Capítulo 11

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A la mañana siguiente, me desperecé en mi cama con la languidez sensual de un gato, mientras mis labios tenían dibujada una sonrisa extasiada. Por alguna razón, acababa de despertarme con una peculiar sensación de bienestar.

Fruncí el ceño, intentando recordar cómo había llegado a mi cama. me erguí sobre mis hombros y escaneé la habitación en busca de pruebas. Llevaba aun puesto el vestido blanco de anoche, pero por mucho que hiciera memoria no lograba recordarme entrando en la habitación, ni tirándome en la cama. Busqué más atrás, y me di cuenta entonces de que no recordaba nada posterior al momento en el que Eslaigo me empujó contra el peculiar libro que sujetaba aquella fae.

Me cambié deprisa, poniéndome lo primero que encontraba aunque no combinara, y le escribí un mensaje a Buncrana citándola para desayunar.

Detuve mis movimientos apresurados de golpe al abrir la puerta y me quedé paralizada mirando el rellano de mi cabaña cubierto por un manto blanco que, de no ser porque era imposible, parecía nieve.

―Pero qué troles... ―murmuré para mí misma, anonadada. Alcé un pié descalzo y lo rocé con cuidado sobre el material blanco. A través del calcetín, sentí el frío y la humedad de la nieve.

Había nevado a principios de octubre. Saqué unas botas del arcón, que no tenía planeado usar hasta el invierno, pero que al parecer iban a ser necesarias antes. Me las calcé con rapidez para evitar que se me mojaran demasiado los calcetines y me asomé por la barandilla, cuyp reposa manos también estaba cubierto de nieve. Atónita contemplé como las copas de los árboles y los tejados de las demás cabañas estaban cubiertos de nieve. El aire de mi exhalación se cristalizó en forma de vaho frente a mis narices y me di cuenta que mi chaqueta de lana no iba a ser suficiente.

Tras regresar a la habitación a por un plumas, bajé las escaleras corriendo y me dirigí hacia la cafetería dónde había quedado con Buncrana. Los seres con los que me crucé por el camino parecían tan confusos y descolocados como yo. Varios elfos quitaban la nieve de sus puertas con palas, mientras que otros debatían lo extraño del fenómeno con sus vecinos. Las hadas revoloteaban por el bosque y el pitido de sus pequeñas voces indicaba que estaban inmersas en su propia asamblea. Era la primera vez que las veía tan temprano, cuando lo habitual era que salieran de sus casitas al caer la tarde.

Cuando abrí la puerta de la cafetería me sorprendió el barullo de su interior. Me había acostumbrado a que los lugares públicos en Alfheim no recrearan el vocerío habitual de los humanos. Los elfos, al ser gente de pocas palabras y de tono sosegado, no solían sobrepasar los veinticinco decibelios, pero aquella mañana todos parecían estar hablando a la vez.

Divisé a Buncrana en nuestra mesa habitual, acompañada por Eslaigo y Tálaha. Este último acababa de depositar sobre la mesa una bandeja con tazas y un plato con una torre de tortitas de arroz y avena.

―Buenos días, Siracusa ―me saludó Buncrana al ver que me aproximaba.

Me dejé caer a su lado mientras me sacaba dificultosamente el abultado abrigo.

―¿Alguien me puede explicar por qué está nevando en octubre? ―rogué sin más demoras―. Anoche no hacía frío, y hoy...¿es esto habitual en Alfheim?

Eslaigo me sonrió con condescendencia.

―Mira a tu alrededor humana. ¿Te parece que algo de esto sea habitual?

Se refería a lo abarrotada que estaba la cafetería para ser domingo y lo ruidosos que estaban los estudiantes elfos esa mañana.

―¿Qué está ocurriendo?

―La nieve nos ha pillado a todos por sorpresa ―respondió Buncrana.

Con dos dedos cogí el plato bajo una de las tazas de café y lo arrastré hacia mí, provocando que Tálah dejara caer los hombros y me mirara.

9 REINOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora