Veinte Euros

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Odio la nieve.

No era un secreto oculto de todos. Muchos, de hecho, asentían cuando decía en voz alta "preferiría disfrutar del sol en la playa que de invierno todo el año" porque algo que vives todos los días pierde el encanto rápido.  Es como llevar uniforme a una escuela. Primero lo amas si se ve elegante o crees que tiene algo único. Pero conforme pasan los días lo ves como algo común. Lo mismo pasa con algunos objetos como ropa o un collar. Relojes para los hombres o sus sombreros, gorros o sacos.

-¿Ya está de nuevo aquí señorita?- La cafetería era muy vieja en el pueblo. Pero algunos decían que era tesoro nacional. Claro, en un sitio tan pequeño muchas cosas se hacen famosas 

-Como todos los días Frank. ¿Alguna noticia nueva?- Y ahí había una mentira, porque yo no había estado ahí en meses.

-Debiste venir aqui en primavera. Nos llegó carne fresca .- No me impresionaba, pero la verdad es que odiaba el pescado. Cosa que Frank amaba con su corazón de gordo.- La verdad es que he subido un par de kilos por tanto pastel.

Sonreí al ver que sospechaba que pensaba justo en eso. El no tenía llenadera. Podía comer hasta veinte pastelillos en un día.

La verdad era que existía un pastel que el amaba con toda su alma. Y ese era el Kalakkuko. Que estaban hechos de pescado.
Y aquello me asqueada un poco. Pero como buena nativa me los comía y decía amarlos. Aunque no sabía si describirlo más como una tarta.

Había estado fuera del país por varios meses. Pero hablar con aquel hombre se sentía como algo normal. Cómo si me hubiese ido solo un día.

-¿Y que me has traído?

Me preguntó intrigado. Sonreí ante su iniciativa. Y lo mire con diversión.

-Se que me ves como santa Claus, pero solo espera.

Cogí una caja de mi bolso y se la arroje

-Espero que no sea un frasco de pepinillos porque ya estará hecho trizas.

-Solo ábrelo.

Frank uso sus manos regordetas para romper el papel y miro dos cajas de galletas de chocolate. Sabía que eran tan raras para el, no solo por la forma, ma marca y que el empaque estaba en inglés.

-¡Dios! No debiste.

Si algún día llegan a conocer a este chico. Nunca deben regalarle algo que no sea comida o terminará arrumbado en su ático.

-Espero que hayas ido más que a comer.- Me dijo mientras ya estaba abriendo la caja para saborearlas.

-Creeme, lo hice.

Me senté en una de las mesas del café y me quite mi chamarra. Ahí el cuerpo gritaba que hacía calor pese a ver la nieve fuera.

-¿Quieres saber las nuevas? Una chica nueva llegó.

-Bueno, algunos turistas vienen a ver las auroras boreales, no es de sorprenderse.- Le comenté. Esa era una de las pocas cosas que siendo nativo, te seguían enamorando.

-Bueno, ha llegado casi el dia que te fuiste.- Menciono. Y lo mire extrañamente complacida.

-¿Una chica extranjera viniendo a quedarse a un país muerto? ¿Cómo la has chantajeado?

Frank sonrió mientras me servía un plato de huevo con salchichas. Las comidas engordantes del lugar era un sello característico. Un dato curioso es que aquellas salchichas eran muy famosas durante el verano. Pero cada mordida se sentía el daño a tu cuerpo.

También me sirvió un extraño te de arándano. El dijo que no me envenenaria, pero no confiaba mucho en sus recetas inventadas.

-¿Y? ¿Cuánto le das para irse? Le pregunté al dueño de la única cafetería en el pueblo.

El balcón y la estrella perdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora