Desde que había empezado la cuarentena, en mi hogar las cosas no habían cambiado mucho. Nuestra situación económica nos impedía disfrutar de actividades afuera de casa, así que el hecho de quedarnos encerrados en ella no se nos hacía extraño. Cuando se es pobre uno se acostumbra al aburrimiento.
Aunque parezca increíble esto me tranquilizaba, pues aunque las autoridades decían que el aislamiento obligatorio duraría dos semanas, era implícito que duraría más. Un mes, o incluso dos.
Eramos tres: mi padre de 58 años, mi madre de 60, y yo de 19 recién cumplidos. Por suerte nos llevábamos bien, porque de haber sido una familia conflictiva no sé cómo nos hubiéramos aguantado viéndonos la cara todo el día, todos los días, aunque de ser así no hubieran ocurrido muchos problemas pues generalmente yo me la pasaba en mi cuarto escuchando música y mis padres veían la televisión o leían.
Sin embargo, no todo era perfecto. Como dije, nuestra situación económica siempre fue frágil, y con esto del aislamiento las cosas empeoraron. Los problemas empezaron a surgir a medida que pasaban los días, y el principal de ellos era la comida: mi padre trabajaba en una ferretería y mi madre seguía desempleada para cuando llegó el virus, así que no había manera de conseguir dinero, ya que las ferreterías eran uno de los negocios que no admitían su funcionamiento durante la cuarentena.
Con gusto hubiera ayudado, pero desgraciadamente yo tampoco tenía trabajo.
De todas maneras, aún nos quedaba un poco de plata así que seguimos aguantando un tiempo. Pero no era suficiente, y con cada día que pasaba las cosas se veían cada vez menos positivas. Pronto nuestra tranquilidad dio paso a la preocupación, y en cada desayuno, almuerzo, merienda y cena nos preguntábamos (o al menos yo lo hacía) si acaso no sería la última vez que veríamos algo así en la mesa. Nunca habíamos pasado hambre, pero si todo seguía así...
Pero inesperadamente nuestra suerte cambió: un día mi padre vino de comprar y al entrar a la cocina llevaba la sonrisa más radiante que alguna vez lo vi llevar. Exaltado, nos contó a mí y a mi madre que los de la carnicería (que está a unas cuadras y a la que siempre fuimos clientes fieles) le habían dicho que le podían conseguir carne y dársela grátis.
Cabe aclarar que mis padres siempre fueron personas simpáticas con todo el mundo, incluso hasta con gente que no se merecía ese trato por parte suya, así que no me extrañó que alguien les hiciera favores. Con su actitud aprendí que con sólo una sonrisa y palabras amables se podía conseguir el mundo entero. O parte de él, al menos.
Y así, para nuestra tranquilidad desde ese día pudimos tener siempre un plato lleno en la mesa. Constantemente escuchábamos en la televisión y en la radio acerca del impacto que tuvo la cuarentena y el aislamiento en la economía local y global, y cómo mucha gente no podía conseguir alimentos por el creciente cierre de supermercados y kioscos.
Otra cosa que siempre se mencionaba era la soledad que rodeaba al país, aunque no era necesario que nos lo cuenten porque podíamos comprobarlo en persona al ir a hacer las compras: usualmente salir a la calle en nuestro barrio un día cualquiera era como salir al centro: siempre había gente yendo y viniendo, hablando con los vecinos desde las casas, los empleados de las fábricas trabajando con su maquinaria ruidosa (vivíamos en un barro de clase media-baja industrial, por lo que prácticamente estábamos rodeados de fábricas y talleres), los aviones del aeropuerto que tenemos a dos cuadras invadiendo el cielo con sus sombras estruendosas… pero ahora salir a la calle acá era como entrar a un cementerio: con suerte había una o dos personas, y ninguna se hablaba con la otra. Las fábricas de mi cuadra cerraron y el aeropuerto también, por lo que lo único que se escuchaba era el cantar de los pájaros y algún que otro ladrido lejano. Y cuando no se escuchaba nada, nuestras propias pisadas eran la única prueba de que había algo de vida.
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HISTORIAS DE HORROR: RELATOS DE CUARENTENA
HorrorActualmente se está viviendo un aislamiento a escala global que nos encierra en nuestras casas y, por lo tanto, en nuestro propio universo. Todos somos un universo distinto, pero como en cada realidad yacen cosas terroríficas no es de extrañar que a...