|| S I E T E ||

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Ambos se encaminaron a la salida del local después de haber pagado, enfrascados en una charla trivial, atentos a los gestos de su pequeño hijo.

Cualquiera que los viera de lejos diría que eran una familia unida, feliz y diferente al resto.

—¿Te puedo acercar al departamento? Si gustas, claro está — se ofreció con una sonrisa.

—Si no te molesta — Can le devolvió el gesto con una leve sonrisa.

Ambos caminaron hasta el auto de Tin y Can se encargó de colocar a Pete en el asiento para bebés (que Tin había comprado la quinta vez que se reunieron en el parque), antes de sentarse en el asiento de copiloto al lado de su exesposo.

En un ambiente relajado y familiar Tin empezó a manejar su auto hasta el departamento donde vivía el artista y su hijo.

Can había cambiado con el tiempo, era más maduro y se notaba, su pasado no parecía doblegarlo y eso le encantaba a Tin.

Si Tin admiraba a Can antes, ahora lo hacía mucho más, se encargaría de hacérselo saber.

—Me enteré de lo que pasó con Lemon — la mención de ese nombre hizo que su cuerpo se tensara —. Lo lamento mucho.

Y algo dolió con demasía en aquella frase. Quizá fue la mención del nombre de la mujer que él amó con locura y lo traicionó. O que la disculpa de Can había sonado tan sincera en sus labios.

—Yo también lo lamento, pero es cosa del pasado.

El viaje retomó su silencio, el dolor aún estaba allí, en su pecho, aún dolía recordar la traición de Lemon. Aquel apretón en su pecho que le impedía creer que podía ser amado.

Pero Tin quería hablar, necesitaba hablar.

«Ella no tiene porqué ser un obstáculo ahora».

Estacionó su auto afuera del edificio donde se ubicaba el departamento de Can y su hijo.

—Can — su voz salió en un susurro, temeroso pero ansioso. Tenía los músculos tensos y agarraba fuertemente el volante —. Yo quería quererte, pero no lo hice y fue mi culpa. No te odiaba, aunque parecía que lo hacía. Yo te admiraba y aún lo hago. . . — Exhaló, empezó a dolerle la garganta —. Te mereces tantas cosas hermosas y yo no pude dártelas en el pasado. Eres demasiado bueno para mí. Lo siento tanto.

Tuvo miedo de mirarlo y encontrar una mirada llena de odio y rencor, una mirada que no correspondería a sus sentimientos.

—Yo aún no se querer. Pero espero que, cuando sepa, seas tú a quien yo quiera. . . — susurró sintiéndose frágil, le dolía el corazón y hablar le costaba —. Y que tú me quieras también.

Su voz temblaba, y se sintió aún peor cuando no hubo una respuesta, aunque era obvio cuál era su papel en la vida de su exesposo.

«Me lo merezco» admitió, no podía simplemente esperar que Can lo aceptara de buenas a primeras, no después de las cosas que había hecho en su contra.

Escuchó como la puerta se habría, tanto de adelante como la de atrás, escuchó los balbuceos del bebé (quien seguramente estaba dormido).

Interpretó, mientras se secaba las lágrimas que caían en su rostro, el rechazo de un hombre que jamás le volvería a abrir su corazón. Y estaba bien. Más que bien. Por todas las cosas que hizo en el pasado.

Pero eso no quitaba que doliera.

Dolía aún peor que una traición. Trago el nudo en su garganta y trato de calmar a su adolorido corazón.

—Tin — la voz de Can lo llamó, se obligó a mirarlo y rogó por no seguir llorando. La cara de su exesposo tenía una expresión tranquila, tenía unas cuantas lágrimas bajando por su rostro. Pero aún le sonreía —. Gracias.

Y Tin también le sonrió.

Y el corazón dejó de dolerle tanto.

[Y U A N F E N]

Una mes después

Recordaba cómo su madre pasaba demasiado tiempo en clínicas estéticas que prometían volverla bella, como en sus tiempos de juventud.

Recordaba que ella jamás le había dedicado una caricia, un abrazo, una palabra de amor o de ánimo, nada. No tenía ningún recuerdo significativo con ella.

Su madre, la mujer que le dio la vida, era solo una figura que no significaba nada en su vida.

Y eso era triste.

[Y U A N F E N]

Nuevamente ambos se encontraban almorzando, en un restaurante menos lujoso pero con comida agradable al paladar, a sugerencia de Tin.

No habían hablado de lo que ocurrió en el auto, simplemente lo dejaron pasar, pero no existía esa piedra de incomodidad en su ambiente. Claro que no; todo seguía cómodo y hogareño.

En un mes su vida había dado un vuelco importante.

Porque gracias a las salidas constantes a las jugueterías, parques y restaurantes, su vida no se vio enfrascada en la rutina.

Había acompañado a Can a una revisión de su hijo y por ese motivo se encontraban allí. En ese restaurante que parecía ser pequeño pero era acogedor.

—No tenía idea de que conocieras lugares así — comentó Can antes de darle de comer verduras aplastadas al bebé.

—¿No tengo esa imagen? — preguntó con un tono de broma.

—No quise decirlo de esa manera. . .

—Eh tranquilo, Can. Era una broma — sonrió un poco.

Can sólo se limitó a soltar una risita entre incómoda y nerviosa.

—Lo siento — murmuró con un leve rubor en sus mejillas.

—No te disculpes — y ambos siguieron comiendo.

—Mancha — dijo Can, captando la atención de Tin.

—¡Mancha! — repitió Pete señalando su pantaloncito, justo en el lugar donde el babero no alcanzaba a cubrir. Sus ojos (que estaban atentos a los movimientos de su padre) miraron a Tin. —¡Mancha! — exclamó señalando su rostro.

Tin frunció el ceño sin entender, Can volteó su rostro hacía él y estiró su brazo, quitando con su pulgar una mancha (de salsa seguramente) en su mentón.

La vergüenza lo invadió y notó que Can ni siquiera se había dado cuenta o analizado lo que acababa de hacer, por la indiferencia en su rostro.

Y como en cada salida que tenían, Tin se ofreció a llevar a Can a su departamento, donde el artista aceptaba y se enfrascaban en una charla trivial, pero cómoda para ambos.

Yuanfen (TinCan) (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora