Capítulo 10

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Al día siguiente, el sábado, tenía turno de mañana en Campanilla. A pesar de tener que madrugar, el desayuno era mi horario favorito para trabajar, aunque debido a las clases solo me tocaba los fines de semana.

La mañana estaba tranquila y los clientes estaban llegando con cuentagotas como me gustaba a mí. En esos momentos, aguardando su pedido en el mostrador solo tenía a una elfa con su hijo pequeño, quien irónicamente debía tener más edad que yo, pero conservaba el aspecto de un humano de unos siete años.

Llevaban un buen rato esperando el pedido y la mujer parecía un poco tensa y estresada para ser una elfa. Me giré hacia la estantería caliente que comunicaba con la cocina. Solo la parte de la comida había sido depositada en esta. Apoyé el codo en el calorcito de la plataforma caliente.

―Didi ―llamé al nomo que daba vueltas por la pequeña cocina―. Eres el pistolero más lento del oeste. ¿Dónde está el resto de la comida?

Didi me lanzó una mirada enfadada. Cuando trabajas en un restaurante de comida rápida, lento es el peor insulto por haber.

A mi espalda escuché como la elfa le gritaba a su hijo.

―Hastiada, hastiada me tienes. No voy a traerte conmigo nunca más ―le gruñó al pequeño, señalándolo con un dedo autoritario.

Procuré no juzgarla. Ser madre y soportar monstruitos revoltosos a diario no debía ser nada fácil.

―Menú infantil ―anunció Didi desde la cocina, depositando una caja con dibujitos de la ElfaLaLi en la mesa caliente.

Por fin tenía todo el pedido, pero había sido la comida rápida más lenta de la historia.

― Didi, ¿puedes cambiar el menú infantil por uno adulto? El cliente ha crecido ―bromeé.

―Ja, muy graciosa.

Sonriendo, me di la vuelta con el sándwich y la caja en las manos para depositarlos en la bandeja.

―No lo soporto, me oyes, no te soporto ―estaba gritando la madre con el niño cogido por el brazo mientras lo zarandeaba.

Se me borró la sonrisa, y titubeé sin saber si debía intervenir o no. El niño tenía los ojos muy abiertos y miraba a su madre asustado.

―Señora, la comida ya está lista ―la llamé, intentando desviar su atención, pero la mujer estaba enfurecida y ofuscada en lo que fuera que su hijo había hecho para molestarla de aquella forma. Continuó sacudiéndolo―. Ehhh, señora ―insití con tono firme.

La mujer alzó los ojos hacia mí y fue como si despertara de un trance. Se sonrojó y miró a su alrededor, preguntándose quizá cuánta gente la había visto perder la paciencia con su pequeño.

―Es que... es insoportable ¿sabe? ―me dijo a modo de disculpa.

Asentí, entregándole la bandeja.

―Coma y relájese ―le dije, pero había algo que no estaba bien. Los observé alejarse y ví como la elfa se sentaba todo lo lejos posible de su hijo e intentaba no mirarlo. El niño tenía la cabeza agachada y parecía no querer ni respirar.

― ¿Y ese ceño? ―Reconocí la voz de Buncrana antes de mirarla.

Di dos pasos hasta el otro lado del mostrador para acercarme a ella.

―No sé, Buncrana, hay algo que no está bien con la gente ―le dije, echando otra mirada a los clientes.

―Sí, que aún no hemos desayunado ―respondió ella a modo de broma. Miró el cartel sobre mi cabeza―. ¿Puedes servirme un sándwich de aguacate y tomate?

9 REINOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora