Capítulo 10 (Final)

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Youngjae se quedó lívido. Inmediatamente, se dio cuenta de que su abrigo estaba sobre los brazos de una escultura de mármol y los guantes sobre la cabeza de la misma, haciendo que la obra de arte pareciera más un espantapájaros. En su agitación, el chico los había colocado allí, en lugar de en el perchero.

Jaebeom estaba apoyado, con los brazos cruzados, contra el marco de la puerta. Llevaba un traje oscuro, con una corbata de color marrón. Era la imagen del ejecutivo próspero… rudo, sin una sola arruga en la ropa, y poderoso hasta el punto de parecer amenazador. Aparentaba absoluta tranquilidad, pero el joven se dio cuenta de que, tras esas cejas levantadas y la fría sonrisa, había un hombre a punto de estallar.

---Hola, Jaebeom.

--- Hola Youngjae--- no se movió.--- ¿Qué haces aquí?--- su tono era cortante.

--- He… he venido a verte. Por negocios--- mintió para salvar su orgullo.

—¿Ah, sí? ¿Qué negocios?--- era evidente que no le creía y lo estaba rechazando.

--- Está bien. No he venido por negocios, sino a verte.

—¿Por qué?

--- Porque… porque--- titubeó.--- Porque soy un tonto---- terminó, y empezó a ponerse su abrigo bajo la fría y penetrante mirada del hombre.

--- No olvides tus guantes--- le dijo, sin inmutarse.

El chico cogió los guantes con rostro inexpresivo, para que Jaebeom no se diera cuenta de cuánto le había afectado su reacción. Salió del edificio sin sentir apenas el frío, pues lo único que sentía era que su corazón se había partido en dos.

Poco después, sentado en el cálido interior del autobús, recordó la expresión de rechazo en el rostro de Jaebeom. Se había mantenido bajo absoluto control y no le había dado la menor oportunidad de acercársele, como si él hubiera hecho algo imperdonable por lo que estaba decidido a castigarlo. Mientras que lo único que Youngjae deseaba era ofrecerle su amor.

También recordó sus ojos oscuros y enigmáticos, y se preguntó si realmente expresaban absoluta frialdad o si había algo de ternura y tristeza en ellos.

No, debía de estar volviéndose loco. No habían mostrado nada de eso, sólo una tremenda impaciencia y el deseo de deshacerse de él. Youngjae pensó que Im Chulsoo estaba muy equivocado al pensar que su hijo lo amaba. En realidad, nunca le había importado.

Se enfadó consigo mismo por sufrir tanto por un hombre que no lo quería y que acababa de hacerle tanto daño.

A la tarde siguiente, Youngjae se presentó a trabajar en la tienda del señor Park, suponiendo que el trabajo le ayudaría a distraerse y a olvidar su dolor. Por fin, después de atender al último cliente, salió de la tienda y cerró la puerta con llave.

--- Sube--- le indicó una voz.

—¡Ay!--- gritó Youngjae, sobresaltado, y cayó de cara sobre la nieve.

A medida que se enderezaba, con dificultad, pensó que estaba alucinando. Era imposible. Con extrema lentitud, levantó el rostro para mirar a Jaebeom. Pero, esta vez, él no se bajó a ayudarlo; sólo lo miraba.

--- Sube--- repitió.

—¿Por qué?--- preguntó el joven, congelado por la emoción y con la sensación de que ya había vivido antes esa escena.

--- Porque te debo una explicación.

--- No me debes nada--- replicó el, pues no era eso lo que esperaba de él.

--- Claro que sí. Te he herido y creo que tienes derecho a conocer el motivo.

—¿Importa el motivo?

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