsuki continuó acariciándose sensualmente, descendiendo por su lechoso cuerpo.

Estaba por llegar a sus muslos cuando vió que rondando alrededor de su espectador misterioso había un pequeño demonio pelirrojo, el cual reconoció de inmediato, provocando que huyera avergonzado del jardín, escondiéndose dentro del palacio.

El rubio había quedado caliente como una bomba a punto de estallar, observó enojado a Kirishima por existir y arruinarle su íntimo momento mágico, sin comprender del todo qué había sucedido.

•DEMON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora