Capítulo 12

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Toda nuestra vida nos habían contado que el mundo estaba compuesto por nueve reinos sujetos a lo largo del Yggdrasil, el gran árbol de la vida. No obstante, de esos nueve reinos adheridos al Yggdrasil desde sus raíces hasta su copa, solo teníamos acceso a tres: Midgard, el reino de los humanos, Alfheim el reino de los elfos y Svartalfaheim la tierra de los enanos y los elfos oscuros. Para creer en los demás reinos hacía falta tener fe ciega en nuestra religión. Cosa que no abundaba en las últimas generaciones humanas, pero que parecía seguir afincada, con el mismo fervor que el de mis antepasados, entre los elfos.

Por esa razón, parpadeé confusa ante el mapa del Yggdrasil que acababa de entregarme Eslaigo y que contenía los nueve reinos. En nuestros mapas de Midgard solo figuraban los tres reinos visibles y dejábamos la representación nuevereinalpara las clases de religión.

―Vamos a ver si lo he entendido ―comencé, alzando la voz por encima del sonido del automóvil―. Planeáis descender por el tronco del Yggdrasil hasta las raíces para visitar a las Nonas.

―Nornas―me corrigió Buncrana a mi lado―. Y no vamos a descender por el tronco, eso sería prácticamente imposible. Vamos a hallar un portal que nos lleve directamente a las raíces.

―¿Un portal? ―repetí, incrédula―. ¿Un portal que teletransporte a las raíces del Yggdrasil?

¿Iban enserio con todo aquello?

―No tienes por qué acompañarnos si estas asustada, humana ―me señaló Eslaigo en su versión impertinente de ser considerado. Se abrochó el cinturón, pero no encendió el motor a la espera de mi decisión.

―Claro que voy a ir con vosotros ―le espeté con una mueca―. Es "mi" teoría apocalíptica, al fin y al cabo.

―Puede ser peligroso, Siracusa ―me advirtió Tálah, hablando por primera vez desde que abandonamos la cafetería para dirigirnos al auto de Eslaigo.

Mi respuesta fue poner los ojos en blanco.

―No es que el peligro la detenga ―murmuró Tálah para sí mismo, como si yo no estuviera allí.

―Nosotros cuidaremos de ti, como siempre ―prometió Buncrana estrechándome la mano cariñosamente.

La miré dándome cuenta de que mi idea de ella había cambiado de forma radical. El mismo rostro que de primeras había creído que podría corresponder al de una arpía, de pronto me parecía genuino y bondadoso. Estaba empezando a sentir verdadero afecto por mi nueva amiga y aunque los elfos no eran muy afectivos, la sorprendí, dándole un beso en la mejilla.

―Eh, ¿no hay besos para nosotros? ―protestó Eslaigo, mirándonos por el espejo retrovisor. Aunque estaba segura de que sus celos estaban dirigidos a la rubia, no desaproveché la oportunidad de inclinarme hacia delante y plantarle un picotazo en la mejilla tan sonoro que lo hizo reír.

Después miré a Tálah, pero debido a su extraño comportamiento conmigo esa mañana, me pareció que, incluso un beso amistoso en la mejilla, sería demasiado incómodo.

Decidí volver analizar el mapa, deslizando mi dedo por la gran rama que sostenía Alfheim y por la que bajaría nuestro automóvil en dirección al tronco central.

Al principio no vimos más que vegetación, kilómetros y kilómetros de frondoso bosque que se extendía hasta las majestuosos y picudas murallas que delimitaban el reino de Alfheim.

Abrí la boca con la nariz casi pegada a la ventanilla. Nunca había estado fuera de un reino, a excepción del vuelo entre Midgard y Alfheim. Fue como si de pronto nos hubieran empequeñecido. El terreno por el que circulábamos era una de las ramillas que emergían de la gran rama que sostenía Alfheim. Las gigantes hojas del Yggdrasil a nuestro alrededor eran hasta tres veces el tamaño de nuestro vehículo.

9 REINOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora