Capítulo 18

1.3K 258 41
                                    

Nadie sabía cómo derrotar a un dragón. Ni siquiera los libros más antiguos que desenterré de la biblioteca de la facultad. Todos los dragones que habían atemorizado algún reino durante la historia habían muerto por causas naturales.

El problema de que Lotty, el último dragón en un milenio, llevara siglos encerrada en el Ygdrassil era que los humanos, tan eficientes como éramos en avance tecnológico y en suplir nuestras debilidades con maquinaria sofisticada, no habíamos tenido la necesidad de inventar artilugios para cazar dragones ni defendernos de estos.

Los elfos de la Corte de Otoño y de la Corte de Invierno, se habían ofrecido a ayudarnos a buscar una solución. Su amabilidad para con los humanos se basaba únicamente en mi amistad con la princesa Buncrana y el príncipe Tullaroan. Al menos, le había regalado importantes alianzas a mi pueblo.

No obstante, parecía que no iba a servir de mucho, pues ambas cortes coincidían en que no podíamos abrir la cueva de Easky hasta no tener una solución para su moradora.

En nuestra segunda noche en la Corte de Otoño, los dirigentes de los enanos habían sido invitados al salón de reuniones para una lluvia de ideas. Tres horas y ocho ideas rechazadas más tarde, estaba comenzando a desesperarme.

Al parecer, los dragones eran escurridizos y astutos, haciéndolos imposibles de apresar contrampas mostarles o conducirlos dentro de una jaula. Las escamas tenían una dureza mágica e imperforable incluso por los materiales más duros y afilados. Sobrevivían al fuego, por lo que quemarlos resultaba inútil. No había crónica histórica que registrara la victoria ante un dragón. No obstante, la tecnología humana había avanzado mucho, y para bien o para mal, los inventos para destruir y matar eran nuestra área de pericia.

―¿Y si denotamos una bomba? ―sugerí tras diez minutos de cavilar, durante los cuales nadie había propuesto ideas nuevas.

Los enanos tenían un tesoro almacenado en la cueva, de ahí su interés en aliarse con sus enemigos naturales, los elfos, para despejar el camino. Dunira, la reina de los enanos, alzó una poblada ceja en mi dirección, quizá planteándose si una explosión dañaría el ansiado contenido de la cueva.

―¿Una bomba dentro del Ygdrassil? ―inquirió Buncrana confusa.

Asentí con vehemencia.

Dromig se alzó en su trono y me contempló con sus bonitos labios fruncidos. Si yo hiciera un gesto así me saldrían arrugas en un santiamén.

―Un explosivo lo suficientemente fuerte como para traspasar las escamas de un dragón destruirían el Ygdrassil ―dijo en tono grave―. Y por ende, los nueve reinos.

―Podríamos esperar a que el dragón emprenda el vuelo y lanzarle un misil ―propuso Dunira inclinada por acabar con el dragón fuera de la cueva.

Dromig desechó la idea con un movimiento de mano.

―¿Cuánta gente moriría antes de lograr alcanzar al dragón?

―Puede que haya bajas, pero... ―continuó Dunira.

―¿Cuántas vidas valen tus piedras preciosas? ―la interrumpió Dromig, lanzándole una mirada que podría congelar las llamas de una hoguera.

La animosidad entre enanos y elfos era legendaria, pero nos estábamos discutiendo solo el tesoro de los enanos sino la salvación de toda la humanidad. Dunira tenía razón. Unas cuantas bajas compensaba la salvación de un reino entero.

―¿Qué hay de una bomba bacteriológica? ―propuso Tálah a mi derecha―. Sabemos que Lotty puede enfermar. Por lo tanto podríamos inocular alguna bacteria en la cueva y esperar a que surta efecto.

9 REINOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora