24 Horas Después del Desastre
Un abogado que entrase en ese preciso momento a la sala sería testigo de la audiencia de imputación que tenía lugar en la pequeña oficina de ocho por ocho. El juez de control permanecía en su estrado con las manos entrelazadas sobre el escritorio de roble. Su expresión permanecía imperturbable mientras analizaba lo que se encargaba de exponer el Ministerio Público.
La imputada se mantenía con la cabeza en alto mirando un punto fijo en la pared mientras escuchaba al Ministerio Público describir las circunstancias y los cargos de los cuales era sospechosa. Y ella sabía además, inevitablemente, culpable.
─Alguien ha tomado sin permiso el maldito equipo de esquí de alto valor y, sin más, ha acabado destrozado en mano de esta... ─La mirada mortal de Rick Ralph fue suficiente para acallar el insulto que el afectado pudiese proferir. Se aclaró la garganta como si el desliz no hubiese ocurrido y cambió su expresión furiosa a una tensa. ─Es evidente que el objeto en cuestión estaba con ella. Comprendo que no estén habilitadas las cámaras de seguridad por la zona en la que se encontraban los elementos y que estas no tienen alcance pero, por favor, no pueden simplemente ignorar las pruebas.
Al otro lado de ella, su abogado, mantenía una expresión de profundo disgusto.
El Ministerio Público acabó de precisar el tiempo, modo y lugar de los cargos por la comisión o participación del hecho con evidente indignación. Luego, quien tomó la palabra fue el juez:
― ¿Dante?
La imputada quiso arrancarse los pelos de la cabeza al echar un vistazo a su defensor. No pudo evitar taparse la cara con las manos y suspirar con pesadez lo que provocó que su defensor le lanzara una mirada molesta. Se suponía que era el turno de defensa de cumplir su misión y, sin embargo, la situación hubiese sido más favorable si su defensor no la odiara a muerte.
Claro que en la escena del crimen, Dante había resultado ser un testigo y no un abogado pero el juez había decidido que toda la responsabilidad de la resolución recaería en él.
―Es raro que Lisa Starling presente estos síntomas de cleptomanía. ―La aludida lo miró entre la abertura de los dedos de su mano que aún tapaban su cara. Genial, todavía no acababa el juicio ficticio y ya su defensor la declaraba culpable. Se preguntó cómo le quedaría el traje naranja combinando con los moretones de sus brazos luego de haberse caído repetidas veces en la pendiente.―Pero un hecho es un hecho. Lisa tenía las tablas y las fijaciones cuando fue encontrada―continuó.
―Deberíamos llamar a la policía.
La sugerencia provocó un calambre de nervios en la boca del estómago del juez. Cualquiera sería capaz de deducir que coches de policía con luces rojas y azules iluminando un recinto turístico sería perjudicial para cualquier negocio. Con un gruñido bajo desestimó esa posibilidad sin ni siquiera la necesidad de utilizar palabras.
Nadie contradijo la resolución.
―Bien... la señorita no admitió que es culpable ―Rick señaló a la susodicha con un dedo haciéndolo incluso más evidente. Lisa Starling soltó todo el aire que estaba conteniendo buscando hacerse más pequeña en la silla. Sentía una necesidad imperiosa por soltar lo que había sucedido pero no si con ello hundía a alguien más. Una de las cualidades inmanentes de Lisa Starling era la lealtad. La maldita lealtad. ― ¿Algo que decir, Lisa?
Rick la observó taciturno pero ella fue capaz de entrever un brillo de ilusión en sus ojos, como si le estuviese rogando que aclarara el conflicto de una vez por todas y acabara con la situación. Lisa realmente deseó poder hacerlo pues Rick era una de las personas más buenas que tenía en su vida y siempre le había abierto las puertas de su establecimiento sin esperar nada a cambio. Se mordió la lengua con fuerza y negó con la cabeza bajando la vista a sus manos entrelazadas en su regazo. El suspiro de Rick fue el veredicto final y la sentencia fue echada a la suerte: Lisa Starling acusada de allanamiento de propiedad privada, hurto de objetos privados y, como cereza del pastel, destrozo de material ajeno. Declaración: culpable.
