6. JUEGOS FRATERNALES

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Se abrió la puerta de su cuarto y una voz dijo suavemente:

- Hijo amado, venga, ya es hora de levantarse.

Juan escuchó la voz de su padre que lo despertaba, y antes de siquiera abrir los ojos lanzó un insulto.

Siempre fue así desde que tenía memoria: lo despertaba su padre, y lo despedía su padre cuando se acostaba por las noches.

Eso no le molestaba cuando era un niño, pero Juan ahora tenía casi diecisiete años. Estaba a dos de ser un adulto. Y su padre lo seguía despertando por las mañanas con voz suave y tactos gentiles como si de un bebé se tratase. A veces su hijo se preguntaba si no habría algún trastorno mental de por medio...

Pero obviamente ésto tenía sus beneficios.

Cuando tenés a un padre demasiado cariñoso como él, a veces pasan cosas agradables. Como cuando terminás de comer y seguís con hambre, y entonces tu padre te da lo que le queda de su plato, que es bastante. O como cuando no querés lavar los platos y con una fingida mirada de cansancio lo convencés a él de que lo haga por vos. Lo mismo con la ropa, la casa y hasta tu cuarto.

Sí, tenías sus ventajas.

Pero a esta altura Juan ya estaba harto. Hacía dos meses y medio que estaban juntos, sin poder salir por la cuarentena, y la sola idea de pasar varios más en esa constante situación llenaba al muchacho de frustración. Para colmo, su servidor de internet había tenido un problema y por el momento no les andaba el servicio.

Quería estar sólo. Quería estar en paz. Pero en especial, quería que su padre deje de ser tan insoportable.

Porque cuando tu padre no deja de insistirte para servirte más comida incluso cuando estás lleno, cuando te saluda cada vez que va al baño a la madrugada y te despierta, cuando entra a tu cuarto sin preguntar para saber si necesitabas algo... Cuando ocurre todo eso, entonces te preguntás si realmente valen la pena los beneficios.

A veces su padre no parecía una figura paterna, sino un esclavo.

Y Juan odiaba que sea así. Le irritaba y le molestaba y hasta le enfurecía a veces. Él no era un muchacho como él; las buenas actitudes y pensamientos de su padre no las había heredado. Su padre era sincero, franco, dócil, sumiso; Juan era mentiroso (cuando le era conveniente serlo), hipócrita, inflexible, dominante. Era como si los papeles se hubieran invertido.

Por eso a veces se aprovechaba de la personalidad de su padre para su propio beneficio, y por eso otras veces le exasperaba.

Pero ese mismo día Juan descubriría algo que le cambiaría la manera de ver a su padre. Como una revelación, sabría qué es lo que realmente tenía en su padre.

Ocurrió al mediodía, mientras almorzaban. Generalmente ponían la televisión porque, como es de esperar, no tenían mucho tema de conversación. O en realidad es que sí lo tenían, pero simplemente no lo intentaban porqué sabían que el otro no lo entendería.

Juan había terminado su plato. Su padre se dio cuenta y enseguida se levantó para servirle más.

- No, pa. No quiero más. - le dijo Juan.

- Tomá que todavía hay más en la olla. - le dijo su padre como si lo hubiera ignorado, mientras le acercaba la olla.

- No, dije que no quiero. - Juan se estaba irritando.

- No es mucho, mirá. Sólo un cucharón... - le decía mientras le estaba sirviendo.

- No, papá. No quiero. No es no. - le espetó su hijo. A veces tenía ganas de gritarle.

HISTORIAS DE HORROR: RELATOS DE CUARENTENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora