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Dentro de los grandes muros, en el palacio infernal, se encontraba un nervioso Izuku yendo y viniendo por la pasillos reales sufriendo atracones de comida por la ansiedad. Comía sin ningún tipo de restricción todo lo que su obesa hermana cocinaba, algo que normalmente no haría ni muerto.

No quería tener el culo más gordo de todo el maldito infierno.

Su corazón latía con fuerza contra su pecho. Seguía sintiéndose sumamente avergonzado cada vez que recordaba su estúpido e impulsivo comportamiento de aquella tarde, donde sedujo a un muy atractivo extraño mientras ejercitaba. Y para colmo ¡Kirishima lo había visto!

Decidió que el mejor lugar para estar tranquilo era su habitación, donde luego de cerrar con llave la puerta se arrojó contra la cama, tapándose la cabeza con una almohada rosa en forma de mariposa.

Desde que su guardia personal había sido destituido, se encontraba muy solo, casi no tenía con quién hablar, mucho menos de sus sentimientos. El cautiverio al que era sometido no le permitía ser un adolescente normal. No tenía amigos, solo a sus hermanos, quienes normalmente no le prestaban mucha atención por miedo a su padre, quien imponía serios limites y reglas cuando se trabata del peliverde.

El don de Izuku era una de las razones por lo cual el diablo quería tenerlo siempre cerca. El pecoso era una especie de sensor vivo. Podía ver todo lo que sucedía dentro de un gran rango a su alrededor siempre que quisiese, crear barreras de energía impenetrables y controlar con sus manos los movimientos de todo lo que su zona de poder abarcase. Incluso seres vivos, incluso, a su propio padre.

Quizás Izuku no era consciente del enorme poder que poseía, por eso se dejaba someter. Aceptando reglas que solamente lo aislaban cada vez más del mundo real.

Luego de unos minutos alejó la almohada de su sonrojado rostro. Podía sentir como su hermano se acercaba a su posición, hasta estar frente a la puerta de su cuarto.

—Pasa —exclamó el pecoso moviendo sus manos para destrabar la puerta, antes de que esta fuese tocada. Él ruido de la madera rechinando lentamente se hizo presente en la habitación ahora abierta, dejando ver a un muchacho con la preocupación marcada en sus heterocromáticos ojos.

—¿Ocurrió algo? Te ví correr hasta tu cuarto —comentó con voz tranquila su hermano mayor.

Pero Izuku no era estúpido. Él siempre tenía su poder activado, y si algo había aprendido con el tiempo era a siempre monitorear los pasos tanto de su padre como los de su hermano mayor. Imposible que Shoto lo hubiese visto. Seguramente, alguien de la servidumbre lo acusó.

También había aprendido, gracias a su buen amigo Kirishima, algo muy interesante. Al parecer, su gran hermano no era inmune a su lujuriosa naturaleza. Ventaja que Izuku aprovechaba profundamente.

—No es importante, Sho-chan —dijo casi inaudible —solamente estaba haciendo algo de ejercicio.

Shoto seguía en el umbral, observando al pecoso acostado con esa ropa deportiva tan sugerente. Y maldición, se veía muy bien.

Se aproximó hasta la cama, donde se sentó acercando su rostro al del peliverde.

—No te creo —susurró sobre su oído, mientras le acariciaba la mejilla suavemente —creo que eres un pequeño mentiroso, Izuku.

Ante la mención de su nombre completo simplemente sonrió, dejándose acariciar. La mano de su hermano era grande y caliente, siempre se sentía tan bien sobre su piel.

—No me importa si me crees, Shoto —desafío juguetón, rozando sus labios con los ajenos.

El mayor ya no se resistió, y eliminó la poca distancia que quedaba entre ellos con un beso demandante. Cada vez que estaba cerca de Izuku sentía un calor asfixiante que lo obligaba a caer ante sus instintos más bajos.

•DEMON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora