Según el libro que había tomado de la biblioteca, los sacerdotes de Ónegal no tenían permitido hacerse las marcas del corazón roto, ya que su corazón pertenecía a los dioses. Por lo tanto, Eslaigo no podía ser el elfo al que yo había visto hacerse incisiones en el pectoral.
Si no eran la misma persona, ¿qué relación había entre ambos? Lo más probable era que ninguna y yo estaba mezclando datos independientes.
Alguien llamó a la puerta de mi habitación interrumpiendo mis cavilaciones. Al otro lado se encontraban los tres elfos que se habían convertido en mi familia adoptiva en Alfheim.
Buncrana me dio un beso en la mejilla y Tullamore me revolvió el pelo al entrar, mientras que Tálah se hacía el remilgado en el rellano de mi cabaña.
―¿Vas a pasar? ―le pregunté irritada. La nieve había regresado aquella tarde tras una mañana soleada y cálida. La locura del clima era un indicador evidente de que el fin del mundo continuaba aproximándose.
Apoyado en la barandilla cubierta de nieve, Tálah me echó un vistazo cauteloso― ¿Has tenido noticias de Ming?
Fruncí los labios y negué con la cabeza. Eran las cinco de la tarde y aun no sabía nada del nomo. Estaba empezando a darme por vencida, pues a las diez de la noche tenía un vuelo a Midgard para unirme a la evacuación humana y no iba a poder investigar el misterio de Eslaigo desde allí.
Satisfecho con mi respuesta, Tálah entró y cerré la puerta tras él, tiritando de frío. Estornudé varias veces, pues los cambios de temperatura me estaban provocando un resfriado, y los elfos me contemplaron boquiabiertos. Siempre lo hacían cuando estornudaba. Al parecer era una reacción humana que no dejaba de sorprenderlos o quizá creyeran que era una peculiaridad mía con la que llamar su atención.
―Te alegrará saber que un grupo de orcos subvencionados por la Corte de Invierno os estarán esperando a la entrada de los túneles de Mullingar ―anunció Tullamore, ofreciéndome un plato cubierto por un paño de cocina.
Lo acepté y eché un vistazo bajo el trapo. Era una tarta de zanahorias para tomar el té, sin duda preparada por los sirvientes que el príncipe mantenía en el campus.
―¿Para qué? ―pregunté dejando la tarta sobre la mesa. Llevé el hervidor eléctrico bajo el grifo del baño y lo llené de agua.
―Los orcos os protegerán en caso de que os encontréis con algun peligro ―indicó Buncrana cuando regresé al salón―. Mi madre les paga bien para ello.
Asentí sin estar muy segura de que fuera buena idea. Su presencia iba a atemorizar a los humanos, pues lo único que se escuchaba de ellos en Midgard eran su proezas bélicas.
―¿Se enfrentarían al dragón? ―pregunté duvitativa.
―Nadie puede enfrentarse a un dragón, Sira ―rebatió Buncrana sentándose a la mesa. Tullamore tomó asiento junto a ella y se dispuso a cortar la esponjosa tarta en varios pedazos.
―¿Entonces con qué se supone que van a ayudarnos? ―pregunté hastiada.
―Con otras criaturas que puedan surgir ―razonó Tullamore como si le pareciera obvio.
―¿Otras criaturas? ―chillé―. Nadie dijo nada de otras criaturas...
El agua de la tetera comenzó a bullir de forma escandalosa justo en ese momento, haciendome dar un salto sobre mí misma.
―Siracusa, tranquilízate ―dijo Buncrana, asiendo la tetera por mí―. Para eso son los orcos, estaréis a salvo. Trae las tazas y el té.
Tomando una profunda inalación hice lo que decía. Coloqué dos tazas sobre la mesa frente a ellos y regresé al armario a por otras dos. Al darme la vuelta ví como Tullamore le daba un beso a Buncrana y la taza que había justo frente a él titiló sobre el plato.
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9 REINOS
FantasiaEsta es una historia de HUMOR, fantasía, romance y aventuras. TRES ELFOS Y UNA HUMANA: UNA COMBINACIÓN APOCALÍPTICA Siracusa es la primera humana que viaja al reino de los elfos para estudiar medicina. Su carácter confiado y su descaro natural la a...