─Bien ─Rick Ralph cambió la dirección de su penetrante mirada azulada en dirección a la víctima del caso: Irving Hank. Un mecánico que vivía en las afuera de Dawson City, un perdedor en el amor, frustrado en el éxito y un convencido empedernido de que todos sus fracasos eran por culpa de los demás. ─Entonces para recompensar los daños y perjuicios causados propongo que, como evidentemente Lisa no es mayor de edad, que trabaje para ti hasta que logre reunir el dinero necesario que costee un nuevo equipamiento.
― ¡No!― Todos los presentes se sobresaltaron al escuchar el grito del acusador.
El juez comenzaba a perder la paciencia y todos en la sala se removieron incómodos ante la imagen de Rick Ralph llevándose los dedos al puente de la nariz y suspirando profundamente. Lisa ni se molesto en levantar la cabeza pues parecía que las manchas más oscuras (indicando que estaba mojado) que podía apreciar en su pantalón a causa de la nieve le pareció más interesante que observar el semblante caído de Rick y la sonrisa de satisfacción de Dante.
─ ¿Qué propones entonces, Irving? ─Un pequeño rayo de luz iluminó el semblante de Lisa, que lo ocultó tras una máscara de indiferencia, al observar como Rick aún trataba a la víctima con una frialdad perceptible.
─Podría trabajar para ti. Veo que la conoces. No tengo tiempo de entrenar a una chiquilla para que se haga cargo de las cosas del taller y, si ya me ha robado una vez, quién dice que no lo hará dos. No quiero correr riesgos.
Rick levantó la vista y la clavó en Lisa quien con un leve movimiento de cabeza, con un aire derrotado, asintió sin más. No es que él le estuviera pidiendo opinión al respecto pero compartían esa clase de relación en la que él formulaba una pregunta sin necesidad de mover los labios y ella respondía con un mínimo movimiento o gesto.
Los acuerdos del trato se cerraron sin que Lisa o Dante opinaran respecto a ello. Rick le pagaría la mitad de los servicios de Lisa y le daría a Irving un acceso ilimitado durante un año para ingresar a las pistas. No incluía las competencias, claro.
Lisa Starling no fue capaz de levantarse de la silla aun cuando Rick Ralph dirigió a Irving Hank hacia su oficina principal para que firmara un acuerdo de confidencialidad. Permaneció sentada reflexionando sobre el rumbo de los acontecimientos de esa noche. Casi creyó que podría conseguir algo pero todo se había torcido tanto como los acontecimientos de su vida en general. Ya ni siquiera sabía por qué se sorprendía tanto.
─ ¿Sabes cuál es la mejor parte de este desenlace, cara bonita? Anda, pregúntame.
─Muerde tu lengua, víbora. Rick no va a ponerme bajo tu mando ─espetó con frialdad. En ese momento decidió que si no se largaba de allí se ahogaría. Arrastró la silla y se puso de pie pero la intensa necesidad de Dante por continuar la charla la persiguió hasta el umbral de la puerta.
─Por supuesto que no va a ponerte conmigo. Yo soy entrenador y tu, rubita, no sabes ni cómo usar unos malditos esquíes.
Lo miró ceñuda. Se hubiese reído si no hubiese estado tan cansada de todo. Rogó con todas fuerzas que si existía alguien allá arriba que velaba por los seres humanos que se llevara a Dante al Infierno de donde había escapado. Realmente deseó que la religión hubiese entrado entre sus materias pedagógicas, tal vez así sabría rezar correctamente.
─Para que dejes de perseguirme como un perro a un hueso; te lo preguntaré. ¿Cuál es la mejor parte de este desenlace, Dante? ─soltó con voz cansina y agotada la desgraciada Lisa. «Vaya mierda de día».
─Que todos los caminos solo te llevan al mismo lugar desde el que empezaste: la misma mierda de la que uno ha salido y eso tarde o temprano te salpica en plena cara, Lisa. No lo olvides. Sobre todo si quieres sobrevivir en el Borough.
Ese había sido más drama del que podía soportar por ese día.
Hasta que una semana después Lisa Starling comenzó a trabajar en el lugar no comprendió cuánta razón tenía Dante. Y no pudo negar que no le habían advertido.
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Perspectiva
RomanceVivir en Dawson City se reduce a vivir con nieve la mayor parte del año. Desde pequeña, Lisa Starling se escabulle a su mundo de ensueños donde solo es ella y un par de esquíes prestados. Pero cuando se ve involucrada en un problema no le queda otra...