Tras las clases, empecé a trabajar en Campanilla, una franquicia de comida rápida que se encontraba dentro de un centro comercial cercano al campus. De acuerdo, quizá no fuera el mejor empleo del mundo, pero al menos me ayudaría a pagarme los estudios sin tener que desangrar aun más a mi familia. La vida en Alfheim era más cara que en Midgar por lo que a pesar de que el sector servicios, en especial la restauración, era tarea de nomos y vista como una degradación para los humanos, decidí comerme mi orgullo y conseguir ese trabajo. Vivir en Alfheim había sido mi decisión y mis padres no tenían porque sufrir las consecuencias económicas de esta.
Había creído que al ser humana tendría problemas para conseguir un puesto en un restaurante, pero me cogieron de inmediato por tener un talento en particular que ninguno de mis compañeros poseía: estatura. El nomo promedio no mide más de ochenta centímetros y aunque los restaurantes están acondicionados para su baja estatura, la mía seguía siendo una gran ventaja. Podía limpiar las mesas sin usar escaleras, podía alcanzar la comida en las estanterías más altas de las neveras y eso me convertía en la compañera perfecta.
El principal problema de trabajar con comida rápida era que atraía a los seres más vulgares y maleducados de la zona. Sin ir más lejos, esos instantes, una familia de troles había llenado el suelo de patatas y trozos de envoltorios. El desaliñado bebe plantaba sus sucias manos de kétchup por todo el cristal sin que sus padres se inmutaran.
Suspiré al pasar por ellos reuniendo paciencia, mientras recogía en una bandeja los desperdicios de la mesa cercana. Observé con disgusto como la niña trol, de unos cinco años, correteaba descalza por el sucio suelo de mi alrededor. ¿Cómo podían dejarla descalza por allí?
Sus padres no dijeron ni una sola palabra cuando se le cayó el vaso con coca-cola en los asientos que acababa de limpiar. Los cubitos de hielo
―¿Perdona pollita? ―me llamó el padre trol con un marcado registro vulgar.
Me giré, forzando la sonrisa vacía que me era obligatoria por contrato. Después de tres días de práctica imponiéndosela a mi rostro, ya apenas dolía sonreír sin sentirlo.
―¿Crees que somos perros para comer esto? ―me chilló tirando sus tacos sobre la mesa para que me quedara claro a qué se refería.
Nunca se me ocurriría confundirle con un perro. Los perros eran adorables y cariñosos. Pero no podía contestarle eso, por lo que me limité a recogerlos.
―¿Quiere su dinero de vuelta o que le traiga otro?
El trol soltó un bufido de indignación como si le hubiera preguntado si quería que le metiera la cabeza en el retrete.
―¿Eres tonta? ―me pareció entender, su acento no me deja entenderlo del todo―. Tráeme mi dinero.
Regresé con su dinero, esforzándome al máximo por mantener mi cara de póquer.
―¿Te ríes de nosotros? ―me espetó la mujer trol.
Mierda, me había pillado de infraganti, sonriéndome con una compañera. Pero era lo mínimo que podías hacer, cuando tus clientes se comportaban como psicópatas.
―Déjala que se ría ―intervino el padre divertido― . Nos mira con odio. Le hemos arruinado el día.
Miré por encima de mi hombro, para comprobar si mi jefe o alguno de mis compañeros estaba por allí. No podía haber testigos de mi crimen.
―No os odio, en realidad me dais pena ―comencé con calma―. Porque puede que tenga que soportaros durante diez minutos de mi vida, pero vosotros tendréis que vivir con vosotros mismos y entre los de vuestra calaña durante toda vuestra existencia.
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9 REINOS
FantasyEsta es una historia de HUMOR, fantasía, romance y aventuras. TRES ELFOS Y UNA HUMANA: UNA COMBINACIÓN APOCALÍPTICA Siracusa es la primera humana que viaja al reino de los elfos para estudiar medicina. Su carácter confiado y su descaro natural la a...