|| D O C E ||

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Había cadenas, fuertes y pesadas, manteniéndolo de rodillas.

Se estaba asfixiando y a la vez gritaba, tan fuerte como su garganta se lo permitía. No entendía lo que estaba diciendo, no era capaz de ser consciente de sus propias palabras y aún así podía sentir la angustia de aquello que vociferaba a viva voz. Se sentía morir por dentro.

Los gritos de alguien más se le unieron en algún punto, rogándole y suplicando a pesar de que Tin no podía entenderlo. La voz le era conocida, demasiado, y mientras más tiempo pasaba la desesperación lo tragaba con más rapidez, fuerza, llevándolo a las lágrimas que quemaban su piel ardiente y. . .

Abrió los ojos de repente, tomando una bocanada de aire mientras se incorporaba en el sofá.

—Oh, mierda — jadeó, sintiendo su garganta seca y la acarició con los dedos, relamiendo sus labios mientras observaba la sala. Una sonrisa dolorida se pintó en su boca cuando se encontró con los ojos de Pete mirándolo fijamente, sentado en medio de aquel cuarto y rodeado de casi todos sus juguetes —. ¿Dormí mucho, cariño? Habrá sido aburrido jugar solo.

Se levantó del sofá para acercarse a la mesa del comedor, deseando demasiado tomarse toda la jarra de agua que se lucía en medio del mueble.

Las pesadillas así, lo dejaban agotado.

«Con el tiempo te acostumbras» se consoló, sirviéndose un vaso con agua para tomárselo de un solo trago. Sentir el fresco líquido recorrer su garganta, su pecho y luego su estómago fue casi un sueño hecho realidad. Consiguió despertarlo del todo.

—¿Podré darle manzanas para la merienda? — inquirió en lo que revisaba la hoja que Can había dejado llenada de recomendaciones —. ¿Tu papá te deja comer manzana? — la broma salió inconsciente, pero le hizo bien. Volteó hacía Pete, viendo como se trepaba en el sofá para agarrar el control remoto y Tin ni siquiera se molestó en quitárselo.

El niño había sido todo un angelito, manteniéndose a salvo y sin hacer ruido mientras Tin dormía desnucado en el sofá.

«Si Can se entera de que en mi primer día me quedé dormido, me matará»

Volvió a revisar la hoja que el artista se había tomado el tiempo de escribir, dejando en claro las comidas que Pete no podía ni tocar y las que debía comer para quedarse sano. Incluso había una lista de los programas de televisión que podía ver, el cronograma del día y hasta tips para poder jugar con él y que Pete se apegará más a Tin.

—Me atrasé con tus comidas, espero que no te moleste — susurró en disculpa, verificando que las manzanas estuvieran en perfecto estado para proceder a cortarlas y aplastarlas de a poco a medida que le daba de comer al bebé, ambos sentados en el sofá.

Aún tenía su corazón latiendo desbocado y la agitación se sentía en su respirar, pero estaba bien. Estaba feliz, en realidad, mientras escuchaba de fondo un programa infantil sobre perros policías.

Can le había abierto las puertas de su vida de par en par luego del beso de aquella noche en el pasillo.

La escena no se había repetido, lamentablemente. Pero Tin estaba más que bien con ello porque, siendo sincero, él prefería otros detalles antes que un beso.

—Que confíe en mí para dejarme a cargo de Pete es más importante que eso — tomó la leche tibia que había dejado preparada en la mesada y, con el plástico en la mano, se volvió hacia Pete. El infante parecía totalmente engatusado por el programa en la televisión —. Pete acércate a la mesita — pidió mientras colocaba la bebida en la mesa ratona.

Pete era obediente, o al menos cuando estaban a solas. Tin sabía que si alguien más hubiera estado en la sala lo último que habría hecho el infante habría sido bajarse del sofá y sentarse en el suelo, jugando con el envase que guardaba la leche. Y le gustaba sentir que estaba conociendo más que bien al chiquillo.

—¿Cuál es tu perrito favorito? — inquirió, recordando que el cumpleaños de Techno estaba cerca. Debía pensar en un buen regalo.

Pete señaló un Golden retriever, o al menos eso parecía el perro animado, mientras balbuceaba y le explicaba a Tin algo. "Perro", "tractor" y "pala" fueron las únicas tres palabras comprensibles para el empresario, quien asintió animadamente mientras tomaba asiento al lado de su bebé.

—Wow debe ser genial, ¿son superhéroes?

El niño negó, siguiendo la conversación con una cadena de palabras casi incomprensibles, gesticulando tanto como Can lo hacía cuando hablaba de algo que le gustaba.

Tin sonrió, observando a Pete tomar la taza con leche y su ceño fruncido, tan concentrado como estaba al mirar ese programa de televisión. Debía ser de sus favoritos.

No podía negar que estaba un poco preocupado, aún así. Eran pasadas las siete y media, horario en el que Pete debería estar cenando para después darse un buen baño caliente. Realmente había dejado pasar el cronograma cuando en realidad era a lo que más atención debía haber puesto. Encontraba increíble que el chiquillo no hubiese llorado desconsoladamente cuando llegó la tarde y no había tomado su merienda.

«No volveré a dormirme así» se prometió, rogando que Can no se molestara cuando llegara a la casa y encontrara a Pete cenando, o bañándose, en lugar de estar durmiendo.

Tin estaba asustado y esa emoción se hacía cada vez más grande, más incómoda y agobiante a medida que los segundos pasaban y entendía lo irresponsable que había sido.

—Soy un desastre — susurró, masajeando su nuca mientras respiraba profundamente.

Y de repente escuchó llaves, pasos acercándose a la puerta, para luego oír la cerradura y apenas le dio tiempo a voltearse cuando la puerta se abrió. Pero no era Can.

Era Pond.

Pond, con sus zapatillas negras y una chaqueta enorme, cerró la puerta estrepitosamente mientras clavaba sus ojos en él. No le fue difícil reconocerlo, a pesar del drástico cambio que había tenido. Era alto, bastante más alto que la última vez que lo vió y su cabello gris plateado brillaba tanto como sus ojos lo hacían al mirarlo, fuera de sí. No había una sola pizca de amabilidad en sus fracciones.

Yuanfen (TinCan) (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora