Capítulo Tres

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El que se excusa se acusa

Rick Ralph no era una persona paciente, ni generosa y mucho menos altruista. Mejor dicho, todo lo contrario.

Ni siquiera su hijo admitió alguna vez escuchar a su padre demostrarle sus sentimientos.

A pesar de las malas lenguas, nacidas del odio y la envidia hacia el dueño de tan grande empresa, Rick Ralph había demostrado una sola vez en su vida que poseía algo parecido a un corazón. No podía haberlo hecho por compasión o lástima pues eran sentimientos totalmente fuera de su repertorio. Tal vez se vio obligado a acoger a la niña en prácticas para que dejase de estorbar la paz de los hombres de seguridad. Lisa nunca supo la razón y era realmente difícil sacarle una respuesta al tipo de persona en extremo reservada.

A ella le gustaba pensar que su tozudez había conseguido la admiración en una persona que valoraba el deporte y el dinero por encima de todo. Sin embargo, nadie sabía que las razones de Rick Ralph eran más profundas y arraigadas.

Ambos habían logrado un especie de acuerdo implícito con el transcurso de los años: no preguntes cosas que no quieres saber. Él no indagaba en cosas privadas de su vida y ella, a cambio, no cuestionaba sus decisiones. Así como nunca cuestionó el porqué le otorgaba tanto beneficio para que cumpliese su sueño de esquiar... Pero eso no quitaba que se estuviese muriendo de curiosidad. Eran personas completamente distintas, Lisa con su jovialidad agotaba la paciencia prácticamente nula en Rick y este, con su carácter mandón, decía lo justo y necesario antes de despacharla.

Ella estaba segura de que en el fondo tenía un corazón tierno esperando ser descongelado.

─Siéntate bien ─ordenó Rick con su voz firme.

Ella apretó los labios para evitar reírse y se sentó recta en la silla. Seguramente aquel corazón estaba muy en el fondo... pero de un acantilado.

─Anker─ el nombre casi sonó como un insulto cuando Rick le lanzó otra mirada al susodicho. Luego esos fríos ojos celestes se posaron en la figura flacucha de Lisa.

Lisa giró levemente la cabeza, casi por inercia, para observar cómo se levantaba con lentitud del sillón como si requiriese un gran esfuerzo. Anker guardó las manos en los bolsillos y al sentirse observado le guiñó un ojo con una sonrisa alegre antes de salir con paso tranquilo de la oficina. Casi llegando a la puerta comenzó silbar una melodía. Lisa lo siguió con la mirada hasta que desapareció completamente.

Se volvió sobre el asiento para mirar a Rick con el ceño fruncido.

─Eso ha sido grosero─ lo recriminó con un dedo.

El aludido ni le dirigió una mirada en tanto se levantaba y abría una de las puertas de madera del armario. El tintineo de las llaves resonó en la habitación.

Rick Ralph era un hombre imponente. Esa era la palabra. A sus veinte años había aportado una pequeña inversión en un sitio de mala muerte a punto de caerse en pedazos donde estudiantes en prácticas utilizaban un espacio diminuto para esquiar. Rick había sido de los pocos afortunados en el mundo con una visión empresarial lo bastante grande como para ver potencial en un pedazo de terreno maltrecho en una ciudad débilmente económica y fuera del mapa. Comenzó desde la misma nada y a sus cuarenta y cinco años tenía montones de hectáreas que constituían el internacionalmente conocido Borough. Al menos uno de los más conocidos dentro del ámbito del esquí y del snowboard. Decir que era rico era quedarse corto.

La población de Dawson City temía y admiraba a Rick en partes iguales. El Borough era el motor de la economía del pueblo por lo que la adulación era excesiva, sin embargo, la personalidad retraída y cruel del hombre evitaba cualquier acercamiento. Si alguien necesitaba donaciones para alguna fiesta de caridad se dirigían a los administradores o si había algún problema legal estaban los contadores y abogados. Rick no trataba con la gente cara a cara, no obstante, todo el poder recaía en sus manos.

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