María estaba adelante de la puerta de la casa de sus tíos.
No quería entrar. Primero, porque sabía que si entraba no podría volver a salir, ya que si había algo más estricto que la cuarentena, eso eran sus tíos que procurarían cumplirla a rajatabla.
Y segundo, porque no quería estar en la misma casa que esas personas.
No sus tíos, sino las otras personas que estaban esperándola en el cuarto del fondo. Quietas, pero listas para moverse. Para acercarse a ella.
O eso es lo que siempre creía que iba a pasar.
Estaba tan ensimismada en sus miedos que se sobresaltó al escuchar el ruido repentino de la puerta abriéndose. Levantó la cabeza y ahí estaba su tía, Gloria.
- Mi amor, ya estás acá. - le dijo antes de abrazarla -. Vení, entrá. Adentro está tu tío esperándote con una rica merienda.
Fue raro volver a estar en esa casa después de años. Todo seguía intacto, pero aún así era diferente. Tardó unos momentos en darse cuenta: la vejez. El tiempo hacía estragos en todos, y en todo. En las cosas que uno ve todos los días no se nota, pero cuando extendés la vista podés ver lo que se va corrompiendo. De a poco, pero lo hace.
Gloria acompañó a su sobrina por el largo pasillo de entrada hasta la sala, donde de ahí pasaron el comedor hasta llegar a la cocina. Alberto, el tío de María, estaba sentado en la mesa del centro con un diario.
Cuando lo bajó y vio a la pequeña, éste se levantó casi de un salto y se acercó a saludarla. La llenó de besos, y su tía aprovechó para darle su propia ración, y le dijeron que se acomode en la mesa.
En ella, la mejor merienda que María había visto jamás se desplegaba. Se le hizo agua la boca y le rugió el estómago.
Mientras merendaba escuchaba a sus tíos, que la ponían al día.
- Nosotros por suerte estamos bien. - le decía Alberto -. Un poco preocupados por el virus que anda dando vueltas, pero apenas salimos de la casa, así que no creo que haya verdaderas razones para alterarse.
- Es verdad. - corroboró Gloria -. Con suerte salgo cada cuatro días al pueblo para comprar. Pero nada más.
- Y yo trabajo desde casa, así que por primera vez puedo estar en calzoncillos mientras laburo.
- Alberto, adelante de la nena no. - le reprochó su mujer.
- Ay Gloria, dejala. Estoy seguro que vio cosas peores.
- Tampoco quiero asustarla, va a estar con nosotros hasta el fin de la pandemia así que lo mejor es hacerla sentir como en su casa. - le decía a su sobrina con una sonrisa cálida.
María se sentía realmente cómoda con ellos. Sí, al principio tenía algo de miedo, en especial porque no era una chica muy comunicativa, pero sus tíos ya sabían cómo era ella y se dio cuenta que no tendría que preocuparse por esas cosas.
- Quedáte tranquila, que vas a tener mucho para entretenerte. - le decía su tío -. Si querés, me podés ayudar con las cosas del trabajo...
Al escuchar eso María casi borra la sonrisa. Un escalofrío le recorrió la espalda. Su mente, siempre tan traicionera, le dijo que esas eran las manos de ellos acariciándola.
- Obviamente, si vos querés. - continuaba Alberto.
- No te preocupes, linda. No tenés porqué ayudarlo, pero sí tenés que tener en cuenta que vas a ayudar a mantener la casa. En este techo no hospedamos vagos. - le decía Gloria.
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HISTORIAS DE HORROR: RELATOS DE CUARENTENA
HorrorActualmente se está viviendo un aislamiento a escala global que nos encierra en nuestras casas y, por lo tanto, en nuestro propio universo. Todos somos un universo distinto, pero como en cada realidad yacen cosas terroríficas no es de extrañar que a...