Capítulo 24

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El poblado de Mullingar estaba compuesto por una miríada de esferas que flotaban alrededor del Ygdrassil y emitían una luz azulada. Las paredes eran transparentes, por lo que se podía atisbar a los ocupantes de las peculiares casas en plena rutina. Los Geitums eran seres cuyo torso humanoide salía de un cuerpo de cabra. Se les conocía por ser altamente volubles, con cambios de humor repentinos y poco gusto por lo extranjero.

Nuestra llegada, hizo que nos observaran desde sus casa con una mezcla de curiosidad y desconfianza, pero no teníamos intenciones de quedarnos lo suficiente como para iniciar disputas.

―Deberíamos subir y hablar con ellos, para explicarles porqué estamos aquí y que nos marcharemos pronto ―propuso Tálah con la vista alzada. Tenía un pie apoyado en la roca y descansaba el antebrazo sobre el cuádriceps sin mostrar el menor indicio de haber sido drogado. Malditos elfos y su estamina.

Miré la oscura abertura en la madera del Yggdrasil, por la que habían desaparecido hacía media hora, el grupo de orcos que se encargaría de llevar el cebo hasta Lotty. Una vez la dragona estuviera muerta, proseguiríamos hasta la parte más honda del árbol, las cuevas de Enis. Se me estaba acabando el tiempo para librarme de Tálah.

Sacudí la cabeza para concentrarme en un asunto por vez. No había contado con que los habitantes de Mullingar pudieran ser un problema.

―¿Crees que los Geitums usan los túneles?

Tálah asintió.

―Sin duda, por eso creo que es buena idea ir a hablar con ellos. Explicarles la situación.

Asentí alegrándome, egoístamente, de que estuviera allí conmigo.

―Iré yo, pues ―concordó él, cuadrando los hombros.

Mientras Tálah trepaba para llegar a una de las esferas azuladas, me acerqué a un grupo de elfos que pertenecían a la corte de Buncrana, enviados por la reina para ayudarnos con la migración.

―¿Cómo vais a regresar a Alfheim? ―inquirí a uno de ellos.

―Un helicóptero viene de camino para recogernos.

Tragué saliva aliviada con escucharlo.

―Tenéis que llevaros a Tálah Letterkenny con vosotros ―le informé y el elfo frunció el ceño.

―Eso no forma parte del plan.

―¿Qué más dá? ―solté un tanto irritada―. Es uno de los vuestros y le llevaréis a casa.

El elfo se revolvió un tanto incómodo pero terminó por asentir. ―Supongo que no hay problema.

Bien, ahora solo tenía que convencer a Tálah de que se metiera en el maldito helicóptero. Pan comido.

Una hora más tarde, el helicóptero había llegado y mi pierna retumbaba de forma rítmica y nerviosa, ante la perspectiva de que se fuera antes de que Tálah regresara.

Mi miedo no llegó a cumplirse, porque diez minutos más tarde lo ví descender por las dobleces del Yggdrasil.

―Te has tomado tu tiempo ―exclamé, dejando salir algo de la ansiedad acumulada.

Tálah me tomó de la mano y la llevó a los labios para posar un beso contra mis dedos. Apestaba a un peculiar aroma de especias mezclado con alcohol. Debía tratarse de alguna bebida típica de los geitums que no existía en Midgard, pues nunca había olido nada parecido.

―¿Y bien? ―le pregunté ceñuda. Los elfos no se tambaleaban, ni se les liaba la lengua al hablar cuando habían bebido, pero sus pupilas estaban dilatadas y brillaban con un fulgor especial.

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