Capítulo Siete

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Piensa mal y acertarás

Lisa giró lentamente sobre sus talones y resignada bajó los peldaños hasta donde estaba ella. Solo se atrevió a fijar la vista en el suelo. Los altos tacones de ocho centímetros que estilizaban unas piernas trabajadas y sensuales, se acercaron hasta detenerse a tan solo medio metro de ella. Unos pantalones formales, una camisa blanca y un blazer negro parecían ser un común atuendo para Tina Allard. Era la bruja de cuentos más elegante que hubiese existido. A sus treinta y dos años poseía un rostro juvenil y una figura de infarto que, Lisa aseguraba, atraía hombres ricos a su cama. Aquel orfanato no podría darle nunca el sueldo necesario para un solo pedazo de zapato Gucci.

Una mujer de gustos caros y trabajo nulo era, en efecto, una combinación peligrosa para alguien demasiado avaro.

─Veo que además de escabullirte como la basura podrida que eres, no sabes responder a una pregunta ¿a qué no, estúpida? ¿Tu cabecita hueca es capaz de retener lo que digo y sigues siendo tan inútil como siempre?

Lisa la miró sin inmutarse. No mostraría como, a pesar de los años, aquella mujer sabía encontrar la herida cicatrizada y abrirla una y otra vez. Odiaba no poder gritarle que no era estúpida, que ella lo intentaba pero las palabras parecían bailar frente a ella y ni hablar de los números. Le resultaba imposible distinguir entre un nueve y un seis y muchas veces ni siquiera era capaz de comprender los problemas matemáticos. A sus diecisiete años apenas si leía. No muchas personas lo sabían, además de Riley quien había intentado explicarle con paciencia pero al momento de los exámenes todo se desbarataba.

Nunca nadie había comprendido lo que ella veía en realidad.

─No, no te equivocas, Tina─ respondió con la voz más neutral que fue capaz de reunir Lisa Starling.

Entonces detrás de la bruja apareció la persona que solo podía empeorar aquel escenario de terror.

─Tina, apúrate. Debemos firmar los papeles de contrato... ¿Qué es esto?─ si ya de por si la presencia de Tina se traducía como problemas, la de Félix Ricci no vaticinaba nada bueno para el futuro de Lisa Starling. ─ ¿Qué hace esta fuera de su habitación?

─Yo me encargo─ afirmó ella con una sonrisa lobuna. Todos los dientes blancos impolutos descubiertos, la decoración perfecta de la máscara de la maldad.

Félix se alejó frustrado como si la presencia de la chica fuese de lo más inconveniente. Antes de que Félix desapareciese por uno de los pasillos circundantes de la escalera, Lisa supo que aquella era una batalla perdida. La sensación de derrota, ya una costumbre en los más desolados, y sin embargo te toma por el cuello como una garra cruel y aprieta siempre de una manera distinta. Aprieta hasta que el aire sale de tus pulmones. Porque ese es el objetivo de la desesperanza: que desaparezcas.

Los mechones rubios sobresalieron de aquel puño resistente. Los gritos eran cosa del pasado. ¿De qué sirve gritarle al silencio a la espera de que escuche? Sus pies se movieron por inercia siguiendo el tirón del cuero cabelludo. Se tragó cualquier lágrima que demostrase su debilidad porque de eso se alimentan los monstruos de terror.

Tropezó, se golpeó y volvió a levantarse. En algún momento un tacón puntiagudo se arrojó sobre sus costillas. Tapó sus ojos simplemente para no ver, no quería abrir los ojos. No quiso verse reflejada en aquella maldad que la miraba con frialdad como si mereciese aquello. Al aparecer, el mundo estaba hecho para unos pocos afortunados. La frialdad de la oscura noche de invierno la recibió como si de una bofetada en plena cara se tratase. Las rodillas se le mojaron cuando cayó sobre la nieve y ni siquiera sabía en qué momento su labio había comenzado a sangrar.

La implacable voz de Tina Allard sonaba mortal frente al puntiagudo silencio del bosque circundante al orfanato.

─Si hay algo que odio más que las ratas asquerosas que se escabullen de la habitación... son las que se creen más inteligente que yo. Y nadie, puta, nadie es más inteligente que yo.

PerspectivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora