Capítulo 14

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Conforme nos alejábamos del tronco las raíces se tornaron más bajitas y más separadas entre sí. Llegamos a lo que debía ser un charco, pero que para nosotros resultaba una laguna.

―Este es un buen lugar para pasar la noche ―indicó Buncrana, mirando el agua con anhelo―. Muero por un baño.

―Empiezas a hablar como Siracusa ―le advirtió Eslaigo con una sonrisa divertida.

―Todo se pega menos la elfosura ―bromeé, quitándome la mochila y apoyándola contra la pared que nos marcaba el camino.

―Voy a darme un baño ―anunció Eslaigo, quitándose la ropa. Un minuto después estaba en el agua. Así de fácil era con los hombres.

Me acerqué a Buncrana en la orilla del lago. Se sacó una pastilla de jabón élfico de la mochila y lo alzó para ofrecérselo al joven.

Eslaigo se aproximó a la orilla para cogerlo, emergiendo del agua, y tuve que apartar los ojos ante su completa desnudez.

Me atreví a echarle una mirada de reojo. El joven estaba plantado frente a Buncrana, con toda su descarada desnudez y se miraban a los ojos.

―¿Está fría? ―pregunté para interrumpirlos.

―Lo estará para ti ―respondió Eslaigo, dándose la vuelta para regresar a la parte más honda. Buncrana y yo observamos sus nalgas con bastante menos decoro, e intercambiamos una mirada.

Mi enajenación mental se terminó cuando el cuerpo del elfo estuvo, de nuevo, oculto por el agua. Recordé entonces que aquello no era un juego.

―Ya estarás aburrida de ver eso ―le recordé a Buncrana, dándole un codazo suave en las costillas―. Siendo amigos desde siempre.

La joven negó con la cabeza.

―También es mi primera vez ―me corrigió, sin apartar los ojos de Eslaigo, quien se enjabonaba el pelo.

Me mordí el labio, notando una presión en el pecho. Eslaigo estaba cambiando su comportamiento con Buncrana. Eso eran muy malas noticias.

―Buncrana ―la llamé con discreción, sin mirarla. Ella sí que se volvió hacia mí, quizá por mi tono serio―. Debes pararlo de inmediato.

Por el rabillo del ojo la vi fruncir el ceño.

―Tú eres la primera que...

―Lo sé, y me arrepiento ―la interrumpí―. He sido una tonta y una inconsciente por incentivar algo tan peligroso. No sabía que era tan peligroso. Sabes que debes frenarlo antes de que haya consecuencias.

Buncrana se mojó los labios y un rayo de culpa cruzó su rostro. Agachó la cabeza, rendida. Parecía muy cansada y triste, como a una niña a la que se le hubiera prometido su juguete favorito para luego recordarle que era demasiado pobre para tenerlo.

En el agua Eslaigo se frotaba el pecho. Un instante después miró hacia nosotras y al ver que Buncrana tenía la vista sobre el suelo y que yo era la única prestándole atención,se detuvo decepcionado y se sumergió entero en el agua.

―Yo voy a ayudarte ―le prometí, entrelazando mi brazo al suyo―. Haré lo que pueda por ayudar. Se te pasará, ya verás que pronto será como si nunca hubiera estado ahí.

―Gracias Siracusa ―me respondió ella, pero no parecía creerse esa promesa―. No hablemos más, incluso mencionarlo es peligroso.

Asentí.

―Ni pensaremos en ello siquiera.

―Esa es una promesa que no puedo hacer ―musitó ella entonces, y echó a andar al ver que Eslaigo venía hacia nosotras.

9 REINOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora